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Encanto, la última película de Disney es un homenaje a Colombia y su culturaDisney +

La factoría Disney y el Encanto de una familia culturalmente normal

El don que posee Mirabel es, quizá, el menos espectacular de la casa, pero es el único capaz de reconstruir las ruinas de las relaciones entre la familia y la comunidad

La última película de la factoría Disney puede sorprender al buen cinéfilo de mayor o menor edad. Si antiguamente la temática había traspasado los límites del «pasteleo» y lo románticamente vitalista, su último Encanto es un «volantazo» hacia un argumento más cercano a la realidad que conforma las relaciones comunitarias  y familiares, aunque nunca abandonando el relato de fantasía.

Una muchacha que no encaja

La historia de la familia Madrigal es un homenaje a la tierra y a la cultura latina, ubicada en Colombia, cuya imagen está, desgraciadamente, tan unida a la violencia y las andanzas de los cárteles de la droga y sus ídolos. Los Madrigal viven en un lugar idílico y en una casa mágica que concede un don único a todos los miembros, excepto a la protagonista principal: Mirabel.

Mirabel es el arquetipo de la muchacha de hoy y de siempre: soñadora y buena chica que ama a su familia pero, al mismo tiempo, vive con la incertidumbre de no saber por qué ella no ha recibido el don que parece llenar la existencia de los demás.

Mirabel se pregunta y, en ocasiones, se siente infravalorada frente a la jefa del clan familiar; no encaja, -diríamos hoy-, y no encuentra su lugar en medio de una casa en la que todo el mundo ha recibido un don espectacular y no parece necesitar nada más que a sí mismos para dar rienda suelta a su capacidad en el maravilloso e infinito mundo que se abre en sus habitaciones.

La película también afronta el momento en que se pierde todo, y la energía y la poca propia voluntad con la que se afronta la vida, como si esta voluntad y esta vida bastaran para afrontar lo cotidiano y la tragedia que se cierne sobre la casa.

Cómo reconstruir las relaciones en ruinas

Para la familia Madrigal la verdad de sí mismos, como nuestra verdad, o nuestro valor, no proviene de una incesante actividad que llegado a un cierto punto deja de tener fuelle, o de un don que les diferencia de los otros y le permite desarrollarse en su genialidad individualmente, sino de una pertenencia y un vínculo humano; vínculo que puede romperse o fortalecerse, y que puede hacer que algunos miembros, como de hecho sucede, huyan de la medida reducida y asfixiante que tantas veces se impone en las propias familias y en la vida comunitaria.

El encanto de la película no reside en presentar una familia perfecta, o en constante tensión por aparentar una imagen de perfección normalmente aprendida en un ambiente, sino en su voluntad de mostrar todas las aristas de una realidad que, hoy por hoy, recibe ataques y adhesiones interesadas de todo tipo, y que sólo puede sostenerse en el verdadero don que recibe Mirabel. El don, quizá, menos espectacular de la casa, pero el único capaz de reconstruir las ruinas de las relaciones entre la familia y la comunidad en este Macondo de película. El don que, existencial y culturalmente, regenera los afectos rotos y que todos, tarde o temprano, estamos llamados a descubrir.