José Ángel Mañas: «Mi interés por la historia se debe a las turbulencias identitarias: quiero saber qué es ser español»
El escritor de «Historias del Kronen» resucita en «¡Pelayo!», su nueva novela, al rey astur, «más importante para Europa que el Rey Arturo»
veinticinco años han pasado desde su gran éxito, Historias del Kronen, su ópera prima y con la que quedó finalista del Nadal en enero de 1994. Tenía 22 años y contaba lo que podía haber sido su vida, o la de sus colegas: catorce días llenos de drogas y excesos. También de angustia y nihilismo. La novela revolucionó el panorama editorial e incluso se convirtió en un fenómeno que copaba portadas y tertulias en la televisión. A él, tanto éxito se le atragantó. Pero su carrera no ha parado desde entonces: más de diez novelas y diversos ensayos le avalan.
Dedicado desde hace unos años a la novela histórica –algunos de sus temas predilectos son el inicio de la Guerra Civil en 1936 (Episodios republicanos), la resistencia de Numancia (El hispano) o la conquista de América (Conquistadores de lo imposible)–, acaba de publicar ¡Pelayo! (La Esfera de los Libros) para reivindicar lo que según él fue el origen de España. «Se está tratando de imponer otro relato identitario, pero el Rey Pelayo es de todos, y es el origen de España», asegura en esta entrevista con El Debate en el que, digno del estilo que lo caracteriza, salta de un tema a otro con pasión y dispersión.
¿De qué trata su nueva novela, ¡Pelayo!?
He querido recrear la invasión musulmana del año 711. En mis anteriores novelas históricas he ido tratando hitos de la historia de España, como los primeros días de la Guerra Civil, la conquista de Hernán Cortés o el cerco y la destrucción de Numancia. Pero me quedé con una pregunta: ¿cómo es posible que los romanos tardaran 200 años en conquistar toda la Península, y en el 711 los musulmanes-magrebíes se hicieran con ella en muy pocos años? Ellos mismos se jactan de que la derrota fue fulminante. Es lo que hicimos nosotros en América: cuando el imperio está centralizado, tienes que conquistarlo pueblo a pueblo. Los romanos habían hecho ya el trabajo sucio y los musulmanes se encontraron un solo centro de poder: Toledo. Y Pelayo es el héroe que he escogido para contar esta historia.
¿En qué documentos se ha basado?
Principalmente en las Crónicas Alfonsinas: se sabe muy poco de aquella batalla y de la figura de don Pelayo. Aparece como un personaje cercano a la familia real, que probablemente participó en Guadalete y que estuvo en la caída y luego en el arranque de la Reconquista. Es un periodo muy turbulento, muy interesante, y este personaje me permitía recrearlo.
¿Por qué es una figura que deberíamos reivindicar?
Lo curioso es que apenas se conoce. Todos conocemos las leyendas del Cid o el Rey Arturo, que es un mito fundacional. Por delante de Arturo solo está Ulises. Si comparas la importancia histórica, Arturo fue un britanorromano que dirigió la defensa de Gran Bretaña contra los invasores sajones a comienzos del siglo VI: su importancia para la historia de Europa es relativa. En cambio, Pelayo es mucho más importante; su importancia es absoluta. Es muy superior. Además, es una leyenda muy bonita y había que sacarla a la luz.
Hay muchas brumas y muy pocas fuentes históricas, y su figura es fuente de controversia entre historiadores.
El historiador Henry Kamen dice que no hay nada sólido que valide la existencia de Pelayo, pero tampoco su inexistencia. Las Crónicas son un gran documento, aunque dicen que están contaminadas de propaganda alfonsina porque les interesaba que el primero del linaje tuviera un cierto empaque. Solo tenemos esas crónicas, y si las cuestionas en absoluto… te quedas sin nada. Podemos preguntarnos si fue una batalla o una revuelta, si Pelayo era hispanorromano o godo, pero no se puede cuestionar que no existiese. Puede estar envuelto en bruma pero alguien existió, y es el héroe fundacional de lo que conocemos como España. Yo me he apoyado en esos documentos, los he ambientado en la realidad de la época y he recreado la invasión musulmana con el máximo realismo posible. Todo lo que se puede saber sobre Pelayo está en mi novela.
¿Cuánto hay entonces de ficción y cuánto de historia?
El propio don Pelayo habita entre la leyenda y la realidad, pero eso hace bonito al personaje. Él representa el inicio de la Reconquista. Es lo mismo que la batalla de Covadonga: es irrelevante que hubiera 200 o 200.000 personas. Hubo un contingente que fue hacia las montañas, trató de reducir a los cristianos y no lo consiguió. A partir de ese momento ese espacio, Picos de Europa, en el que había astures, visigodos nobles e hispanorromanos descontentos por la invasión, se convierte en el origen del Reino de Asturias, que luego se convertirá en España. Esto es incuestionable.
¿Y por qué se cuestiona?
El problema hoy es que hay una lucha en el relato político y hay otra en el relato histórico. En España hay nuevos relatos identitarios que se están imponiendo, y hay otro que se está cuestionando completamente. Pero don Pelayo es de todos, y a mí me interesa ahondar en este concepto de la identidad española. La perspectiva que yo tengo en mis novelas es esta: entender. En esta guerra por los relatos, hay uno que está absolutamente cuestionado, y los novelistas históricos estamos contando historias que ya no se encuentran en los libros de texto.
Los novelistas históricos estamos contando historias que ya no se encuentran en los libros de texto
¿Tiene miedo entonces a la controversia que rodea el tema?
No. Mi interés por la Historia se debe a las turbulencias identitarias: quiero saber qué es ser español. Por eso he escrito este ciclo de novelas. Yo soy novelista, no soy político, y no puedo reducir la estética a ideología; eso no funciona. Busco hacer novelas con unos personajes y situarlos en un contexto, y hacerlo me ayuda a entenderlo. Pero mi lucha no es política: yo busco emocionar. Mi lucha es otra. Decía Chéjov que si quieres ser universal, hables de tu pueblo, y yo soy muy defensor del localismo, porque creo que la Historia de España es de las mejores del mundo y que desaprovecharla sería una locura. ¡Hasta Mel Gibson quiere llevar la leyenda de Pelayo al cine!
Ya se ha metido en otros follones como la Guerra Civil, la resistencia de Numancia o la conquista de América. ¿Se ha encontrado mucha oposición?
Hoy en día asistimos a un revisionismo constante: se está reescribiendo la historia. Nuestro mayor problema es el tema identitario nacional. Si retirásemos todas las banderas podría aceptarlo, pero quitar solo la española... Además, en la colonización española hay elementos que permiten sacar pecho. Pienso en las leyes de Indias frente al libro negro de Luis XIV. ¡Pero se pone todo al mismo nivel! Hay cuestiones de la discusión sobre el colonialismo que son injustas, son una cuestión de propaganda. Y ahí tanto los ingleses como los franceses, que tienen mucho que esconder, nos han ganado la batalla. Hablemos de cuando llega Hernán Cortés a Tenochtitlán y se da un abrazo con Moctezuma, o de cuando Cabeza de Vaca cruza América a pie; hablemos de La Misión, de Cartagena de Indias, de las leyes de protección a los indígenas. Esto es un debate social, y tenemos que luchar contra la leyenda negra española.
La historia de Pelayo puede leerse también en clave política, como símbolo de la resistencia contra los musulmanes. ¿Encuentra algún paralelismo con el momento presente?
A ese nivel hay que sacar pecho. Ahí tienes a Napoleón en Los Inválidos, cuando dejó cuatro millones de muertos… Si empezamos a tirar estatuas, las tiramos todas: ¿cómo se puede rendir culto a Napoleón? Con todo y con eso, creo que lo mejor es mirar hacia delante, y tampoco creo que se pueda defender todo, porque también se han producido abusos de poder y había factores culturales que hoy no entendemos. Pero hay temas objetivos, como que los mexicanos son descendientes de los españoles, o que nuestra colonización no fue la peor ni mucho menos (descentralizamos el poder, fundamos universidades y hospitales): o hacemos una revisión seria, honesta y global, o no hacemos ninguna.
Si empezamos a tirar estatuas, las tiramos todas: ¿cómo se puede rendir culto a Napoleón?
¿Hay cosas que se pueden decir y otras que no?
Yo resisto. Mientras acepto muchas cosas de lo políticamente correcto, en el arte lo rechazo. Debemos permitir esa válvula de escape, es bueno para la humanidad que exista, y si la quitamos nos quedamos sin aire. Defiendo ese espacio. Antes era defensor acérrimo y absoluto de la libertad de expresión extrema. Ahora creo que tienen que existir filtros en los espacios sociales, pero no en los espacios artísticos. El arte tiene que conservar su capacidad perturbadora; si nos cargamos eso, podríamos llegar al totalitarismo. El ultimo bastión de la libertad es el arte. Sobre todo en Occidente, que es liberal.
La novela generacional de los noventa
Ha sido conocido mayormente por sus novelas generacionales, que tratan el tema de la juventud, la noche, el despiporre, lo sórdido (como Historias del Kronen o Mensaka), pero desde hace algún tiempo se pasó a la novela histórica. ¿Por qué este cambio?
Siempre me ha interesado la historia, pero antes hacía novela contemporánea. Los novelistas somos periodistas, trabajamos a partir del zeitgeist, para entender lo que está sucediendo. Vosotros producís artículos, nosotros novelas. Yo no he cambiado nada de Kronen a Pelayo. Una era en el presente y otra en el pasado, pero sigo intentando entender cómo es la sociedad en la que estoy. Todo pivota en torno a ello.
¿España es un personaje más en sus novelas?
Una vez se me fue con Alejandro Magno, pero aquella novela me dio a entender que si volvía a hacer novela histórica, tenía que ser sobre España, porque yo no entiendo el mundo fuera de la comunidad. Vivo, escribo y reflexiono para y sobre mi comunidad. Pero a veces el camino más recto para entender el presente no es el más corto, y por eso me he ido al pasado, por eso he empezado estudiando la Guerra Civil: para entender lo que sucede hoy.
¿A quién lee ahora, a quién admira?
Ahora me meto en otras lecturas. Galdós me encanta; me considero soy galdosiano. Es otro gran genio peninsular ninguneado internacionalmente. Y el año pasado escribí Una conversación con Emilia Pardo Bazán, un libro muy bonito del que estoy muy contento, así que me leí todo lo de la autora.
¿Qué opina de la aclamada autoficción? Mundo Burbuja no le acabó de gustar porque era demasiado autobiográfica…
Panza de burra es lo que más me ha gustado de gente joven, por el manejo de lo local y de la jerga. Es lo que me tira más de lo que estoy viendo. Me gustó mucho Triunfan los nuestros, que es lo contrario de la España vacía y que habla de que el verdadero drama de los pueblos son las drogas. También me encantó Carboneras, un libro precioso con historias de la cuenca minera de Asturias, una novela muy a lo Émile Zola. En todo lo que me gusta suele haber un componente de lo local, lo auténtico y lo autóctono. Tengo mucha filiación con la novelística de posguerra, con Aldecoa, Delibes, Cela... Me identifico con ellos. Kronen fue volver precisamente a lo más cercano: ese es mi prisma, que se ha afianzado con el tiempo. Aunque hago cosas muy diversas, razonablemente soy coherente. Decía Baudelaire que la contradicción es un derecho humano imprescindible...