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Imagen de la serie Érase una vez el OesteNetflix

Crítica de series

'Érase una vez el Oeste', el wéstern de Netflix que no tiene nada de John Ford, Sergio Leone ni Clint Eastwood

La nueva producción de Netflix trata de revisar el wéstern siguiendo una fórmula previsible y violenta

La muerte del wéstern como género cinematográfico ocurrió, seguramente, en 1969 con el Grupo salvaje de Sam Peckinpah. Su defunción se solapó con el cénit del spaghetti wéstern, ocurrido en Europa entre 1964 y 1975 y todo lo que ha venido después, desde Don Siegel a Kevin Costner pasando, por supuestísimo, por Clint Eastwood está dentro de lo que podríamos llamar el post wéstern o el wéstern crepuscular donde hay auténticas obras maestras como Sin perdón (Eastwood), El renacido (González Iñárritu) y, claro está, Horizon: An American saga (Costner).

Estas consideraciones previas son importantes para entender que meter a un grupo de personas en el Oeste de Estados Unidos en el siglo XIX locos por sobrevivir con nativos, mormones, colonos y militares dándose de palos y pasándolo muy mal no convierte aquello en un wéstern. Un wéstern es otra cosa.

La esperada Érase una vez el Oeste, un título deliberadamente parecido al original de Hasta que llegó su hora de Sergio Leone que en inglés se llamó Once upon a time in the West, es un desatino. Netflix se suma al carro de revisitar los grandes géneros de la historia del cine, para realizar esta especie de neo wéstern postmoderno mediante la producción de una serie que es todo carcasa. Carcasa vacía.

La miniserie cuenta las aventuras y desventuras de una mujer y su hijo por atravesar el durísimo estado de Utah en busca de un nuevo comienzo y todos los desastres con los que se van encontrando, a saber, unos indios sanguinarios, unos mormones enfervorecidos, una milicia violenta, mucha sangre, mucha casquería y mucho barro. Eso sí, tiene algunos efectos curiosos, como la cámara temblorosa a un paso sólo de la cámara al hombro para favorecer nuestra integración en la historia, como si estuviéramos ahí sudando y luchando con ellos, y un etalonaje digital, o sea, el tratamiento del color y de la luz en la postproducción, para que todo sea muy gris, muy azul, muy deprimente. Nada hay aquí de las luminosas praderas de John Ford, de los paisajes áridos de Sergio Leone, de las grandes llanuras de Henry Hathaway… El nuevo género pide tenebrismo y estos productos lo muestran de la manera más burda posible.

¿Batallas impresionantes? Sí. ¿Personajes extremos expuestos a situaciones límite? Todos. ¿Intento de hacer una instantánea de lo dura que fue la vida en la frontera? Por supuesto. ¿Mujeres resilientes y víctimas al mismo tiempo? Obviamente. Es como si la serie la hubiera realizado una IA a la que se le han dado los ingredientes que ha de conjugar. Nos han dado un resultado formativo, muy del nuevo manual, pero sin alma.

Érase una vez el Oeste tiene algunos destellos de dignidad, algunos momentos de interés. No es un desastre absoluto. Hay que ser justos. Pero lo cierto es que la trama, los personajes, el dolor de lo vivido, la intensidad de lo narrado y el cruce de las historias, se pierden en la brutalidad estética haciendo del conjunto un todo monótono y repetitivo. Un viaje a ninguna parte, previsible, enfático, mísero y crudo que trata de satisfacer los intereses de los amantes del género que probablemente no los encontrarán aquí.

Y es una lástima, porque ganas y dinero hay. Y muchas. Pero el wéstern murió hace mucho tiempo, como murió el noir o como murió el cine de espías y el cine épico. Que traten de resucitarlo de tanto en tanto denota una desesperada necesidad de revisar la historia, de justificar el modo de vida americano, de poner el wéstern donde ellos creen que debería estar, de hacer una película muy del siglo XXI en los parajes del XIX.

El resultado es una serie sangrienta bien montada, pero ya, que, siendo muy benevolentes, es solo pasable. Y siendo justos, una pérdida de tiempo.