El resentimiento woke y el origen de la guerra cultural
Lo woke sólo es una excusa más para imponer la autoafirmación herida del hombre en la historia
Si se trata de revisar seriamente la historia, hagámoslo hasta el fondo y remontémonos hasta el origen de las cosas. De lo contrario, corremos el riesgo de no saber responder a los recurrentes signos de los tiempos, que se repiten machaconamente delante de nuestros ojos.
Lo woke como autoafirmación
Una palabra que parece haberse acomodado en el vocabulario para la lucha de las ideas es lo woke; palabra derivada del inglés wake (despertar) que describe ese estado de atención a todo lo incorrecto que puede suceder en la sociedad, y que reivindica la redención de algún colectivo herido por alguien en el pasado o en el presente. Lo woke es una especie de observatorio atento a cualquier injusticia contra lo entendido como correcto o a lo que debería ser, según el nuevo canon de una corrección vital. De este modo, tal postura, se convierte en excusa para reivindicarse como víctima propiciatoria de todos los males.
Lo woke es un pensamiento que ha asimilado, erróneamente la censura al contrario, imponiéndole su criterio para alcanzar una imagen armoniosa y, seguramente, idealizada; de ahí, la asunción de todo un dinamismo activista y ofensivo que busca la caída de los ídolos que veneraban nuestros padres.
De este modo, lo políticamente correcto ha explotado como una tribu mundial que ya no se limita a difundir una ofensa o una verdad a medias, sino que recurre a la agitación y a la persecución de sus enemigos de antaño y hogaño, reinterpretando visiones distintas de los dolores de la historia.
Los adoquines del 68
Pero esto no es nuevo. Sólo es más ruidoso. Porque los pasos del hombre se tropiezan constantemente con la extraña tentación de imponerse por las malas, estropeando, a través de la guerra y la palabra, la vida tranquila y buena que todo hombre anhela.
A menudo se ha aludido al 68 como origen de nuestros males, pero esta revolución estudiantil, con toda su presencia posterior en las artes y la iconografía popular de adoquines y sujetadores al viento, es sólo la consecuencia lógica de una concepción de lo humano que, inevitablemente, se refleja en una concepción de la libertad como reacción transgresora al demonio de la autoridad.
La asfixiante unidad del proletariado
Si hay un acontecimiento histórico que haya ponderado la unidad contra la autoridad, y que al mismo tiempo haya matado por ella, es el comunismo. Tanto es así, que mantuvo durante setenta años a sus países como polluelos alrededor de una gallina, aunque estos polluelos estaban famélicos y nunca podían salir del corral.
El sufrido comunista pudo disfrutar, por fin, de un paraíso a su medida, sin lacra alguna de clases en el que todos eran asfixiantemente iguales; dueños de un cielo arrebatado a Dios a golpes de hambruna y gulags contra sus propios hijos, y haciéndolos pensar en algún momento que ese cielo de cemento y hielo, llegaría a ser eterno. Aunque esta quimera, desgraciadamente, tampoco es nueva.
La afilada hoja de la razón
Si la Revolución francesa tuvo éxito invirtiendo el orden de las clases para seguir los mismos rostros en el poder, no lo fue por la finalidad de sus reivindicaciones, sino por la violencia con la que las defendieron. Porque la guillotina y la exacerbación de la verdad no fue sino el mismo método para la consecución de lo ya visto. La Iglesia se quedó sin sus tierras y la riqueza, simplemente, pasó de manos. Pero esto, como lo anterior, tampoco es nuevo. Porque el hombre tiene la costumbre de repetir los hábitos que ve. Solamente, quizá, los perfecciona, mirando hacia atrás para coger impulso y retomar el trabajo inacabado.
El cristianismo puritano
También se ha aludido a una propagación puritana de la fe fraterna y, vocacionalmente, llamada a lo universal por nuestro Señor. Sin embargo, tampoco es esto del todo, aunque haya ayudado mucho reducir el cristianismo a un orden histórico y moral que espera una victoria definitiva en el futuro, mientras se conforma con el poder a izquierda y derecha del Mesías como aquellos pasionales hijos del trueno.
Judas, Caín y Adan
Todos los acontecimientos de la historia están atravesados por la acción individual y coral de un hombre que descubre la capacidad de poseer, o arrebatar, lo que encuentra en torno suyo como un don. Y todos esos acontecimientos también están atravesados por una misteriosa tendencia que no consigue borrar de de sí mismo y de los otros. Esa extraña tendencia a autoafirmarse y crecer lejos de su origen, como cualquier muchacho que al descubrir su autonomía, descubre también el bien y el mal. Pero, en vez de volver sus pasos hacia aquella vida a la que pertenecía, reacciona resentido, y huye a otro lugar intentando recobrar la dignidad que una vez perdió. Y ya no vuelve.