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Andrés AmorósGTRES

Diez pensadores ilustres sobre la España de ayer y de hoy (II)

Andrés Amorós: «Cuando recibimos con tanta ilusión la democracia, no podíamos suponer que íbamos a caer tan bajo»

Al sabio «aprendiz de todo», como tantas veces se ha referido a sí mismo, le preocupan muchos aspectos de la España actual, como el deterioro de la educación o la ausencia de patriotismo

En la tarjeta de Andrés Amorós (Valencia, 15 de febrero de 1941) pone que es catedrático de Literatura, pero esto es casi lo de menos. También es doctor en Filología Románica y fue director cultural de la fundación Juan March. Dirigió la Compañía Nacional de Teatro Clásico y ha ganado el Premio Nacional de la Crítica Literaria, el Nacional de Ensayo, el Fastenrath de la Real Academia y el premio José María de Cossío. Aún así, esto sigue siendo lo de menos, porque lo que hay detrás de toda esa eminencia, además, es un hombre pasmoso, que es un adjetivo tan taurino (quizá no tanto) como él. Humilde y acogedor como el fuego de una chimenea en invierno a la que uno puede mirar y escuchar mientras sus palabras chisporrotean y uno viaja cómodamente agradecido a través de ese fuego amable que nunca quiere que se apague.

–Cómo ha cambiado España a su juicio en los últimos 50 años?

–Ha sido extraordinario el avance en la economía, en las condiciones de vida, en la sanidad, en las posibilidades de informarse, viajar y acceder a la cultura... Por desgracia, también se han perdido muchos valores en esta España que parece estar pendiente sólo del bienestar material y que pasa de todo lo demás.

–¿Qué caracteriza a un intelectual español, si es que existe hoy tal figura?

–Igual que un intelectual de cualquier otro país: debe pensar con libertad, resistirse a la manipulación de la propaganda política y de los medios de comunicación, mantener viva la curiosidad y el permanente espíritu crítico.

–¿Cuál es la mayor diferencia entre los políticos de la Transición y los actuales?

–El descenso de nivel que ahora vemos en muchos políticos españoles es abismal, da vergüenza ajena. Cuando recibimos con tanta ilusión la democracia, no podíamos suponer que íbamos a caer tan bajo.

Simplemente decir España suele considerarse ahora un síntoma de fascismo. Así nos va...

–¿Le quita el sueño algún aspecto de la España presente?

–Muchos: el terrible deterioro de la educación. El incumplimiento habitual de algunas leyes, aceptado por todos. El adanismo, la ignorancia y el sectarismo de muchos políticos y muchos periodistas. La indiferencia con que se aceptan las mentiras sistemáticas. La entrega de la izquierda a los más rancios nacionalismos. La falta de criterio, generalizada en casi todos los sectores culturales. La creencia de que la tecnología sustituye a la lectura. La bazofia que ofrecen algunas televisiones. La indiferencia por conocer de verdad y valorar lo que ha sido nuestra historia. La ausencia de patriotismo. Un ejemplo sangrante: ¿En qué país civilizado se podría impedir a una parte de sus habitantes que estudiaran en la lengua común de todos, sin que el Estado hiciera nada por impedirlo, callaran por cobardía muchas instituciones y a la mayoría de la gente le diera igual? En resumen, aquí y ahora, simplemente decir España suele considerarse ahora un síntoma de fascismo. Así nos va... Si mis mejores maestros –de izquierdas o de derechas, da igual– vieran todo esto, se horrorizarían.

–¿Es la cultura española actual mejor o peor que la que había hace 50 años?

–Las posibilidades actuales de información y de acceso a la cultura son infinitamente superiores pero hace falta querer aprovecharlas, tener hambre, ganas de leer y aprender. La enseñanza se ha extendido pero el nivel ha caído muchísimo, igualando por abajo. Gran culpa de esto la tienen el paletismo nacionalista y el error lamentable de una izquierda que abomina del esfuerzo. La creación estética, felizmente, sigue siendo una cuestión individual pero es triste comprobar que el aumento de libertad y de riqueza ha traído muy pocas mejoras. Compárense las listas actuales de los académicos, catedráticos de las principales universidades y grandes premios con las de hace cincuenta años. Da pena.

La monarquía parlamentaria ha sido lo que últimamente ha traído mayor paz y bienestar a los españoles

–¿Cree que los jóvenes seguirán viviendo en una España unida y en forma de monarquía parlamentaria?

–Quiero creer que vivirán en una España unida, que no se habrá producido lo que mi maestro Américo Castro llamaba retóricamente el Finis Hispaniae. Quiero creerlo pero la realidad actual da pocos motivos de confianza... La forma de gobierno me parece menos decisiva aunque la monarquía parlamentaria ha sido lo que últimamente ha traído mayor paz y bienestar a los españoles.

–¿Qué tres figuras culturales españolas de hoy cree que sobrevivirán al paso del tiempo?

–Mario Vargas Llosa, Antonio López y Plácido Domingo.

–Vivimos en la era de una gran batalla cultural: la corrección política, la cancelación, el lenguaje inclusivo… ¿Un avance o una nueva forma de censura?

–Todo eso ha supuesto un retroceso absoluto, en todo el mundo. Muchos de los males actuales no son exclusivos de España. Un solo ejemplo: para no ofender a ningún alumno –eso dicen–, nada menos que en la Universidad de Oxford se dejará de enseñar a los compositores de música clásica de raza blanca: ni Bach, ni Vivaldi, ni Haendel, ni Mozart, ni Beethoven... El riesgo de estulticia es universal. La burla que hace Cervantes en El retablo de las maravillas de la corrección política está hoy más viva que nunca. El lenguaje inclusivo, que el actual gobierno español propugna, supone la ignorancia lingüística más elemental, además de una demagogia lamentable.

Intento seguir a Antonio Machado, diciendo «unas pocas palabras verdaderas»

–Mirando el recorrido de su vida ¿Le queda algo por cumplir?

–No lo sé. Supongo que seguiré escribiendo y hablando, mientras conserve la cabeza. Espero publicar algún libro más. Y ayudar en lo que pueda a los que me escuchan, a mis amigos y a mi familia.

–¿Qué nos espera después de la muerte? ¿Se definiría como una persona de fe?

–Por supuesto, mi cultura es cristiana. Intento tener fe, aunque no sea fácil. Con frecuencia, me lo pone más difícil la propia Iglesia, desde el actual Papa hasta algunos obispos y sacerdotes; especialmente, catalanes y vascos.

–¿Se atreve a contarnos algo que no haya referido jamás en una entrevista?

–No se me ocurre nada que valga la pena y que pueda interesar al lector. El exhibicionismo me parece una muestra de vanidad. Y, de las muchas cosas lamentables que uno ha vivido, si no tienen trascendencia social inmediata, suele ser mucho más sabio callar. Intento seguir a Antonio Machado, diciendo «unas pocas palabras verdaderas».