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Cementerio de Paracuellos del Jarama

El asesinato de Pedro Muñoz Seca y el burdo astracán de la Ley de Memoria Democrática

Se cumplen hoy 85 años del asesinato del dramaturgo en la matanza de Paracuellos del Jarama llevada a cabo por el bando republicano

Los milicianos que detuvieron a Pedro Muñoz Seca en Barcelona y se lo llevaron a la cárcel del colegio Calasancio de San Antón en Madrid le cortaron los bigotes como los nazis les cortaban las coletas a los judíos ortodoxos. Era la humillación como preámbulo del asesinato. De izquierdas y derechas, como antes y después fueron censuradas, con la izquierda y con la derecha, la República y el franquismo, las obras del dramaturgo, que a pesar de ello simultaneaba funciones en cartel.

Cayetano Luca de Tena, compañero de encierro, decía que era el preso más elegante de la prisión: «No sé cómo había salvado del furor incautatorio de aquellos días un abrigo azul y otro de color melocotón. Se cubría la cabeza con una boina y, obligado a sacrificar su famoso bigote, se había dejado una mosca que suplía, en parte, aquella absurda y forzosa mutilación. Destacaba también por su actitud sonriente y amistosa... Fue el organizador de un curioso voluntariado entre los presos: los limpiadores de lentejas, un pequeño grupo que eliminaba las piedrecillas y los cuerpos extraños de las lentejas, esparcidas sobre las mesas de mármol».

Pedro Muñoz Seca

El juicio fue tan sentencioso y motivado como la amputación de sus bigotes, tras lo que supo, comunicado por el director de la cárcel, que iba a ser trasladado. En la terrible espera de la segura muerte vivió sus últimos días Muñoz Seca (acusado por nada y alejado de su mujer: los separaron para siempre en la estación a su llegada a Madrid, y de sus hijos) del que Alfredo Pérez Rubalcaba dijo que «no le había dado tiempo a ser franquista» cuando le intentaron aplicar la Ley de Memoria Histórica de Zapatero.

Ni franquista ni nada como Ni César ni nada escribió González Ruano una novelita sobre una visita incómoda, aunque mucho menos incómoda que la de «el dinamita», el único miliciano que no le respetaba y le quitó los abrigos «porque no le iban a servir». Un día como el de ayer, cuando se enteró de que se lo llevaban, escribió una carta a su familia. A las nueve de la mañana del día siguiente dijeron su nombre y le dio una calada al cigarro que le había prohibido el médico y que le puso en la boca un miliciano porque tenía las manos atadas.

Contó su nieto, Alfonso Ussía, que aquel día mataron a más de doscientos y él fue de los últimos. Y que en el momento del crimen alguien gritó: «¡Don Pedro!, ¡Viva España!», y él respondió: «Con España ya he cumplido (hoy el Gobierno de España no cumple con él ni con el resto de miles de asesinados por la República y el Frente Popular), ahora déjame cumplir con Dios».