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Clint Eastwood, protagonista de la famosa trilogía del dólar

Historias de película

La película que cambió la historia del western y la vida de Clint Eastwood

Se cumplen 60 años de Por un puñado de dólares, la película fundacional del spaghetti wéstern con la que Sergio Leone redefinió todo un género e influyó en generaciones posteriores

Hay películas que están destinadas a cambiar la historia del cine, a marcar la cultura y el tiempo, a redefinir la manera de hacer películas, de verlas o de entenderlas. El nacimiento de una nación, Ben-Hur, Star Wars o Tiburón son algunos ejemplos. También lo es Por un puñado de dólares.

En 1963, Sergio Leone, un joven director de cine italiano que se había criado en superproducciones americanas y había debutado como realizador con El coloso de Rodas escribe con otros tres guionistas una historia ambientada en el Oeste. Su idea de hacer wésterns italianos llevaba años rondando su cabeza. Tal vez desde que en 1961 viera Yojimbo de Kurosawa, que acabaría denunciándole por plagio. O tal vez desde niño, cuando veía incansablemente películas de John Wayne en su Roma natal. El caso es que en 1964 su guion vio la luz con una película barroca y desmesurada con la que el cine cambiaría radicalmente.

Por un puñado de dólares cuenta la historia de un pistolero sin nombre, un gringo mugriento que llega a un pueblo donde viven dos familias enfrentadas, una traficante de armas y la otra, de alcohol. Y observando, paciente, es cómo el anónimo personaje, guapo, frío y de pocas palabras, tratará de sacar tajada. Él era Clint Eastwood, un actorcillo de televisión que había hecho la serie más o menos exitosa en Estados Unidos Rawhide y que tenía un caché tan bajo que era el que la exigua producción de Leone, que quería a Charles Bronson, se podía permitir. Así que, sin hablar una palabra de italiano, Eastwood se vino para España y se compró de su bolsillo un poncho en un mercadillo ambulante de Almería. Además, el amigo de la infancia de Leone, Ennio Morricone, compuso una banda sonora con efectos de castañuelas y silbidos porque no tenía presupuesto para conformar una orquesta con suficientes cuerdas. Y así todo.

El resto, es historia.

La trilogía del dólar

La película se estrenó en cines de pueblo y de segunda en Italia, pero el boca-oreja hizo que semana tras semana las salas de todo el país pidieran más copias. Eastwood no le enseñó ninguna a su familia. Le daba miedo que entendieran la forma de hacer wéstern que había ideado aquel italiano loco con el que solo se entendía con intérprete, y a veces ni eso.

El western que lo cambió todo

Sin embargo, un Leone visionario se sirvió de la imagen aquel héroe de intenciones oscuras para conformar un tipo de cine al que los críticos y productores se referían, no sin cierta sorna despectiva, como spaghetti wéstern.

Sin carta fundacional ni hoja de ruta, Leone fue proclamado padre de un género bastardo que no se limitaba a imitar al clásico americano, sino que le daba una vuelta de tuerca proponiendo como protagonista a un personaje egoísta y avaricioso que, solo al final, muestra un atisbo de bondad. Además, todo era sucio y polvoriento, la trama huía del fuerte, el ferrocarril, el conflicto con los indios o la construcción de nación, para centrarse en la frontera mexicana donde, además, los discursos honorables de los héroes daban paso a las razones sádicas de los villanos. Por un puñado de dólares lo cambió todo y la gente lo adoró. Leone rodaría al año siguiente, también en España, La muerte tenía un precio y, en el 66, ya con dinero de Hollywood de por medio, El bueno, el feo y el malo, conformando la denominada Trilogía del dólar que él no concibió como tal y que se conoce de este modo por tener en los tres filmes a un Eastwood sin nombre -y con el mismo poncho- como protagonista.

Pero lo verdaderamente sorprendente del filme es su manierismo. Sus picados, contrapicados, cortes discordantes, primerísimos primeros planos, profundidades de campo y largas tomas estáticas con que deleitó al respetable de los años 60 que estaba acostumbrado a las bellas cabalgadas por Monument Valley. Aquí había belleza también, pero más violenta, más sucia, menos honorable… Belleza en la composición, no en los personajes, ni en sus intenciones, ni en su mensaje. Y, sin pretenderlo, nacía también uno de los géneros más profundamente morales que ha habido.

'Por un puñado de dólares' (1964)

En 1966, Sergio Corbucci estrenaba Django y Damiano Damiani, Yo soy la revolución. En 1967, Sergio Sollima haría El halcón y la presa y Tonino Valerii, El día de la ira. En 1968, Mario Caiano, Su nombre gritaba venganza y Gianfranco Parolini, Si encuentras a Sartana… ruega por tu muerte, y así hasta 600 títulos que acabarían influyendo en el propio género americano del que, precisamente, estos cineastas trataron de distanciarse.

Hoy sigue debatiéndose sobre la contribución real del spaghetti wéstern a la historia del cine o si influyó en el montaje del cine acción o en la aproximación a la violencia del thriller. Pero lo que es seguro es que redefinió todo un género, o tal vez lo innovó, o tal vez lo parodió. Y que ya nada sería lo mismo. Todo empezaba así, en 1964, con un pistolero llegando a un pueblo maldito, sin pasado ni futuro. Solo con su revolver y sus bolsillos vacíos.