Historias de película
¿Por qué usaba parche John Ford?
Junto a él, otros grandes directores llevaron parches, algunos a consecuencia de un accidente y otros por pura estética
En 1953, John Ford había dirigido más de 100 películas, había ganado cuatro Oscar y estaba en la cumbre de su carrera. Era un miembro de la industria conocido y respetado que siempre quitaba mérito a todos sus méritos y que jamás se consideró a sí mismo un artista. Es más, solo tres años antes, frente a sus colegas del Sindicato de Directores reunido para determinar su posición ante la caza de brujas del senador McCarthy, había dicho la frase que iría ya siempre pegada a su nombre casi como un epitafio: «Me llamo John Ford. Y hago wésterns». Sin más.
Huraño cascarrabias que odiaba la vida pública, odiaba hablar de sí mismo, odiaba conceder entrevistas, odiaba hablar de sus películas y, seguramente, habría odiado convertirse en uno de los directores más influyentes, importantes y grandes de la historia del cine, lo cierto es que Ford fue también uno de los directores más enigmáticos de todos los tiempos.
Decimotercer hijo de unos inmigrantes irlandeses que regentaban una taberna, nació en el estado de Maine el 1 de febrero de 1894. Se sentía profundamente americano, pero tenía una unión sincera con sus raíces irlandesas y estuvo siempre muy sensibilizado con la inmigración, dos temas muy presentes en su cine que está plagado de películas en las que dejó clara su idea del hombre, la existencia, Dios y América. Sin embargo, pese a la imagen de hombre rudo, turbio y difícil que proyectaba, su cine, que es tan entretenido como complejo, rebela que detrás de esa imagen había un artista sensible.
Se sumó al nuevo negocio del cine siguiendo los pasos de su hermano, Francis Ford, y debutó en la dirección en 1917 para, en el 39 cambiar la historia del cine al realizar La diligencia, la película que cambió el wéstern, un género ya por entonces anticuado y pasado de moda, para siempre. Desde ese momento hasta aquel 1953 no había dejado de trabajar, documentales de guerra incluidos. Por eso, cuando el director de Fort Apache y El hombre tranquilo empezó a sentir fatiga y niebla en los ojos, se sometió a una serie de pruebas que concluyeron en una operación de cataratas. Todo salió bien, pero en el postoperatorio, un impaciente Ford se retiró los vendajes antes de tiempo provocando en sus ojos una hipersensibilidad a la luz que él mitigaba con un parche. A partir de entonces lo llevaría siempre en uno de sus dos ojos, pues se lo iba cambiando de uno a otro indistintamente desatando toda clase de especulaciones e inmortalizando algunos momentos magistrales como el de él mismo contemplando Monument Valley en 1956 durante un descanso del rodaje de Centauros del desierto.
Otros tres directores parcheados
Además de Ford, otros tres grandes cineastas también son recordados por el parche que llevaban en uno de sus ojos. Uno fue el neoyorquino Roaul Walsh, director de El mundo en sus manos y Murieron con las botas puestas, que perdió un ojo en un accidente de coche en 1928 mientras intervenía como actor en la película La frágil voluntad. Otro fue el vienés Fritz Lang, director de Metrópolis o La mujer del cuadro, que desató toda clase de suposiciones, ya que hay fotos suyas con un monóculo en el mismo ojo en que, en otras ocasiones, llevaba el parche. Y, por último, el director de Rebelde sin causa y Johnny Guitar, Nicholas Ray, hacía uso del parche como consecuencia de una embolia que le costó el ojo derecho, aunque muchos cronistas de la época defendían que lo llevaba, en realidad, porque estéticamente le gustaba. Vamos, que no era tuerto, solo cool.
Lo que es innegable es que a estos magníficos directores, quizá gracias al parche, les acompaña un halo de misterio y que la estampa de John Ford, parafraseando a Sabina, «con parche en el ojo, con cara de malo, de viejo truhán capitán» es, gracias a él, mítica e imperecedera. Aunque esto a él, seguramente, le habría dado igual.