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El director de cine Luis García BerlangaEFE

Berlanga, el director que sublimó la existencia a través del arte del cine

La Cátedra de Investigación Luis García Berlanga profundiza en la figura y obra de uno de los creadores más prolíficos y relevantes de la cinematografía española, nacido justo hace 100 años

«Tengo miedo. L». Estas son las últimas palabras filmadas y firmadas por el director cinematográfico Luis García Berlanga, en el último plano de su última película, París-Tombuctú (1999). Y aunque las palabras de un artista deben siempre tomarse con cierta precaución –ya que suele ocurrir que la obra terminada es ajena, y a veces está reñida, con lo que el artista sentía o deseaba expresar cuando comenzó–, también deben ser escuchadas, leídas con especial atención y respeto. Sobre todo cuando esas palabras contrastan aparentemente en la forma y en el contenido con el universo creativo del artista.

Y la frase, «Tengo miedo. L», contrasta por su excesiva concisión con el barroquismo de la obra cinematográfica del director; o, más exactamente, con su berlanguiano universo diegético definido como coral, cómico, caótico, esperpéntico, miserable pero entrañable y vitalista.

La frase, «Tengo miedo. L», posee una turbadora exactitud. Y es ahí, en esa turbadora exactitud de las palabras, frente a la exuberancia verbal del cine de Berlanga, donde podemos sentir la angustiosa verdad del cineasta, de su filmografía, y también la del propio espectador.

«Tengo miedo. L» expresa, «sin vuelo en el verso», como dijo el poeta José Hierro en su poema Réquiem, una emocionada metáfora del dolor no sólo del cineasta, sino de cualquier ser humano ante los embates de la vida. La obra cinematográfica de Berlanga, desde su primera película, Esa pareja feliz (1951), codirigida con Juan Antonio Bardem, pasando por Plácido (1961) y El verdugo (1963) –ambas escritas con Rafael Azcona–, hasta la última, París-Tombuctú, muestra a unos personajes atrapados en el inevitable encuentro con las decepciones y el sufrimiento que a todo ser humano le depara la existencia.

Cartel de la película «París-Tombuctú», última dirigida por Luis García Berlanga antes de su muerte en 2010

Las películas de Luis García Berlanga tienen todas la misma estructura dramática. Una estructura dramática que el propio director, en el discurso pronunciado al ser investido Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia en 1997, explicó de la siguiente manera: «Se inician con alguien que tiene un proyecto de futuro en el que naturalmente está incluido el bienestar deseado y las dotaciones para ello. Y junto a ello, obviamente, la libertad personal como necesidad paradójicamente imperiosa. Pero en ninguna de ellas, desde esa Pareja Feliz a la última realizada, el protagonista puede alcanzar su meta. La sociedad le tiende sinuosamente las trampas suficientes para que el sueño, individual o colectivo, no llegue a realizarse».

«Arco berlanguiano» se denomina a este modo de configurar la trama de la historia. Un arco dramático, el berlanguiano, que muestra, con humor y tragedia, con piedad y comprensión, a unos protagonistas convirtiendo sus vidas, o como señala el propio director, «mis películas en crónicas de un fracaso».

Las películas de Berlanga dejan un regusto amargo, a pesar de estar aderezadas de un vivaz humor negro. La composición plástica de la mayoría de los últimos planos de los relatos de Berlanga son una amarga metáfora de la soledad de sus personajes. Las historias cinematográficas de Berlanga arrastran a sus personajes, sobre todo a los masculinos, a una patética e insatisfactoria existencia, debido a la espesa red de normas culturales en la que irremediablemente quedan atrapados hasta la asfixia. Los personajes de Luis García Berlanga sienten las normas culturales como producciones que coartan la libertad del individuo, hasta desear, intensamente, huir de la realidad que habitan. Huir hacia la muerte, como sucede en Tamaño Natural (1974), o a lugares imaginarios, como en Calabuch (1956) o París-Tombuctú.

Estas son historias de ficción, pero, como señaló Berlanga, «la realidad es mucho más grave. (…) Por eso mi pesimismo y recelo ante la sociedad que me cobija».

Que la vida, tal y como ha sido impuesta, «es demasiado pesada, depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles», ya lo expresó, sin la belleza poética del cine de Berlanga, Sigmund Freud en su obra El malestar en la cultura. Y, también, que la cultura no permite alcanzar la felicidad, el principal fin y propósito de la vida para los seres humanos. A pesar de que, como Freud argumentó, las producciones e instituciones que suman la cultura están pensadas para distanciar «nuestra vida de la de nuestros antecesores animales» y creadas con dos fines, «proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí». Ahora bien, Sigmund Freud también remarcó los diferentes lenitivos para hacer más soportable la existencia. Y entre los remedios para mitigar la penalidades de la vida nombró el arte.

La imaginación artística, tanto desde la posición activa del creador, como desde la pasiva del espectador, del lector…, ofrece cierto placer y consuelo ante las congojas de la vida.

No podemos negar que Luis García Berlanga sublimó la existencia a través del arte cinematográfico. Su universo imaginativo, berlanguiano, exorciza las miserias de la vida a través de la comedia, del humor negro y absurdo.

Y, posiblemente, la desgarradora, perturbadora y lacónica confesión, «Tengo miedo. L» expresa sin pudor el horror vacui de un artista que encontró refugio, ante los azares de la existencia, en la «opción mágica del cine», como él siempre decía.

*Begoña Siles Ojeda es la directora de la Cátedra Luis García Berlanga.