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'Cuéntame' y el árbol de la vida
El espíritu de Herminia y Carlitos ponen un broche feliz a la vida de los Alcántara
Herminia se nos murió sentada en una silla, bajo el árbol de la vida. «Unos nos vamos y otros vienen», dejó dicho a Carlitos, su nieto pequeño, segundos antes de dejar el mundo (de la ficción). Y esas palabras escondían una doble premonición: su adiós y la llegada de un bisnieto. Y todo ello, la muerte y la vida, alfa y omega, transcurrió bajo la encina que un día plantó el padre de Herminia, en paz descansen los dos.
Herminia se nos murió sentada en una silla, como Michael Corleone, pero Sagrillas no es Corleone, ya le gustaría (a Corleone).
Carlitos, el hijo pródigo, se fue a Nueva York hace unas temporadas –en concreto, en la 19ª de un total de 23– y volvió justo para el regreso. No para ver morir a Herminia, ni para enterrarla, sino para escuchar sus últimas voluntades: «Tú eres escritor. Has sabido contar muy bien todas las cosas que han pasado. Debes conseguir ahora que pasen cosas buenas para luego escribirlas». A la abuela le dolía la pelea entre hermanos, el desgarro familiar que se escenificó en el (desafortunado, para muchos indigno por no ser propio de los Alcántara) capítulo inaugural de esta temporada crepuscular.
Hermina se nos murió bajo la encina, sí, pero como es mucha Herminia emuló a El Cid y ganó una batalla después de muerta. Porque antes de irse pidió a Carlitos, a la sombra de la encina, que el sol volviese para los Alcántara: que uniese a los hermanos, separados por un quítame allá esas herencias. Esas son «las cosas buenas» que le pidió que hiciese y escribiese después. Y el chaval, ya adulto, se lo tomó en serio y en serie. Y medió con sus tres hermanos con unas mañas que ya le gustarían al relator de Puigdemont-Sánchez, ese al que aún no tenemos el gusto de conocer.
De 11-S a 11-S, de la realidad a la ficción
Se nos murió Cuéntame. 22 años y 417 episodios después. Fue un 13 de septiembre de 2001 cuando empezó todo, cuando escuchamos la voz de Carlitos por primera vez, cuando el guionista que falleció horas antes de que muriese Cuéntame nos presentó a la familia Alcántara. Decíamos que la historia empezó a emitirse dos días antes de que el mundo cambiase, dos días después del 11-S, y en un guiño de la ficción a la realidad, esta última entrega arrancó exactamente el 11-S. Con Merche y Antonio atacados por la posibilidad de que Carlos –Carlitos hace mucho tiempo que dejó atrás la juventud– y su mujer Karina fuesen pasajeros de los aviones que los terroristas secuestraron y estrellaron.
Pero no, el temor es infundado. Carlos y Karina se presentan en Sagrillas y dan fe de vida. Y es entonces cuando sobreviene, esta vez sí, la muerte. La de Herminia. Y los cuatro hermanos son convocados para el adiós por su padre mientras su madre llora a su madre en el patio. El mundo se derrumba y nosotros nos peleamos, pensaron, pues en el velatorio de su abuela rompen a discutir y quiebran el luto del silencio. Y tras el entierro, todos deciden irse a la francesa y cada uno por su lado, pero el relator Carlitos los invita a regresar, y todos obedecen al más pequeño.
La conversación a la sombra de la encina entre Carlos y Herminia es el clímax del capítulo final, pero el cierre verdadero lo pone la primera conversación en ausencia de la abuela, un auténtico debate al que asisten en el patio de la casa de Sagrillas los cuatro hermanos, sus parejas, sus hijos (los que los tienen, ya fuera del útero o en su interior, como Karina), Merche y Antonio. El último milagro de Santa Herminia, para cuya realización es fundamental el papel de la persona que ella designa como su representante en la Tierra, Carlitos, al que encarga unir lo que está roto para brindar a Cuéntame el final feliz que merecía: los cuatro hermanos, juntos y sonrientes, sentados en un banco de piedra, ante la mirada satisfecha de sus padres. Como cuando eran chicos y se reunían en torno al mantel, porque la chispa de la felicidad es algo tan cotidiano como eso. Así acaban: reconciliados con ellos mismos y con la existencia. Conscientes, en la hora final, de que en el árbol de la vida no hay raíces más fuertes que las familiares.