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Camarón de la Isla y Paco de Lucía

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Día del Flamenco: el cante jondo y su leyenda del tiempo

El 16 de noviembre se celebra el Día Internacional del Flamenco, declarado por la UNESCO 'Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad'

Antonio Mairena tenía la teoría de que el flamenco es «una mezcla de cante gitano y folclore andaluz». Esto se lo dijo el Niño Rafael (así llamaban a Mairena) al periodista Juan de la Plata, entonces director de la Cátedra de Flamencología, en 1954: «El cante jondo no existe. Solo hay dos estilos: cante gitano y cante flamenco. El flamenco es una mezcla de gitano y folclore andaluz. El gitano es lo que se ha dado en llamar cante grande o cante jondo; que es la seguiriya, la soleá, el polo, la caña. El Flamenco las serranas, caracoles, la alegría, etcétera. Todo lo que está mezclado con folclore. Los más difíciles son la seguiriya y la soleá. También las bulerías pa bailar», que son las que ya taconean por Jerez en sus flashmobs en el Día Internacional del Flamenco.

Entonces decía Mairena que se sabía menos que nunca. ¿Qué se sabrá hoy? Dijo Camarón que a Manolo Caracol le gustaba su cante «aunque se rebelaba porque era mayor y era un genio». Camarón quería innovar sobre eso que decía Mairena de que la única orquesta que admite el cante es la guitarra andaluza, quería salirse del flamenco puro. Eso le llevó a la separación de su «hermano» Paco de Lucía. Camarón se fue a Sevilla, después de diez años de cumbre en Madrid junto a Paco, con el productor musical Ricardo Pachón y con los Amador y Kiko Veneno a los que le gustaba tanto La Niña de los Peines como Jimi Hendrix.

La Leyenda del Tiempo fue el principio y el final de la escapada, una suerte de flamenco interestelar que se quedó allí para siempre, flotando en un universo como en un callejón sin salida. Una rareza experimental y emocionante que no tuvo salida, pero quedó. Un día después de muchos años Paco de Lucía (este 16 de noviembre se convoca la primera edición del Premio SGAE de Flamenco Paco de Lucía) pasó por la habitación de Camarón en el hotel Alcalá y le dijo: «Qué pasa, maricón». «Maricón tú», le contestó Camarón, y el flamenco perdido volvió a la tierra Como el Agua y con el permiso del otro, de Enrique Morente, fusionador preciosista, artista del flamenco puro que se encaramó a las ramas.

Le contaba treinta años antes Mairena a De la Plata que aún había esperanza para el cante jondo en Pepe Pinto, casado con la Niña de los Peines, y Caracol. Y la hubo. Y la hay. Camarón cantaba de niño por las tabernas como Pepe Marchena, que no sabía ni leer ni escribir. Como La Paquera de Jerez. De las fraguas a los tablaos en vidas paralelas. De La Leyenda del Tiempo del de la Isla a la Ópera Flamenca del de las tarantas. Siempre el flamenco entre el pasado y el futuro, volando, y mientras tanto rodando en cada presente. Volaban las letras que se le perdían a Camarón y que casi siempre inventaba mientras cantaba, mientras actuaba, bajo la atenta mirada, la persona y la guitarra protectoras de Tomatito en la bulería que se escapa para que el Tomate la retenga.

En ella, en la bulería, o en la alegría («el flamenco siempre es una pena, y el amor es una pena también. En el fondo todo es una pena y una alegría», decía Camarón), en los palos flamencos voladores, como escobas harrypotterianas, se subieron los grandes del presente: Mercé, el Cigala, Poveda, Amigo, Estrella (Morente) o la gran dama del cante Carmen Linares.

Los actuales guardianes del flamenco cuyas llaves Mairena hubiera entregado a Pastora (y quién sabe si a la Rosalía), la Niña de los Peines que cantaba tangos, «la única persona que en España se lo merece», los gitanos conservadores del «eco», que decía el gran Mairena, el «eco gitano» tan difícil de conseguir y que «solo poseen los de mi raza, una de las cualidades que avalan el mérito de un cante bien hecho» que continúa su viaje eterno por el espacio como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

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