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Calabaza tallada de HalloweenWikipedia Commons

Halloween y la celebración de la muerte: ¿peligro o papanatismo?

La penetración de esta fiesta en la sociedad española encierra contradicciones notables y una entraña oscura que contrasta con los valores cristianos del Día de Todos los Santos

No se entiende bien en España una fiesta como Halloween en honor de la oscuridad y de la muerte si uno no acierta a ver la banalidad de lo que significa o de lo que, más bien, no significa. En una conocida cadena de restaurantes, de origen americano, ofrecen estos días entre calaveras un «"escalofriante" brownie de chocolate caliente coronado con catrinas de chocolate blanco (…) todo ello bañado en una "espeluznante" salsa bloody caliente…».

Es un buen ejemplo de la entidad de una celebración que, pese a su aparente ligereza, se opone a la tradición cristiana y católica que ha construido la cultura europea y que siempre ha celebrado la luz y la vida. Poco parecen poder hacer hoy los padres católicos para frenar la invasión hollywoodiense y comercial que ha suplantado (y amenaza con enterrar, para no sacarlo de debajo de la tierra, al contrario que a los zombis) el significado del Día de todos los Santos y el Día de Difuntos.

Jesús Sánchez Adalid, párroco y escritor, habla con contundencia de las «primeras células» que empezaron a implantarse hace años en la sociedad española «entre algunos esnobs, igual que los virus se introducen en la naturaleza».

El Padre Vincent Lambert, párroco de la archidiócesis de Indianápolis, aseguró a la agencia CNA que «el peligro radica en los trajes que glorifican el mal deliberadamente e infunden miedo, o cuando las personas pretenden “obtener poderes especiales” a través de la magia y brujería, aunque sea solo por diversión».

«Samhain»

No es de Estados Unidos, exportador y comercializador de esta extraña conmemoración, de donde procede una tradición globalizada y vana, sino de Irlanda y el Samhain. En gaélico significa «fin del verano» y marcaba el fin del año celta, cuando se supone que los espíritus de los muertos visitaban el mundo de los vivos y los druidas hacían ofrendas a sus dioses para obtener buenas cosechas.

The Hallowed Ones («Los santificados») es una expresión inglesa que se refiere a la víspera de la fiesta de todos los santos y Halloween es una mezcla de ambas. Los millones de irlandeses emigrados a América trasladaron esta tradición a Estados Unidos, que ha ido transformándose en el tiempo, como por ejemplo en el tallado de calabazas (según la tradición irlandesa Jack O’Lantern, la calabaza, engañó al diablo y fue condenado a vagar en la tierra por toda la eternidad con un nabo con brasas en su interior para iluminar su camino), que originariamente era de nabos y patatas.

En el «truco o trato», también originario del folclore irlandés, hay una recreación de cuando los niños pobres iban de puerta en puerta pidiendo limosna y comida. Cantaban o rezaban por las almas de los muertos y a cambio obtenían comida.

Esta costumbre versionada de dos mil años de antigüedad no sólo se ha extendido por Estados Unidos sino por el mundo, tapando tradiciones propias como el Día de todos los Santos, «la santidad de Dios en los Santos», cuyos inicios se remontan al siglo IV, en memoria de los santos no canonizados, y el Día de Difuntos, la fiesta que estimula la vida y no la muerte.

En la celebración de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos recordamos a todos aquellos que han formado parte de nuestra vidaJosé Antonio Rodríguez Salinas, Secretario general de CONCAPA

La diferencia entre ambos días la explicó mejor el Papa Francisco: «El 1 de noviembre celebramos la solemnidad de Todos los santos. El 2 de noviembre la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Estas dos celebraciones están íntimamente unidas entre sí, como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. En efecto, por una parte, la Iglesia, peregrina en la historia, se alegra por la intercesión de los santos y los beatos que la sostienen en la misión de anunciar el Evangelio; por otra, ella, como Jesús, comparte el llanto de quien sufre la separación de sus seres queridos, y como Él y gracias a Él, hace resonar su acción de gracias al Padre que nos ha liberado del dominio del pecado y de la muerte».

Contrasta la profundidad de la fe con la ligereza del paganismo que ni siquiera es paganismo. Halloween toma también elementos del Día de los Muertos, «la fiesta precolombina a la que Halloween contamina y lleva a lo superficial», afirma Sánchez Adalid.

Hace décadas que la Iglesia Católica intenta frenar la expansión de este «rito», del que advierte que no es «una fiesta inocente», pues tiene «un trasfondo de ocultismo y anticristianismo», según declaró hace años a El Mundo Joan María Canals, entonces director del secretariado de la comisión episcopal de Liturgia.

José Antonio Rodríguez Salinas, Secretario General de la Confederación Católica Nacional de Padres y Alumnos (CONCAPA), cree que «la celebración de Halloween, vendida por activa y por pasiva por los americanos, es una de sus pocas costumbres, que no sé si tradiciones, que exportan a todo aquel que quiera comprarlas, pretendiendo sustituir la celebración de Todos los Santos y también la de los Fieles Difuntos, en las que recordamos a todos aquellos que han formado parte de nuestra vida y que ya no están».

«Holywins»

El mensaje general de la comunidad católica sigue siendo constructivo. Un mensaje de fe, esperanza, caridad, prudencia, templanza o fortaleza como virtudes celestiales, pero lo cierto es que Halloween se ha convertido en una celebración invasiva «donde todo lo que se ha adherido, los zombis, las brujas, ahora El juego del calamar… aderezan el caldo de cultivo del virus, donde todo lo malo queda dentro», opina Sánchez Adalid, quien confiesa sentir «desazón y tristeza» ante los padres que acuden a pedirle consejo.

«Hay que explicarles a los niños la fe. La vida después de la vida. Hacerles saber por qué acudimos a los cementerios y encendemos una vela. Explicarles lo que hicieron sus abuelos», recuerda el párroco y escritor.

Hace doce años que la diócesis de Alcalá de Henares celebra Holywins («La santidad vence»), una iniciativa surgida en París en 2002, en la Víspera de la Solemnidad de Todos los Santos, donde se anima a los niños a participar en distintas actividades vestidos de santos para conocer sus vidas y recordar el llamado a la santidad que Dios hace a todos los católicos.

Holywins como baluarte contra lo comercial y la moda. La lucha contra el «virus» oscuro del cual se desconoce su origen y lo que representa. Precisamente por esto Pablo Velasco, profesor universitario, abogado, periodista y padre de familia considera que es una fiesta endeble, sin tradición, que no forma parte del patrimonio cultural.

«Halloween no pertenece a ninguna comunidad. Es una moda, y tengo la impresión de que es pasajera. Pienso que se desinfla. Hace años sí parecía introducirse, pero pienso que cada vez tiene menos importancia».

El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerteOctavio Paz, Premio Nobel de Literatura

El padre Lambert no cree que haya nada malo «en que los niños se pongan un traje, se vistan de vaquero o Cenicienta y pasen por el barrio pidiendo dulces. Es una diversión sana», explicó, y aconsejó que una de las mejores cosas que los padres pueden hacer es utilizar Halloween como un momento de aprendizaje y explicar a los niños «por qué ciertas prácticas no conducen a nuestra fe e identidad católica».

«Yo veo razonable creer en la resurrección. La fe inunda toda la vida. He escuchado a gente decir: “Feliz Halloween”, y ver cómo se sentían ridículos», afirma Velasco.

«Sustituir la calabaza por las castañas, típicas de nuestra tierra y del otoño y "recordar" a los alumnos, con independencia de la creencia religiosa. El sentido de esta fiesta se hace necesario para no olvidar nuestras raíces culturales», indica Rodríguez Salinas.

Jugar con la muerte

Hondura o levedad, como cada cual quiera o pueda interpretarlo, están presentes en la penetración de esta moda que encierra contradicciones notables y casi verdades universales de la sociedad occidental. Padres que muestran reparos o se asustan ante la idea de que sus hijos vean a sus seres queridos muertos y sin embargo no les importa o no les queda más remedio que permitirles jugar con un concepto trivializado e incluso violentado de la muerte, que nada tiene que ver con la muerte a la que se refería Octavio Paz: «El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte acaba por negar a la vida».

«Yo pretendo transmitirles a mis hijos que tengan capacidad de criterio», admite Velasco, «y esa capacidad de criterio no puede existir en un señor con colmillos». No tiene ninguna maldad disfrazarse, como tampoco la tiene la tradición misma, con todo su significado, o con su falta de él, en Estados Unidos. Tampoco quizá lo tenga la misma importación de la fiesta después de todo, a pesar de ser, en esencia, o precisamente por ser, una inmensa idiotez sin la personalidad necesaria para enterrar la fe (como si fuera la lucha del bien contra un mal defectuoso, cutre) o para no permitirle a un padre mostrarle a sus hijos, como dice Pablo Velasco,  «lo bello, lo bueno y lo verdadero».