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León Tolstoi en su finca de Yasnaia Poliana, primer retrato ruso en color

León Tolstoi en su finca de Yasnaia Poliana, primer retrato ruso en color (1908)

Cuando Tolstoi abandonó su hogar y encontró la muerte

Se cumplen 111 años de la insólita desaparición del gran novelista ruso en la pequeña estación de tren de la localidad de Astapovo, hoy llamada Lev Tolstoi

Casi resulta aterrador cómo León Tolstoi escribió su propia muerte un cuarto de siglo antes de que se produjera, hace hoy 111 años. En La muerte de Ivan Ilich, novela escrita en 1886, un próspero y común funcionario del imperio ruso se cae un día de una escalera y lo que parece una lesión de poca importancia acaba convirtiéndose en una enfermedad mortal. Ilich descubre en sus últimos días que está sumido en la agonía, la indignidad, la soledad y «el hedor nauseabundo de su propia desaparición».

Sólo un criado, poseedor de las nuevas virtudes campesinas del nuevo gusto de Tolstoi (por entonces el escritor ya renegaba de toda su obra anterior: en el prefacio de Guerra y Paz hizo un pormenorizado elogio orgulloso de su condición noble al mismo tiempo que denigraba, conscientemente, a la clase baja «..porque la vida de estas gentes no es hermosa» o porque no podía creer «en la elevada inteligencia, el gusto refinado y la gran honestidad del que se hurga la nariz y habla con Dios», hasta que años después llegó a decir de Anna Karenina: «una abominación que ya no existe para mí»), se presta a acompañar y cuidar a su amo con la humanidad debida, al contrario que la familia y los amigos, para quienes la enfermedad de Ilich es un signo de vergüenza.

Tolstoi con 20 años, en 1848

Tolstoi con 20 años, en 1848

Tras Anna Karenina Tolstoi tuvo una profunda crisis espiritual que le llevó a creer en todo lo que antes despreciaba y a despreciar todo en lo que antes creía. De la ficción pasó a escribir sobre política y filosofía. De autor de grandes novelas sobre la vida aristocrática se convirtió en una especie de profeta, que incluso fundó su propia religión y fue excomulgado por la Iglesia rusa; se hizo vegetariano, pacifista, enemigo de la propiedad privada, lector entusiasta de los Ensayos sobre Desobediencia Civil, de Thoreau, y feroz crítico del régimen ruso; fundó escuelas y puso en marcha programas de asistencia social. Todo desde su finca familiar, Yasnaia Poliana, donde empezó a vestirse como un campesino y renunció a su condición noble.

La idea de la muerte le atormentaba. Tras los horrores de la guerra de Crimea, recordaba sin solución la agonía de su hermano con tuberculosis y la comparaba con la imagen (y el sonido) de un hombre siendo guillotinado en París. Cinco de sus trece hijos habían muerto antes de los trece años y ya no le inspiraban el heroísmo, la elegancia o la belleza de un vestido, sino que le martirizaban los incontrolables nuevos impulsos de reflexión sobre el sentido de la vida.

En el New York Times

Pero el rechazo de su existencia anterior estaba incompleto. Apoyado por su fiel discípulo y hombre de confianza, Vladimir Chertkov, quiso regalar los derechos de todas sus obras, decisión a la que se opuso con firmeza su esposa Sonia, no sólo acostumbrada a la vida aristocrática paulatinamente abandonada por su esposo en los últimos años, sino preocupada por el futuro de sus hijos y de sus nietos.

Esta oposición llevó al gran escritor a decidir desprenderse, en la vejez testaruda en su destino, del último lazo de unión a su vida pasada. Una noche huyó de su casa, mientras todos dormían, acompañado de su médico. Dejó una carta para su esposa que decía: «Sé que mi partida te angustiará. Me arrepiento de ello; pero, por favor, comprende que no puedo actuar de otro modo. Mi situación en la casa se ha vuelto insoportable. Aparte de todo lo demás, ya no puedo vivir en estas condiciones de lujo en las que he estado viviendo, y estoy haciendo lo que suelen hacer los viejos de mi edad: dejar la vida mundana para pasar los últimos días de mi vida en paz y tranquilidad. Por favor, comprende esto y no me sigas si te entera de dónde estoy. Tu llegada solo dañaría tu posición y la mía y no alteraría mi decisión».

Tolstoi en 1860

Tolstoi en 1860

A Tolstoi y su médico les alcanzó su hija Sonia, a quien había contado sus planes. Por temor a que su esposa hiciera lo mismo, cogió un carruaje y luego tomó billetes de tren en tercera clase. Allí el sueño del escritor empezó a torcerse o a hacerse realidad. Como personaje inconfundible fue reconocido y su viaje convertido en un folletín mundial que llegó hasta el New York Times, al mismo tiempo que enfermó debido a las frías corrientes y a la ausencia de calefacción del humilde vagón.

Sobre la noticia de que el mayor novelista de Rusia había abandonado a su familia, el periódico estadounidense escribió: «Una vez Tolstoi fue un artista notable en el campo de las letras, un escritor con una visión clara, notables poderes de observación, un estilo coherente. Últimamente se había sentido obviamente trastornado. Miró a su alrededor y solo vio el mal. Todo progreso material, todo triunfo individual, todos los logros en ciencia, mecánica, política, arte, eran malvados... Ahora, si los informes son ciertos, se ha ido a morir en el desierto como un animal salvaje. Es el trágico final de una carrera larga, variada y extraña».

Estación de Astapovo (Lev Tolstoi)

Estación de Astapovo (Lev Tolstoi)

Y era medianamente cierto. Ante la fiebre y el agravamiento de su estado, su médico decidió bajarse del tren en la pequeña estación de Astapovo, a poco más de cien kilómetros de su casa, donde fue acostado en la casa del jefe de estación. Luego llegaron los periodistas, los sacerdotes y los agentes del gobierno. Las cámaras de los noticiarios, los chismes y las imágenes abrumadoras de su mujer, a quien días antes los criados habían tenido que vigilar tras varios intentos de suicidio, tratando de ver al marido enfermo (que se negaba a dejarla entrar) por la ventana. Luego de unos días el resfriado se convirtió en neumonía y perdió el conocimiento.

Quiso vivir en paz sus últimos días, pero la muerte de Ivan Ilich, como si también Tolstoi se hubiera caído de una escalera, le sorprendió en el intento. Nadie a su alrededor sintió vergüenza por su enfermedad sino interés y preocupación, pero fue como si quisiera ser fiel a su personaje hasta el final una vez convertido por sorpresa en él. Su hija contó que, ya inconsciente y apenas sin respiración , los presentes sollozaban y su madre lloraba y se lamentaba al fin ante el lecho de muerte. Alguien les pidió que guardasen silencio y entonces se escuchó el último suspiro, tras el que todo el mundo, hasta hoy, empezó a hablar en voz alta.

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