Festival de Cannes
Así es la nueva película de Sorrentino, 'Parthenope', el último canto de amor a Nápoles que entona en Cannes
Marcello Mio, el homenaje a Mastroianni con Catherine Deneuve y su hija Chiara, y la estimable Anora centran el interés en Cannes
Confirmando que este 77º Festival de Cannes es una especie de crepúsculo de los dioses, en el que grandes y afirmados cineastas, como Francis Ford Coppola, David Cronenberg o Paul Schrader, han decepcionado con sus últimas películas, también lo ha hecho Paolo Sorrentino con Parthenope, su canto de amor y también de odio por su ciudad natal, Nápoles.
Parténope es el nombre de la sirena transformada en escollo y mito fundador de la ciudad de Nápoles y es también el nombre de una joven de extraordinaria belleza que encanta a cuantos la ven pero también es ocasión involuntaria de desgracias. La vida de Parthenope, a partir de su nacimiento, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, hasta nuestros días coincide con la vida de la ciudad, salida de la miseria después de la Segunda Guerra Mundial, el milagro económico, la epidemia de cólera, la creciente corrupción, el dominio constante de la delincuencia organizada y el actual letargo.
El filme resplandece no solo con la belleza de la protagonista, Celeste della Porta, sino también con esos mágicos encuadres, que son la firma de fábrica de Sorrentino, ayudado por una espléndida fotografía de Daria D’Antonio, que ya fuera la iluminadora de su precedente Fue la mano de Dios, del año 2021.
Pero las bellas imágenes y correctas actuaciones de parte de un reparto todo napolitano (considerados unánimemente como los mejores actores del mundo) no bastan para convencer al espectador, abrumado por una pausada narración, que a menudo recurre a ralentís innecesarios, diálogos pomposos y una excesiva duración de dos horas y media.
Y así, lo que hubiera debido ser un canto a «la gran belleza» de Nápoles, como lo fue el filme homónimo sobre Roma, se revela como un ejercicio de estilo autocomplaciente, con esos destellos de ironía y de autocrítica que distinguen desde siempre al pueblo napolitano.
Otra carta de amor compartió el cartel con Parthenope. Se trata de Marcello mio, del francés Christophe Honoré, y esta vez está dirigida al gran Marcello Mastroianni por parte y voluntad de su hija Chiara y su madre, Catherine Deneuve.
Partiendo de una desastrosa publicidad en la que Chiara debía revivir el famoso baño de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi de La dolce vita, esta decide asumir el semblante de su padre en Fellini 8 y Medio (y hay que decir que el parecido es asombroso), su voz y sus tics y visitar los lugares que vivió con él, además incorporando parte de su vida personal, incluyendo su relación con el actor Melvil Poupaud.
Sin recurrir ni a una sola imagen de Marcello Mastroianni, el filme es como si estuviera habitado por él y aún con sus imperfecciones, es un digno homenaje a ese Marcello que no es solo de Chiara sino también de todo ese público mundial que aun lo recuerda con sumo cariño.
Pero el verdadero regalo de la jornada lo dio Anora, octavo largometraje del norteamericano Sean S. Baker, que saltara a la fama en 2015 con Tangerine, primer filme comercial enteramente grabado con teléfono móvil y pasado luego a película.
Como para vengarse del reducido formato de Tangerine, Baker ha elegido una pantalla más que ancha para contar las desopilantes aventuras de una prostituta de la que se enamora un adolescente, hijo de un oligarca ruso, con la consiguiente furia de la madre que vuela precipitadamente a Nueva York para anular la boda.
Al revés que en Parthenope, ni un metro de imagen es desperdiciado para entretener al espectador, gracias también a un reparto casi primerizo pero de una asombrosa justeza, encabezado por una deliciosa Mikey Madison, descubierta por Quentin Tarantino en Érase una vez en Hollywood, y Mark Eydelshteyn, como su descocado novio.
Como resultado, la más grande ovación escuchada en estos ocho días de festival y un nuevo y fuerte candidato a los premios finales.