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Gina Lollobrigida y Tyrone Power, durante el rodaje en Madrid de Salomón y la reina de Saba

Gina Lollobrigida y Tyrone Power, durante el rodaje en Madrid de Salomón y la reina de SabaGTRES

Cine

El día que Tyrone Power murió en Madrid vestido de rey Salomón

Estaba hospedado en el Castellana Hilton y había cenado con Dominguín la noche anterior

El 13 de noviembre de 1958, un Tyrone Power de 44 años, guapo, sonriente y estrella rutilante del cine de los últimos veinte años, llegaba al cine Avenida de la Gran Vía de Madrid al estreno de Testigo de cargo, la película de Billy Wilder que había protagonizado con Marlene Dietrich. Fue el mayor éxito de su carrera. El actor, que entendía muy bien el español (su segunda mujer era mexicana), se hallaba satisfecho por la acogida del filme y, sobre todo, por el doblaje que hizo de su personaje el actor Ángel María Baltanás, una costumbre europea que él solía rechazar. Al día siguiente celebraba su estancia en Madrid cenando con Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé, a cuya finca La Companza iba a acudir ese domingo a una pequeña fiesta taurina celebrada en su honor porque Power, como Ava Gardner, adoraba la noche y la fiesta madrileña.

El actor estaba el cénit de su carrera y en la cumbre de su popularidad. Había empezado en el cine ayudado y empujado por su padre, también Tyrone Power, hasta que a finales de la década de los 30 logró un valioso contrato con la Fox, momento a partir del cual cosechó un éxito tras otro: Second honeymoon, Thin Ice, Amor y periodismo, Chicago, Suez, Tierra de audaces… Las mujeres le adoraban y los hombres deseaban ser como él. Y es que no hubo otro como Tyrone Power. En las dos décadas siguientes llegaron El zorro, Sangre y arena, Tiburones de acero, El cisne negro, El capitán Castilla, El capitán King, Al filo de la navaja y, por supuesto, Testigo de cargo. Actor solvente, de físico envidiable, trabajó, además, con todo el mundo: Rita Hayworth, Henry Fonda, Orson Welles, Susan Hayward, Gene Tierney, Maureen O’Hara, Loretta Young, Myrna Loy, John Barrymore, Joan Fontaine, Don Ameche o Charles Laughton y con los mejores directores de su tiempo: John Ford, William Wyler, George Sidney, Henry King, Henry Hathaway, Rouben Mamoulian, Fritz Lang o Billy Wilder.

En aquel otoño de 1958, un Power de 44 años pletórico se hallaba en Madrid para rodar Salomón y la reina de Saba, película dirigida por King Vidor que él mismo producía. El 15 de noviembre a las 8 de la mañana le fueron a buscar al hotel Castellana Hilton en que se hospedaba y fue a los estudios Sevilla Films a rodar las escenas de aquel día: un combate a espada entre él y George Sanders, hermano en el filme y amigo querido con el que había trabajado ya en cinco películas. Si bien Sanders utilizó un doble para esas escenas y solo intervino en los planos medios, Power quiso rodar todos los planos él mismo, lo que supuso un esfuerzo físico que al cabo de unas horas acusó.

A las 12:30 sintió molestias en el estómago y pidió detener el rodaje porque no podía soportar el peso y la presión de la coraza. Pálido y abatido fue acompañado a su camerino donde se tomó un coñac y se sentó a descansar. Pero como su molestia no remitía, decidieron detener el rodaje para llevarle a su hotel. Nada más llegar y desvanecerse, el médico de los estudios concluyó que estaba padeciendo un infarto y el coche de Gina Lollobrigida en que le trasladaban se dirigió al sanatorio Ruber en el centro de Madrid mientras un Power semiinconsciente que decía entre dolores «My God… My God…» agonizaba sobre el hombro de su amigo y productor, Ted Richmond. A la una y media de la tarde ingresaba cadáver en la clínica. Seguía vestido y maquillado de rey Salomón.

Tyrone Power y Danik Patisson, en el rodaje de la película Fiesta

Tyrone Power y Danik Patisson, en el rodaje de la película FiestaGTRES

La noticia conmocionó al mundo entero. Su mujer, Deborah Minardos, se hallaba en Ginebra en el ginecólogo en una revisión de su embarazo y devastada voló a España para repatriar el cadáver del actor; la Lollobrigida sufrió una conmoción al saber que su compañero de rodaje, que se fue indispuesto del estudio, había muerto una hora después y la noticia salió en primera plana de todos los periódicos del mundo, también de los españoles que recogían la noticia con estupor. En la base aérea de Torrejón se improvisó una capilla ardiente y desde allí los restos mortales de Tyrone Power fueron llevados a Los Ángeles, donde días después recibieron sepultura en el Hollywood Forever Cemetery.

La película, que llevaba rodado un 80 % del metraje, hubo de buscar un nuevo actor rápidamente y rodar todas las escenas de Power de nuevo, aunque se mantuvieron algunas en las que salía en planos generales. El elegido fue Yul Brynner, popular actor que si bien hizo una labor encomiable, no logró elevar el filme a lo que se esperaba de una superproducción que, seguramente, en manos de Power habría ido mucho mejor en taquilla y no se vería hoy tan envejecida.

Lo cierto es que el mundo del cine lloró sinceramente al actor americano porque con su muerte perdía a uno de sus más representativos héroes y a una de sus más queridas estrellas. A uno de los reyes de Hollywood que, vestido de rey, cerraba sus ojos en Madrid.

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