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Callum Turner, a la izquierda, y Austin ButlerApple TV+

Crítica de series

'Los amos del aire' no vuela alto

La nueva miniserie producida por Steven Spielberg y Tom Hanks despega un cascarón imponente, lujoso, detallista… pero vacío

Resulta paradójico: la legión de amantes de la imperdible Band of Brothers (2001), aquella miniserie bélica que narraba las aventuras de un valeroso batallón estadounidense en la Europa de la II Guerra Mundial, es la más seducida por esta nueva iteración bélica que supone Masters of the Air. Y, sin embargo, los fans de aquella serán los más decepcionados por esta. No es solo que hayan pasado más de veinte años y nuestro paladar seriéfilo se haya refinado y saturado a partes iguales. No. El mayor problema es que Masters of the Air carece del alma que realmente marcaba la diferencia. Despega un cascarón imponente, lujoso, detallista… pero vacío.

Emitida por Apple TV en un intento de plantar bandera en la guerra del streaming, la nueva miniserie producida por Steven Spielberg y Tom Hanks no vuela alto. Es un mal que también aquejaba, aún no tan pronunciado, a The Pacific (2010), donde el mismo equipo productivo se asomaba a las trincheras-archipiélago en el frente japonés. Ahora, con Masters of the Air, se mantiene el aroma patriótico y se siguen mimando con primor el detalle técnico y la reconstrucción histórica: la serie huele a años cuarenta y el aficionado a la aviación o la Historia salivará con la recreación de mapas, uniformes, turbinas, hélices y jerga entre pilotos. Una producción fetén, vale. Pero, pero. La adversativa comanda la esencia.

Masters of Air

Porque las historias nos atrapan realmente y perduran en la memoria por los conflictos internos de los personajes, no por la majestuosidad de los decorados o la fidelidad de los manuales de instrucciones. Y ahí es donde estos maestros del aire jamás tocan tierra; se tiran los dos primeros episodios sobrevolando tópicos emocionales, calibrando desde la altura dilemas morales y radiando unas complicaciones dramáticas que nunca terminan de aterrizar más allá de la epidermis del espectador.

Es un problema de escritura, pero también de ritmo. E incluso de tono. A la falta de aristas de varios de los personajes hay que sumarle una narración bostezante que avanza a trompicones, sin hilar con suavidad el contraste entre las escenas de acción y los tiempos muertos a ras de suelo. Ahí se adivina la camaradería militar –tan imprescindible cuando tu vida depende de tus compañeros de cordada–, la brecha cultural con los británicos y las diferentes maneras del soldado para desahogar el espanto de la batalla (vómitos, ligues, boxeo, bicicleteo). Sin embargo, la sensación de los dos primeros episodios es más de estampa que de cohesión.

Similar dispersión arrastran las secuencias bélicas. De nuevo, su espectacularidad es abrumadora, digna de un producto histórico con el membrete Spielberg. No obstante, resulta arduo seguir la acción entre las mascarillas de los pilotos, lo congestionado de las cabinas de los cazas, la desorientación espacial de los giros aéreos y lo técnico de las maniobras. Uno no termina de saber si los nuestros van ganando, perdiendo o empatando hasta que terminan de batir las alas; en unos años donde la famosísima Top Gun ha situado tan, tan arriba el listón acrobático, resulta casi naif la comparación.

Masters of the Air

Y, sin embargo, esa palabra («comparación») es la que revolotea sin cesar por Masters of the Air. Su último motor averiado es el del tono. Ya desde los créditos –tan blandamente épicos, tan émulos de la Compañía Easy– se aprecia la falta de innovación. Al menos los de The Pacific alentaban la diferencia con el simbolismo del carboncillo. Ahora Masters of the Air hace como si no hubiera pasado el tiempo ni hubiera evolucionado el arte del opening durante dos décadas, de modo que su intro encalla entre lo trillado y lo insustancial. Es un defecto que se extiende a la voz en off o a un esquema moral donde se echan en falta los grises que antaño ofrecían personajes como el inseguro capitán Sobel (David Schwimmer) o el sádico Snafu Shelton (Rami Malek).

Quizá ante lo cínicos que se han vuelto los tiempos, los creadores de Masters of the Air han apostado por una moralidad en blanco y negro que reivindique sin fisuras el heroísmo de aquel grupo de soldados que, en un porcentaje altísimo, perdieron la vida experimentando nuevas tácticas de combate y estrategia aérea para luchar contra Hitler. Para contribuir a salvar Europa. Para que venciera la democracia. El problema es que las nobles intenciones no suelen ser la mejor gasolina para arrancar un relato que pilote la excelencia dramática.