Crítica de cine
'Waldo', el impactante documental sobre la vida y la muerte de Waldo de los Ríos
El documental de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega indaga en la vida del músico
Hace un mes se estrenó un interesante documental de Pilar Concejero sobre la cantante Jeanette. En esa película quedaba claro que en los años sesenta y setenta, si alguien quería triunfar en España en el mundo de la canción, solo había un camino seguro: Hispavox. Era una imponente discográfica, de enorme calidad técnica y sobre todo con una personalidad musical inconfundible. Los profesionales hablaban del «sonido Torrelaguna», en referencia a la calle en la que se ubicaban los estudios de grabación de Hispavox. Pero esta excelencia musical tenía dos pilares insustituibles: el productor Rafael Trabucchelli y el músico argentino Waldo de los Ríos. Los que peinamos canas recordamos perfectamente el lanzamiento del single del Himno a la alegría, con música adaptada de la 9ª Sinfonía de Beethoven por Waldo de los Ríos y cantado por Miguel Ríos.
Este importante músico y arreglista, Waldo, en el momento en que gozaba del máximo prestigio profesional internacional –hasta Kubrick le quiso fichar para la banda sonora de La naranja mecánica– llenó las portadas de la prensa al aparecer moribundo por intento de suicidio en su finca El Olivar, en el madrileño Parque del Conde Orgaz. Se había pegado un tiro en la cabeza. Era 1977. Su mujer se encontraba en Italia por una cuestión de trabajo. Le trasladaron a la ciudad sanitaria La Paz, con un hilo de vida. Pero nada se pudo hacer. Tenía 42 años.
El documental de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega trata de indagar en la vida del músico para buscar hipótesis que expliquen su suicidio. Y a lo largo de la película encontramos a una madre muy dominante, implacable y posesiva: la cantante Marta de los Ríos. Ella había construido un vínculo de dependencia tóxica con su hijo y se opuso frontalmente a su boda con la actriz uruguaya Isabel Pisano, amenazando con quitarse la vida. Pero Waldo se casó y la relación de Isabel con su suegra fue siempre un infierno. El padre, el padrastro y la tía de Waldo también murieron por suicidio. Pero el gran detonante del desenlace fatal de Waldo fue su doble vida: era homosexual. En aquella época esa condición se escondía en el máximo secreto. Waldo estaba enamorado de un joven llamado Juan, que le rechazó. En la habitación donde Waldo se pegó un tiro había una cinta magnetofónica que repetía en bucle un mensaje telefónico de Juan: «Hola, Waldo. Ahora no puedo hablar. Espero que estés bien. Te llamo mañana. Un beso. Adiós».
El documental es muy respetuoso con esta historia trágica y triste, sin caer en el morbo sensacionalista. Lo que le sobra es el tramo final de apología LGTB, en el que se nos viene a decir lo feliz que hubiera sido Waldo en nuestros tiempos de hegemonía gay. Pero el espectador comprende, a la vista de la película, que el drama de Waldo era mucho más profundo y complejo que estar obligado a llevar una doble vida. Lo cierto es que la ley que penalizaba la homosexualidad se derogó unos meses después de la muerte de Waldo.
En cualquier caso, la película es un sentido homenaje a quien fue una figura imprescindible de nuestra música pop e hizo orquestaciones para Jeanette, Karina, Julio Iglesias, Rafael, María Ostiz, Los Payos, Los Pekenikes, Paloma San Basilio, Mari Trini, Miguel Ríos o Jaime Morey. También sus partituras sonaron en televisión, como en la serie Curro Jiménez o en Historias para no dormir de Narciso Ibáñez Serrador. Por cierto, la escena del documental en la que Ibáñez Serrador le va contando una historia a Waldo, que frente al piano va poniendo banda sonora al relato, es absolutamente memorable.