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Candela Peña, como Rosario PortoNetflix

Netflix

'El caso Asunta': un recital actoral al servicio del mal

La serie sobre el asesinato de la niña en Santiago nace de un documental anterior y se sustenta en las soberbias interpretaciones de la pareja protagonista

Pobre cría. Es lo primero que sale de dentro al escribir sobre El caso Asunta (Netflix). Nunca se puede perder de vista que esta producción de seis capítulos gira en torno a una niña que una pareja residente en Santiago adoptó de bebé y –según el juez– asesinó a los 12 años.

Desconozco el motivo por el que jamás nadie ha hecho una serie sobre el crimen de Alcácer, cometido hace 32 años, y apenas han transcurrido 11 desde que Asunta apareció en una cuneta y ya tenemos serie en Netflix, pero es de suponer que tendrá que ver con que ambos sucesos los ejecutaron alimañas, pero en el último caso esas alimañas eran los padres de la asesinada.

Bambú Producciones ya había hecho un documental sobre el asunto. En 2017 estrenó El caso Asunta: Operación Nenúfar, también disponible en Netflix. El conocimiento sobre el sumario y sobre el tratamiento en los medios del suceso que proporcionó ese trabajo es la base de la miniserie actual, que se completa con testimonios e informaciones que los productores recibieron a raíz del estreno del primer producto.

No hace falta estar convalecientes del stendhalazo de Ripley para entender que la factura visual no es lo que se ha priorizado en esta miniserie. Desde el punto de vista visual está contado todo de una manera muy formal, si omitimos esa escena que Candela Peña criticó por titktokera en La Resistencia, de lo que después arrepintió: pensamos que se refiere a la despedida de Rosario y Adolfo en los calabozos.

Los actores

El fuerte de El caso Asunta está en los intérpretes, así que es obligado empezar alabando el trabajo actoral. Tristán Ulloa es hijo de padre gallega y se siente como tal. Su interpretación de Alfonso Basterra es soberbia, pero por exigencias del guion –y de la propia realidad– mucho más contenida –salvo el llanto desgarrador del primer capítulo, cuando le comunican la muerte de la cría– que la que Candela Peña ofrece de la desquiciada Rosario Porto, y por ello menos galardonable. Su transformación en el Tim Robbins de Cadena perpetua a medida que avanza la trama es extraordinaria. En su debe –más bien en el de los guionistas– que en ocasiones habla como un académico de la RAE en su discurso de ingreso, lo que resulta poco creíble por muy pedante que sea Basterra.

La inmersión de la catalana Candela Peña en el cuerpo y el alma de Rosario Porto es total y el resultado simplemente espeluznante. Es Rosario: su cuerpo, es su voz, su expresión facial. Creíamos que lo de Hierro no lo podría superar, pero resulta que sí. Ni cotiza que se va a llevar todos los premios del 2024. Y si le dan el Goya de Honor –ya tiene tres de los normales– a sus 50 años tampoco se pasarían. El asunto es que a los quince minutos de la serie te has olvidado de los tantas veces vistos rostros de Basterra y Rosario y estos se han convertido en Ulloa y Peña, y va a costar en el futuro disociar esas caras de ficción de las reales cuando escuchemos hablar del caso.

En cuanto al resto del reparto –y aunque al comienzo sale un actor que no es Zahera haciendo de Zahera y nos temimos lo peor– el resultado es también sobresaliente. Javier Gutiérrez, gallego nacido en Luanco, compone un juez instructor firme, empecinado, socarrón y desafiante como el de la realidad (solo que en vez de Vázquez Taín se apellida Malvar) y, aunque nos lo creemos, de vez en cuando es inevitable acordarse de que parece un primo hermano del José María García que interpretó en Reyes de la Noche. Es el tercer protagonista de la serie, y lo mejor que se puede decir de él es que el capítulo en el que lleva el peso se sostiene muy bien pese a la reducida presencia de la pareja estelar.

Carlos Blanco –un clásico de la TVG que algún día dará el campanazo a nivel español– como guardia civil, Alicia Borrachero como abogada defensora y un Francesc Orella con peluca como abogado defensor también merecen mención especial.

Siguiendo el buen criterio implantado por Fariña (2001), que es de la misma productora, los personajes de la tierra hablan con un acento gallego que da aún más verosimilitud a la historia.

La trama

En El caso Asunta (Netflix) hay tramas paralelas llevaderas (más interesante la degeneración física del padre del juez instructor que la del embarazo de la guardia civil) para dejar respirar a la principal, que es lógicamente la del asesinato, que cuenta a su vez con puntos álgidos que mantienen el suspense con subtramas como la del jersey con restos de de semen o la de una prensa desquiciada en busca de exclusivas, que reparten con ligereza tanto el juez instructor como los abogados de la defensa.

Contada con idas y venidas temporales, cabalgando del presente al pasado y viceversa, lo que El caso Asunta nos narra fundamentalmente es primero la demolición de una familia y después el asesinato de la pequeña de la casa. El matrimonio se desmorona ante nuestros ojos y el espectador se siente violentado por ser privilegiado observador de esa destrucción, por espiar la cruda intimidad de una extraña pareja capaz de hacer fotos al ataúd de su hija.

El quinto y penúltimo capítulo es el mejor de los seis, porque ofrece de una forma original lo que estábamos esperando desde un principio: cómo fue y por qué. Ofrece dos «así fue» y sus correspondientes explicaciones. El primer «así fue» es una Rosario que entra en barrena mental cuando se da cuenta de que, por mucho que se haya divorciado, hay una persona que lo unirá siempre a su ex («no te vas a librar nunca de mí», le dice él), pero que si esa persona deja de existir ese vínculo se romperá. El segundo «así fue» nos habla de una acción liderarada por Alfonso y ejecutada por él con ayuda de Rosario con el objetivo de tapar algo que la niña sabe y que a ninguno de los dos conviene que trascienda (se supone que las circunstancias de la muerte de los padres de Rosario).