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Jaime de Armiñán, con el Goya de Honor que recibió en 2014EFE

Cine

El grito de despedida de Jaime de Armiñán: «¡Viva el cine español!»

El director, fallecido a los 97 años, recibió el Goya de Honor en 2014

El cineasta Jaime de Armiñán (Madrid, 1927), fallecido a los 97 años, era un profesional que nunca se jubiló y que siempre será recordado por atrevidas e insólitas películas como Mi querida señorita, El nido o El amor del capitán Brando, y la serie de TVE Juncal. El cine de Jaime de Armiñán, un atrevido intelectual que utilizó todas las herramientas a su alcance para contar sus historias, desde amores imposibles, despertares eróticos o desgarradoras disputas desiguales por el amor de una mujer, a denuncias sobre la manipulación, el egoísmo o la mentira junto con dulces reflexiones, a veces cómicas (sin que faltase el humor negro) sobre la vida o los sentimientos en un momento en el que de «esas cosas» no se hablaba.

En su última aparición pública, el 9 de febrero de 2014, Jaime de Armiñán, que agradecía su Goya de Honor a la Academia del Cine mientras sus compañeros le ovacionaban puestos en pie en el auditorio del Centro de Congresos Príncipe Felipe del hotel Auditorium de Madrid donde se celebraba la 28 edición de los Goya, se despidió de su gente al grito de «¡viva el cine español!».

«Me gustaría dar la vuelta al ruedo, con una canción de Juncal sonando de fondo, cantada por Vainica doble», dijo entonces.

Era un buen resumen de una vida marcada por la televisión y el amor de su esposa, Elena Santonja, mitad del dúo más influyente en el pop de los setenta en España, aparte de precursora ya que Santonja fue la primera en hacer para la tele un programa de cocina, Con las manos en la masa, para el que también trabajó Jaime de Armiñán.

Hasta debutar en 1969 como director de cine con «Carola de día, Carola de noche», con Pepa Flores y Tony Isbert, la principal ocupación del madrileño fue la de guionista, un trabajo que sólo empezó a considerar con seriedad cuando su amigo Adolfo Marsillach prácticamente le obligó a firmar las obras en las que colaboraba como «negro».

Jaime de Armiñan, en el momento en que recogió el Goya de Honor que le entregó Enrique Gonzalez Macho en 2014GTRES

Tras su ópera prima vino La Lola dicen que no vive sola (1970) y Mi querida señorita (1971), protagonizada por un soberbio José Luis López Vázquez.

Esta película no sólo fue la primera en la que trató las distintas caras del amor y la sexualidad, en este caso, la transexualidad, sino que fue su pasaporte a Hollywood, adonde volvería años después con El nido (1980), también como candidata a la mejor película de habla no inglesa.

Después firmó algunas películas inolvidables como El amor del capitán Brando, con la que ganó la Berlinale de 1974, Jo, papá (1975), ambas con Ana Belén de protagonista, o más tarde Stico (1985), donde convertía en esclavo voluntario a un impresionante Fernando Fernán-Gómez.

En los ochenta también rodó En septiembre (1982); La hora bruja (1985) y Mi general (1987), y en los noventa El palomo cojo (1995) y Al otro lado del túnel; entre medias hizo varias series de televisión, como Primera función o ¿Se puede?.

Pero Armiñán siempre destacaba entre sus favoritas Historias de la frivolidad, escrita junto a Narciso Ibáñez Serrador con el que ganaron el Gran Premio de Montreux en 1968; Una gloria nacional, basada en su abuela, y la premiada Juncal (1988), con su amigo Paco Rabal.

14, Fabian road (2008) fue su última película; ya con 81 años, dirigió a las actrices Ángela Molina, Ana Torrent y a la argentina Julieta Cardinali, con la que compitió en el Festival de Málaga.

En 2014, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas entendió que su «dedicación apasionada al medio cinematográfico» así como el haber creado un cine «comprometido con su tiempo» y «lejos de los convencionalismos» eran motivos suficientes para darle el Goya de Honor.

«Cuando me llamó el presidente de la Academia, Enrique González Macho, para decírmelo pensé: 'le voy a decir ya era hora de que me lo dieran', pero no se lo dije», comentaba en una entrevista con EFE.

«Un cineasta nunca se retira (...). Los que son como yo no podemos jubilarnos porque lo hacemos únicamente cuando nos vamos a la triste fosa», decía Jaime de Armiñán.

Además de director de cine, fue autor teatral y realizador de televisión pero se consideraba sobre todo un escritor metido a cineasta para «poder ver» las cosas que escribía.

Recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes en 1985, y también se licenció en Derecho, aunque nunca ejerció.