Fundado en 1910

El Bar Candela cierra y se vende para siempre

Cierra para siempre y se vende El Candela, el templo flamenco de los noctámbulos de Madrid

Camarón, Paco de Lucía, Enrique Morente y todos los grandes flamencos de Andalucía, que se han doctorado en la capital, fueron asiduos de las charlas y las juergas en su exclusiva cueva

Al final de la Calle Calvario estaba el Candela abierto como un pequeño faro en el que rompían las almas como atraídas por su leve luz. No era un tablao, sino una pequeña casa donde habitaban los duendes más bohemios e insomnes del Flamenco en Lavapiés.

En el Candela había un sótano; una cueva con una puerta chiquitita y siempre cerrada, para que no se escaparan los ecos jondos de los viejos y nuevos cabales que buscaban la gloria y algún que otro bocadillo de su enjuto dueño. 

Pues el Candela no era un bar al uso, como no lo fue Miguel Aguilera; el pequeño fundador de un templo que no quiso ser tablao ni sala de fiestas, sino el lugar en el que el Arte Jondo fuera vivido como arte carnal que necesita la cercanía para echar a prender su brasa en el pecho.

En la esquina de la Calle Calvario se bebía, se cantaba y se bailaba; y se pensaba la melodía y la cadencia de los sueños más añejos de la pura ortodoxia, junto a los aires de lo que después se vendió como el nuevo flamenco que arrasaría en tierras de ultramar. 

Las imágenes de las paredes atestiguaban el paso de Camarón y de Paco de Lucía, de Los Habichuela y el torrente de las sibilas de Utrera. Pero también  el paso de los cachorros de la tradición fusionada de los Ketama.

Y allí también pasaba las noches jugando al ajedrez Enrique Morente con Miguel, mientras el granadino ronco construía y destruía las ideíllas sobre un tablero de figuras encontradas entre el alfa de su Omega y los cubismos del verdial.

Se habla de las noches salvajes y las redadas que luego resultaron no ser  para tanto; y del día que empezaba con Miguel Candela y su jaculatoria de final del «... es eterno, háganse a la idea...; que tenemos que cerrar...»

Bar Candela

Y hablando de cerrar, se dice –porque se habla– que del aire no se vive en estos tiempos, ni tampoco de la poesía con la que tantas veces se recuerdan los lugares donde alguna vez el pellizco de la belleza nos pegó su arreón. Así que alguien, –dicen– ha vendido el local. Porque nunca se sabe qué amargas sorpresas deparará el futuro; y el dinero, aunque no cante ni baile, siempre abriga las penas que ahora se arremolinan entre la Calle Olmo y El Olivar.