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Jon Lee Anderson en 2007

Jon Lee Anderson en 2007©RADIALPRESS

Jon Lee Anderson o cuando el revisionismo antiespañol más desacreditado coloniza los medios más prestigiosos

El controvertido periodista estadounidense publica un nuevo artículo en 'The New Yorker' apoyado a conciencia en todos los tópicos sobre la «España Negra»

Gracias a un reciente artículo de Jon Lee Anderson publicado en The New Yorker hemos sabido que los españoles acabaron con la población nativa de América y que España sigue siendo un estado fascista. Con Jon Lee Anderson suele suceder que nos enteremos de cosas asombrosas. El escritor español Antonio Muñoz Molina ya tuvo una conocida disputa con el americano: «Incluso el reputado Jon Lee Anderson, que vive o ha vivido entre nosotros, miente deliberadamente, sin escrúpulos, consciente de que está mintiendo y de las consecuencias, cuando escribe en The New Yorker que la Guardia Civil es una fuerza paramilitar».

Anderson le dijo a Molina que era «un troll, como Trump», que es como decirle «fascista», o la respuesta automática del manual progresista, del woke, moderno. Teodoro León Gross diseccionó las formas de Anderson en un artículo (Desmontando a Jon Lee Anderson) publicado en Letras Libres, donde el periodista californiano escribía sobre el 1-O en Cataluña: «El derecho al voto ha estado bajo asedio en los Estados Unidos en los últimos años […] Pero ningún ciudadano aquí o en ninguna democracia espera que la policía los ataque si intentan votar. Sin embargo, eso es lo que sucedió el domingo en la región española de Cataluña…». Nada se mencionaba en todo el artículo, por ejemplo, entre otras muchas cosas analizadas al detalle por León Gross, de que el referéndum iba en contra de la ley.

Anderson, por lo que parece, acostumbra a desconocer los hechos o a falsearlos, circunstancia que no debe de incomodarle a tan prestigiosa publicación como The New Yorker. La aceptación de unos hechos de parte y la ocultación de otros conforman las teorías orientadas de Anderson, que escoge las fuentes (al menos en el artículo referido sobre el referéndum de Cataluña y el que desencadena este texto) sin ningún reparo para violentar el rigor y la verdad, al fin y al cabo: los hechos.

En su último artículo, de nuevo en The New Yorker, titulado: Por qué España tardó en desaprobar a Franco y aún apoya a Colón, comienza Jon Lee Anderson relatando una anécdota con un abogado español, a propósito de los trámites de una herencia en España, donde «un empleado comprensivo» le había advertido de que, «si no le agradaba al abogado», el papeleo «no seguiría adelante».

Solo con esta descripción principiante, donde un hecho sucedido en la España plenamente democrática de los noventa es descrito como si hubiera sucedido en un lugar donde imperasen no solo el capricho de los potentados sino también las costumbres atávicas de un país autoritario, ya deja ver las intenciones ideologizadas, sin remisión falsarias y parciales, que más adelante desarrolla, porque las necesita, el texto.

Muerte en la tarde

Jon Lee Anderson introduce casi sin decoro premisas adulteradas para desplegar sus relatos plagados de revisionismos, ocultismos y conceptos y terminología para wokes («Se podría decir que, cuarenta y seis años después de la muerte de Franco, el ultranacionalismo y el extremismo de derecha han retomado un lugar cercano al mainstream..., pero, en verdad, nunca estuvieron lejos...»).Es como Muerte en la tarde, de Hemingway, pero escrito a través del engaño consciente, como afirmaba Muñoz Molina, en vez de con la pasión de la admiración por la Fiesta de un extranjero. Jon Lee Anderson es un extranjero que no sabe de lo que escribe, o que más bien lo sabe y conscientemente tergiversa una realidad con un reporterismo dirigido, que incluye o no al gusto testimonios y hechos para describir una realidad amañada que tan felizmente compra The New Yorker.

«¿Sus antepasados estuvieron involucrados en la Conquista, la Conquista de las Américas?», escribe Anderson que le dijo al abogado español «para agradarle». «Me miró con frialdad y dijo: "Eso no fue una conquista, sino una liberación"». El relato andersoniano, casi increíble, va tomando forma, de modo que, a la mitad del texto, el lector próximo a la idea (o ideología) subyacente en el artículo ya esta convencido e incluso emocionado.

Cuando la cosa empieza a subir por las laderas del Día de la Hispanidad y Anderson, inequívoco admirador del Che, empieza a agitar la coctelera, la explosión de sabores ya es casi tropical donde, por ejemplo, la negación del holocausto es casi lo mismo que lo que afirman quienes hablan positivamente de la Conquista de América.

Aparecen así Aznar y Abascal, la Ley de Amnistía, Zapatero, Rajoy y Sánchez, la Ley de Memoria Histórica y no aparece Tom Cruise subido a una barra moviendo las caderas mientras mezcla un Bloody Mary y contempla a lo lejos desde un bar de Guadarrama el Valle de los Caídos de milagro. Una breve historia fantástica de España, no ya de una España Negra sino como hecha de patchwork, versionada en dos mil palabras que solo pueden concluir  malvada y churrimerinamente con un pobre y casi incomprensible colofón, a medio camino entre el deseo y el alucinamiento: «Quizás algún día, en un futuro no muy lejano en España, Colón finalmente sea sometido al mismo tipo de revisión que Franco».

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