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Stanley Kubrick

Historias de película

La obra maestra de Kubrick que nunca quiso dirigir: «Es la única de mis películas que no me gusta»

Necesitó hacerlo para poder financiar Lolita

A poco que se conozca la filmografía de Kubrick se sabe que hay una película que desentona entre todas las demás. Y no por el tema, ya que la filmografía del neoyorquino no puede circunscribirse a ningún género, sino porque el director de El resplandor, Eyes Wide Shut, 2001: una odisea del espacio o La naranja mecánica, películas radicales y profundas, no estaba en su elemento haciendo cine épico.

Kirk Douglas y Stanley Kubrick habían hecho juntos Senderos de gloria en 1957 y el actor se había quedado entusiasmado con su trabajo. Su siguiente proyecto iba a tener igualmente un componente bélico considerable y, como en aquella, él iba a ser el más absoluto protagonista y productor.

Pero todo empezó mal desde el principio. Para empezar, porque Douglas estaba intentando levantar una película, por un lado, que Yul Bryner estaba intentando hacer por otro, la adaptación de la novela Espartaco de Howard Fast, y el proyecto sería para el primero en llegar. Segundo, porque no encontraba estudio que se lo financiase e iba a necesitar más de seis millones de dólares (acabó costando 11). Y, tercero, porque el guionista al que había encargado el proyecto, Dalton Trumbo, no podría firmarlo con su nombre, ya que seguía en la lista negra del Comité de Actividades Antiamericanas hasta que no se desvinculara públicamente de sus ideas comunistas.

El primer director que Douglas tenía en mente era David Lean, que estaba en la cresta de la ola debido al éxito de El puente sobre el río Kwai. Luego, cuando Laurence Olivier firmó por su papel de Craso, firmó también para dirigirla, pero abandonó la idea cuando le ofrecieron una tournée de teatro para ese mismo año. Douglas lo intentará entonces con Delmer Daves y con Joseph Leo Mankiewicz, pero no le convence ninguno porque él estaba pensando ya en el director que le parecía más estimulante para un proyecto inmenso que debía tener un componente emocional también grandioso: Kubrick. Pero este estaba comprometido con Marlon Brando para rodar El rostro impenetrable, así que Douglas contrata al efectivo y genial director de wésterns Anthony Mann.

La historia era la de un esclavo gladiador que se levanta contra Roma conformando un ejército de gladiadores que acabará desestabilizando las bases sociales y económicas de la República.

Mann comenzó el rodaje con las primeras escenas del filme, tanto las de Espartaco en la cantera donde es comprado como las de la academia de gladiadores de Capua. Pero después de tres semanas de trabajo y de pagarle íntegramente su sueldo, Douglas le despide y se planta en Nueva York para convencer a Kubrick, ya que se ha bajado del proyecto de Brando. Ese mismo fin de semana lee el guion y pide 150.000 dólares por hacerla ya que acaba de comprar los derechos de Lolita de Nabokov y necesitaba dinero para llevarla al cine.

Nada más empezar el rodaje, Kubrick, de 31 años, rueda de nuevo las escenas de Mann en la academia de Batiato, despide a la actriz Sabine Bethmann y contrata a Jean Simmons para hacer de Varinia y deja claro ante un cartel de actores estrellas que son también directores —Charles Laughton, Laurence Olivier y Peter Ustinov—, que Espartaco solo tendría una persona al mando: él. El director muestra serias reservas con el guion de Trumbo que cambia constantemente y cuyas soluciones de continuidad revisa y cuestiona sin parar. Tal es la tensión que se genera en el estudio, que Trumbo se pone en huelga y no corregirá ni una coma del guion hasta pasado un mes. Además, Kubrick, que era fotógrafo, se mete permanentemente en las decisiones del director de fotografía Russell Metty y trabaja exageradamente despacio, algo que dispara el presupuesto y hace plantearse seriamente a Kirk Douglas la idoneidad de Kubrick al frente de un proyecto tan mastodóntico.

Sin embargo, la vuelta de Trumbo al plató para incluir algunas escenas sobre la parte más humana del personaje, el apoyo de la Universal al escritor maldecido, la contratación de Yakima Canut como director de la segunda unidad y escenas de batallas y la finalización del rodaje de estas en España, hace que para el otoño de 1960 la película esté finalizada. Pero Douglas, Trumbo y Kubrick, que había estado encerrado durante semanas con el montador Robert Lawrence, acabarían mostrando su rechazo a la versión estrenada del filme, ya que Universal había suprimido media hora del metraje final. Montaje que no pudo recuperarse hasta 1991.

Kirk Douglas en Espartaco

Con todo, la película es un éxito rotundo y por mucho que la Legión Americana y otras asociaciones anticomunistas intenten boicotearla, los elogios de John F. Kennedy a la salida del cine catapultan la taquilla que le lleva a recaudar, solo en Estados Unidos, más de 14 millones de dólares y a ganar cuatro Oscar (actor secundario —Ustinov—, fotografía a color, director de arte a color y vestuario a color). Además, la crítica fue tajante: obra maestra.

Stanley Kubrick, sin embargo, no mostró nunca demasiado entusiasmo por Espartaco y Douglas nunca le perdonó que dijera: «Es la única de mis películas que no me gusta». Ante ello, el actor y productor sería igualmente claro: «No hay que ser buena persona para tener mucho talento (…) Kubrick es un mierda con talento».

Lo que a día de hoy es innegable es que la precisión técnica de Espartaco, la belleza de sus imágenes, la grandeza de su historia, su interés por el poder, la violencia, el deseo y el miedo, así como su crítica profunda hacia una sociedad en decadencia, conecta con los temas que el cineasta exploró siempre en sus películas. Y que por mucho que le pesara, Espartaco es tan de Kubrick como el resto.