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Lee Jung-jae, protagonista de El juego del calamarNetflix

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'El juego del calamar 2': siete capítulos entretenidos pero con toques 'woke'

La segunda temporada de la serie sigue teniendo interés porque no es una mera repetición de la primera

Con el triunfo de Parásitos en los Oscar –aquellos premios que antaño promocionaban el cine de Hollywood y ahora aspiran a ser un festival europeo más– se abrió al mundo el universo audiovisual coreano, refrescante en cuanto diferente, tenebroso en sus propuestas, que a menudo lleva a sus personajes a límites insospechados.

Como ocurre en El juego del calamar, serie coreana de Netflix que nos trasladó a un reality donde los concursantes mueren de verdad, donde el «solo puede quedar uno» huye de la ciencia ficción o el futuro distópico para situarse en una Corea contemporánea llena de desesperados que harán lo que sea necesario para conseguir salir del hoyo en el que andan metidos.

Con una estética brillante, mezcla de lo carcelario con lo infantil, El juego del calamar fue un éxito mundial que sorprendió a propios y extraños con un planteamiento original, unos personajes cercanos, unas emociones básicas muy bien planteadas, algunos capítulos memorables –como el de las canicas– y una estética que ya forma parte de la memoria colectiva.

Como parece inevitable con cualquier éxito, se ha estrenado una segunda temporada. En esta ocasión, el concursante 456, protagonista y ganador de la primera temporada, vuelve para intentar acabar con este entretenimiento tan cruel que, bajo el disfraz de juegos infantiles, esconde auténticos asesinatos creados para divertir a unos cuantos millonarios.

El juego del calamar 2 parte con una gran desventaja, pues pierde la principal virtud de la primera temporada: el elemento sorpresa. Aún recuerdo la impresión que me causó aquel «escondite inglés» que castigaba cualquier mínimo movimiento con tiros en la frente. Por eso, y con escaso éxito, se ha buscado compensar la ausencia de novedad con unas secuencias de acción en las que se pretende crear un efecto catártico con la inopinada mezcla de sangrienta violencia con modos de videoclip al son de música infantil y/o clásica.

A pesar de ello, esta segunda temporada sigue teniendo interés porque no es una mera repetición de la primera. El antiguo caradura ahora busca la redención con aires de sacrificado héroe. Se rescatan temas clásicos como la cobardía o la camaradería… Y algo se consigue sorprender con giros de guion bastante forzados, pero supongo que eficaces.

Como suele pasar con lo audiovisual coreano, los personajes son bastante básicos, a veces hasta simple caricaturas, en aras de unos conflictos sencillos al alcance incluso de los críticos más estólidos. Y los diálogos sirven antes a la trama que al desarrollo de los personajes, lo que no impide que sus series y películas suelan recurrir a trampas burdas y evidentes para llevar el desenlace al extremo. Todo ello con una bonísima puesta en escena y un soberbio dominio de la cámara, la edición y demás apartados que componen una producción de estas características.

Ciertamente, estamos de enhorabuena porque lleguen perspectivas narrativas diferentes como la coreana. Sin embargo, la globalización lo abarca todo, y El juego del calamar 2 no es una auténtica segunda temporada, sino una primera parte de una segunda que quizás sea la final, en otro de esos involuntarios homenajes a los hermanos Marx. Por si fuera poco, también posee algunos toques woke, aunque menos evidentes que en Occidente y mucho mejor inscritos en el conjunto de la trama.

El juego del calamar 2 se compone de siete capítulos bastante entretenidos que consiguen mantener el buen nivel de una serie que sorprendió al mundo. Y que, con sus escaleras, sus músicas, su estética entre kitsch e infantil, ya forma parte del acervo colectivo.