La frase de «ya no hacen películas así» bien podría haber sido acuñada para describir esta comedia disparatada. Ninguna sinopsis actual puede hacer justicia a esta historia en la que Cary Grant interpreta a un tímido y recto paleontólogo que conoce de la forma más inusual posible a la anárquica, voluble, alocada y libre Katharine Hepburn (sí, nada ver que con su personalidad real). El clásico de Howard Hawks de 1938 es tan asombroso en su verbosidad, tan vertiginoso en su ritmo, que amenaza con engullir a los espectadores si no se adaptan rápidamente a sus ritmos excéntricos, casi musicales. Para aquellos que lo hacen, hay cierta poesía en su diluvio de diálogos ingeniosos y rápidos y un sentido del humor escandalosamente divertido y retorcido.