Crítica de cine
'Emilia Pérez', una película con carga doctrinaria hecha con talento
Los números musicales del filme francés son, paradójicamente, cortísimos cuando probablemente sean lo mejor de la película
A pesar de la pereza que suelen generar las películas galardonadas en Cannes, Berlín o Venecia, había que ver Emilia Pérez después de su gran triunfo en los Premios del Cine Europeo para comprobar si realmente es un buen filme o tan solo el resultado de una correcta promoción y/o una directriz de los nuevos modos de imposición de una determinada manera de pensar.
Emilia Pérez algo me gustó. Especialmente en su primera media hora gracias a su capacidad de sorpresa. Y no tanto por la trama –un narco mexicano que contrata a una abogada para que le organice su cambio de sexo y la consiguiente retirada/huida del mundo del crimen y la violencia– como por la inclusión de pequeños números musicales, algunos brillantes, que a menudo recurren a esos recitativos «a la Broadway» que, perdón por el exabrupto, son una suerte más entretenida que los larguísimos de las óperas de Wagner.
Paradójicamente, los números musicales de Emilia Pérez son cortísimos, cuando probablemente sean lo mejor de la película, junto a la belleza estética de algunos encuadres, de algunas secuencias que, a su vez, se mezclan con otras pretenciosas y prescindibles. Esta película, como suele ocurrir en nuestros días, habría mejorado sobremanera con la figura de un productor que frenase y potenciase el evidente talento del director, Jacques Audiard, elevado como suele pasar en Europa a la inefable e inaprehensible condición de autor.
Emilia Pérez, precisamente por ser cine de autor, es muy irregular. Con media hora menos de metraje probablemente no se desinflaría tanto en su cuarto final, justo cuando el melodrama torna en cine de acción de serie Z. Con menos subvenciones y más industria, la película habría potenciado sus puntos fuertes, como la soberbia interpretación de Zoe Saldana, suavizado su carga crítica y/o propagandística y, sobre todo, pulido y/o eliminado sus escenas sosas y/o mediocres.
En cualquier caso, lo más llamativo de Emilia Pérez, y que sin duda explica su éxito en pasados y futuros premios, es su carga ideológica. Por un lado, se agradece su crítica a la violencia del narcotráfico. Por otro, escama su defensa de lo queer: se llega a identificar el cambio de cuerpo con el de alma, y no sorprende que lo que fue un hombre violento y arbitrario torne en mujer pacífica y enmendadora; cambio de sexo equivale a redención. Ese tufo androfóbico, tan almodovariano, muestra un paso más en la escalada sistemática y autoritaria de lo políticamente correcto –auténtica dictadura de pensamiento único–, que pretende imponer la especie de que la culpa de todo es del cisheteropatriarcado opresor.
Solo que aquí, frente a otras manifestaciones culturales, se ha hecho con talento. Emilia Pérez, a pesar de su irregularidad, de que a veces se sale de madre en su condición de posmoderna, es un filme aceptable pero heterogéneo: mezcla géneros, superpone tramas, y mezcla algunos momentos memorables, como el número musical al son de la canción Aquí estoy, con otros muchísimo peores. Llegarán más premios, pero no necesariamente por su calidad cinematográfica, sino por su carga doctrinaria. Y eso es para preocuparse.