Cine
¿Adiós al cine clásico?
El buen cine clásico no incluye todos los aspectos que gustan a las audiencias actuales del buen cine moderno
Una mayoría de jóvenes universitarios han dado la espalda al cine clásico. Unos, porque se sienten incapaces de ver una película en blanco y negro; otros porque no soportan su ritmo, no les dicen nada los actores –que desconocen- o no les interesan los temas, su manera de plantearlos o el estilo de las conversaciones.
Las redes sociales han ido configurando una forma mentis que hace indigeribles las películas de tempo contenido, con momentos contemplativos y planos silenciosos. Este rechazo se extiende cada vez más a los llamados clásicos modernos, expresión que se refiere a las producciones –sobre todo hollywoodienses– del último tercio del siglo XX, tipo Memorias de África, El padrino o Taxi Driver.
Los productores actuales, que solo buscan negocio, saben por tanto que cada vez es más arriesgado ofrecer grandes relatos que ya solo consumen los mayores de 65 años. ¿Qué encontramos pues en las pantallas actuales? De Hollywood llegan sobre todo franquicias, remakes y sagas, tanto de cine de acción y aventuras como de superhéroes. Se trata de películas cuyo éxito depende en gran parte del fenómeno fan. Son esos fans los que, sin pretenderlo y gratuitamente, hacen las campañas de marketing de dichas películas en las redes sociales. También se estrenan muchas cintas de terror –clones unas de otras- que tienen su particular nicho de espectadores.
El drama está de capa caída, y la comedia, bajo mínimos. Hablamos de Hollywood y del cine mainstream. En otras filmografías (francesa, asiática…) no ocurre exactamente igual.
La frase «Ya no se hacen películas como las de antes» no es un mero comentario de abuela nostálgica. En este caso refleja una realidad. Una realidad irreversible. El cine de corte clásico está en vías de extinción. Pero este no es el problema. La cuestión es si el cine «postclásico» es bueno o es malo. Si se está haciendo otro tipo de cine, pero es bueno, pues bendito sea Dios. Pero no parece que sea así. Echando un vistazo a las ganadoras del Oscar a la mejor película de los últimos años nos encontramos con títulos tan prescindibles como Todo a la vez en todas partes, CODA, Parásitos o La forma del agua. Si con ellas los académicos quieren señalar hacia dónde debe ir el cine, no parece muy halagüeño; si lo que pretenden es indicar hacia dónde van ellos, tampoco. Se trata de largometrajes que se ven y se olvidan. Ya no se suelen hacer películas inolvidables. Antes sí. Pero es que tampoco las stories de Instagram o los vídeos de Tiktok tienen vocación de permanencia. Y las redes sí que marcan tendencia.
Pero hay excepciones, afortunadamente. De momento no debemos dar por muerto el buen cine. En primer lugar porque desde Hollywood, de vez en cuando, siguen llegando películas que no son de usar y tirar; en segundo lugar porque, aunque faltan muchísimas películas memorables en las plataformas, se pueden encontrar allí bastantes obras maestras de otros tiempos; y en tercer lugar porque hay vida más allá de Hollywood. En Europa –incluyendo España- se hacen películas interesantes; de Asía nos llegan joyitas con alguna frecuencia; y también de Oriente Medio. Por ejemplo, si nos fijamos en las películas que compitieron por el Oscar a la Mejor Película de Habla Internacional de este último año, eran todas bastante recomendables: Yo, capitán, de Matteo Garrone (Italia), Días perfectos, de Wim Wenders (Japón), La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona (España), Sala de profesores, de lker Çatak (Alemania) y La zona de interés, de Jonathan Glazer (Reino Unido).
No podemos dar marcha atrás en la historia. El cine clásico siempre estará ahí para estudiosos, nostálgicos o frikis. Bueno, esperemos, porque para ello dependemos de la voluntad de las plataformas. Y respecto al cine postclásico somos los espectadores los que podemos marcar tendencia apoyando lo bueno y dando la espalda a lo malo. Pero lo cierto es que lo bueno a menudo se estrena casi de incógnito, porque muchos medios solo quieren hablar de las películas de moda. Menos mal que existen otros, como El Debate, que rescata de la cartelera los ignorados delicatessen.