Cine
Las tres películas del festival de Venecia que merece la pena ver
Ha sido L’orto americano el encargado de cerrar la sección oficial de la Mostra
Tres filmes fuera de concurso merecen citarse como broche final de este 81º Festival Internacional de Cine de Venecia: los italianos L’orto americano de Pupi Avanti e Il tempo che ci vuole de Francesca Comencini y el japonés Broken Rage de Takeshi Kitano.
Ha sido L’orto americano el encargado de cerrar la sección oficial del festival con esta historia de sabor gótico con el que Avati vuelve a conectarse con su inspiración inicial, la de filmes como Balsamus l’uomo di Satana o La casa delle finestre che ridono que lo dieron a conocer al público de su país en los años setenta del siglo pasado.
Dedicado luego a un cine costumbrista, en gran parte ambientado en su Boloña natal, Avati vuelve con su tradicional película anual que produce religiosamente con su hermano Antonio y en la que trabajan en distintas funciones sus tres hijos, Mariantonia, Tommaso y Alvise en lo que es verdaderamente una empresa familiar.
El huerto americano se ambienta al final de la segunda guerra mundial cuando un joven cree escuchar unos lamentos provenientes de un huerto trasero, atribuyéndolos a muchachas desaparecidas.
Seguirán otros hechos aparentemente sobrenaturales que posiblemente sean producto de la fantasía del joven y con los que Avati juega, borroneando habilmente los límites entre realidad y fantasía para confundir al espectador.
El protagonista es Filippo Scotti, que encabezaba el reparto de È stato la mano di Dio de Paolo Sorrentino, en referencia al famoso gol irregular de Diego Armando Maradona en un partido de copa mundial contra Inglaterra, y en un papel secundario reaparece la Rita Tushingham de Sabor a miel y el Dr. Zhivago.
En cuanto al filme de Francesca Comencini, este fue anunciado en todo momento como un homenaje a la figura de Luigi Comencini (1916/2007), uno de los cuatro ases de la comedia a la italiana, junto a Mario Monicelli, Dino Risi y Ettore Scola, cuando en realidad es el retrato de la entrañable y a veces conflictiva relación de la directora con su padre.
Una relación tan absorbente que en el filme solo aparecen ella y su padre, ignorando o dejando de lado a su madre y sus otras tres hermanas, todas ellas activas en la industria cinematográfica, inclusive Paola que es la decoradora de casi todas sus películas y ayer mismo fue premiada a la carrera, antes de la proyección oficial de Il tempo che ci vuole.
En esta relación casi amniótica de Francesca con su padre sale a la luz no tanto la figura de uno de los más grandes cineastas italianos, injustamente subvalorado con respecto a los otros tres mosqueteros de la comedia a la italiana, sino la de un padre amoroso y comprensivo, muy bien interpretado por Fabrizio Gifuni y secundado por Romana Maggiora Vergano, al mismo tiempo que pasa revista a los llamados años de plomo de la política italiana, cuando las opuestas facciones de extrema izquierda y derecha se desafiaban abierta y públicamente con bombas, secuestros y asesinatos.
Para Takeshi Kitano, la Mostra de Venecia es el lugar que lo consagró definitivamente al interés mundial gracias al León de Oro conquistado por Hana-bi en 1997 y de ahí en adelante el director decidió reservarle al festival la premiere mundial de casi todas sus películas, si bien renunciando al concurso a partir de ese momento.
La especialidad de Kitano son los filmes de yakuza (la delincuencia organizada japonesa) con su despiadada violencia pero también con sus inflexibles códigos de honor.
Con el correr del tiempo, Kitano transformó esa especialidad en sátira, utilizando en clave cómica los lugares comunes del género, mientras en Broker Rage revierte esa sátira sobre sí mismo, transformando su personaje tradicional de superhéroe criminal, de insospechada astucia y fulminante puntería, en un viejo señor que por los achaques típicos de la vejez falla en todas las actividades delictivas que tan bien había ejecutado en la primera mitad del filme.
En efecto, en la segunda mitad de esta minipelícula, que dura apenas 62 minutos y hasta parecería una anticipada burla a la desmesurada duración de los títulos del programa veneciano de este año, que casi nunca bajaban de las dos horas y media, para no hablar de las series de 8 y 10 horas, se reviven los mismos hechos pero en versión negativa, debido a la incompetencia del protagonista.
Dotado del refinado humor del que ha hecho siempre gala el actor, director y guionista japonés, el filme es casi un testamento o al menos una visión crepuscular de un género y de un protagonista, tal vez menor pero entrañable, del cine japonés moderno.