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Miguel de Cervantes

El baile de directores de los institutos Cervantes en el mundo: ¿rigor o ideología?

Por la historia que ha hecho trascendente al español es necesario que la ética sea la guía que dirija el destino de nuestro idioma en el mundo

Cuando en 1991 el Gobierno de España decidió crear este ya conocidísimo organismo público, es probable que no se alcanzara a ver la transcendencia que adquiriría en el tiempo para la promoción y enseñanza de la lengua española y la difusión de la cultura hispana en el mundo. Desde entonces, el Instituto Cervantes no ha dejado de crecer, de ofrecer una jugosa oferta cultural fuera de nuestro país, y de abrir centros más allá de nuestras fronteras; el último inaugurado por la reina Letizia en Dakar hace apenas unos días, siendo el primero que se abre en el África subsahariana.

La trascendencia del español en el mundo

El Cervantes se ha convertido, por tanto, en el rostro académico más reconocible de nuestro país; toda una marca España, cuya presencia puede encontrarse en 88 ciudades de 45 países, desde Nueva York hasta Sanghái.

El interés creciente que despierta nuestra lengua parece no conocer límite, hasta el punto de que en algunos países, como en Reino Unido, ha pasado de malvivir en el ostracismo de los márgenes del sistema educativo, a ser la primera lengua en los exámenes de final de Bachillerato y universidad, debido a que nuestro idioma se percibe cada vez más influyente y atractivo en lo demográfico, lo económico y lo cultural.

De ahí que el propio instituto esté haciendo un esfuerzo ímprobo por adecuarse a la constante revolución tecnológica a la que asistimos, que implica contra todo pronóstico, esta influyente presencia de lo hispano en la mentalidad mundial. En este contexto, se comprende la presentación reciente de un Decálogo ético para una cultura digital panhispánica, intentando servir de punto de partida para una reflexión ética sobre esta constante transformación que la cultura digital parece imponer.

Las formas éticas en el Cervantes

Esta influencia de nuestro idioma en el mundo y el prestigio institucional e internacional que el Cervantes ha adquirido, plantea –justamente– la pregunta a propósito de la idoneidad de las elección de sus cargos, y el criterio ético con el que se accede a una u otra dirección en las distintas sedes dispersas por el mundo.

Justamente ayer se anunciaba el cambio de dieciséis directores de centros del Instituto, que cambiarán de destino a otras sedes de la red, según resolución de la secretaría general tras la convocatoria interna publicada el pasado 11 de noviembre, cuyos cambios serán efectivos en septiembre del próximo año, y que nos trae a la memoria los rumores que, en el pasado, han sobrevolado sobre esas elecciones, acerca del uso que los políticos pueden haber hecho del instituto para colocar a los más cercanos ideológicamente.

La dinámica de los nombramientos

A las preguntas planteadas por El Debate en este sentido, un alto cargo de la institución ha dejado claro que, si bien es cierto que antaño hubo nombramientos, más o menos caprichosos como el de Félix de Azúa a la capital francesa, el de Javier Rioyo a Lisboa, o Antonio Muñoz Molina a Nueva York, ahora el proceso es mucho más selectivo.

De este modo, para ser profesor titular del Cervantes es preciso superar un duro concurso de méritos en el que es esencial tener un postgrado -sobre todo el que oferta el propio centro-, y experiencia docente en la casa; requisito este que no se ha exigido a algunos de los que ahora son jefes de estos profesores, como puede comprobarse echando un breve vistazo a las biografías de los directores que publica la institución.

En muchos casos, se trata de gestores culturales de gran y probada experiencia, con doctorados, publicaciones, premios literarios de todo tipo; en otros,  apenas se ve experiencia docente o gestora.

Las plazas vacantes

En cuanto a la manera de nutrir la plaza de director cuando queda libre, en primer lugar se aplica la movilidad forzosa; es decir, que si alguien está unido al Cervantes por un contrato de alta dirección, con el tiempo –a los cinco años es obligatorio y a los cuatro, optativo– se puede concursar para cambiar de centro, presentando los requisitos necesarios y méritos como titulaciones, publicaciones, o el idioma nativo del país. Además, ese nuevo nombramiento debe aprobarlo el Consejo de administración y el Consejo de Ministros.

En segundo lugar, si hay plazas vacantes de director, se abre a una convocatoria pública con nuevos requisitos y méritos, y el director propuesto por la secretaría general sanciona un nombramiento que debe pasar nuevamente por Consejo de Administración y Consejo de Ministros.

Al mismo tiempo, también se abren plazas de dirección a personal que ya trabaja en el Instituto: jefes de administración de centros, jefes de estudio o jefes de área en la sede central para posibilitar el ascenso laboral a quienes ya trabajan dentro.

La ética gustosa de Juan Ramón Jiménez

Esta es la dinámica oficial que sostiene el nombramiento final de cada uno de los candidatos. Por eso, y por la historia que ha hecho trascendente al español como lengua omnipresente en el mundo, es necesario que la ética en este ámbito, tal y como recordaba su director Luis García Montero en el acto de entrega del legado de Juan Ramón Jiménez al archivo cervantino, también sea la guía que dirija el destino de nuestro idioma y el relato de la historia cultural y política que ha hecho de él el instrumento universal soñado por el poeta de Moguer, cuando sufría por su lengua en el exilio.