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Los cosacos de Zaporozhia escriben una carta al Sultán de Turquía. Lienzo de Iliá Repin.Ilya Repin

La difícil fraternidad cultural en la frontera entre Rusia y Ucrania

El azote mongol, las invasiones polaca, lituana, y después, la soviética, han difuminado la frontera del alma rusoucraniana y sus relaciones culturales sin hacerlas desaparecer

Puede que en el pensamiento de Vladimir Putin haya una parte en la que Rusia vuelve a ser ese gran imperio que la caída del muro disgregó, y que Occidente quiere desintegrar por completo para sus intereses en la zona. Y, por eso, puede que piense en Ucrania como un tesoro robado de una antigua corona. Sin embargo, para la tierra ucraniana, esta tentación rusa no es nueva y ha sabido convivir desde hace siglos con esas tensiones, junto a su vecino, que es más que un hermano.

Los confusos límites de las fronteras

Al mirar la relación histórica entre Ucrania y Rusia todo se vuelve más complicado de lo que se pueda llegar a pensar y de lo que alcanza  a explicar la retórica belicista. 

La tierra ucraniana ha buscado amparo en su vecino desde el azote mongol, y la acometida católica de Polonia y la ortodoxa de Lituania, creando una zona en la que se entrelazan las familias, las personalidades, los ritos, las costumbres y los intereses de la supervivencia.

Esas acometidas obligaron a Ucrania a entrar en contacto con Occidente cuando, por una parte, debió obedecer a Roma y seguir con un alma ortodoxa sometida por la nobleza católica. De hecho, esa tiranía sobre los campesinos hace que muchos de ellos huyan al sur del país, y que crezca demográfica y militarmente, hasta enfrentarse a sus invasores.

Una inevitable mezcolanza cultural

Estos acontecimientos que atraviesan la historia del territorio, generan un sujeto ucraniano de variadísima mezcla, con valores culturales e identitarios que conviven con los desencuentros políticos de las grandes potencias.

Por tanto, estamos hablando de una identidad cultural que se difumina y se enriquece a medida que las fronteras se acercan y se pierde la distancia que las líneas de los mapas pretenden separar con claridad. La realidad artística ucraniana,  una vez más, parece querer desmentir el relato de la homogeneidad histórica y cultural que Rusia quiere imponer. La vida de sus literatos más famosos es un ejemplo que nos demuestra esta compleja y confusa convivencia.

Gogol, Celan y Bulgakov

Nikolai Gogol era ucraniano. Aunque para los rusos su origen sea oscuro, provenía de una familia bilingüe y su cuento El abrigo mereció el privilegio de que Dostoievski lo concibiera como el texto fundador de la literatura rusa. En sus historias, Gogol parodiaba el amaneramiento cultural de las ciudades rusas contraponiéndolo a la autenticidad del ucraniano. 

Paul Celan es otro ejemplo de cultura fronteriza. El poeta era un judío rumano que escribía en alemán, que nació en Chernivtsi: región de Bucovina, entonces parte de Rumanía, y anexionada, más tarde a la Unión Soviética. En medio de todo esta lista de lugares, sobresale que era también ucraniano y, seguramente, el virtuosismo y flexibilidad poética de sus versos provenga de la mezcla de tantas invasiones y apropiaciones culturales de uno y otro lado, que se desvelan en sus impactantes metáforas y contrapuntos.

Sergei Bulgakov, que también era ucraniano; de Kiev, para más señas, nieto de clérigos ortodoxos y sistemáticamente censurado por las autoridades. Tuvieron que pasar más de treinta años después de su muerte para que El maestro y Margarita, su novela cumbre, en la que Lucifer visita Rusia, pudiera leerse, por fin, íntegramente en la Unión Soviética, gracias a su mujer.

Mapa de Ucrania después de la conferencia de paz de Paris

El presente cultural se entrelaza con el pasado

Por tanto, al conflicto geopolítico le precede la complejidad cultural de una historia que ha unido a dos pueblos. Para Isabel Almería, profesora durante diez años en la Universidad moscovita Ortodoxa de San Tijon,  y autora del poemario Las horas horizontales, «para Occidente, las continuas tensiones políticas y militares de la última década entre Rusia y Ucrania han fomentado una impresión de mutua hostilidad que, sin embargo, no se corresponde con la experiencia del ciudadano de a pie. O, mejor dicho, se corresponde en ese mínimo pero dañino punto donde esa hostilidad casa con el dolor que produce la herida de una separación en el seno de una familia. Entre ucranianos y rusos hay más que problemas geopolíticos. Hay una herencia común, una genética común (sin metáforas, pues muchas personas que viven en un país tienen familia en el otro), una fe común, una cultura común, un alma común que se ha visto traspasada por la espada de quienes, ostentando el poder, no saben estar a la altura de la humanidad de su propio pueblo».  E insiste en la unidad de los dos pueblos comparando su relación «como la de dos hermanos que, en el camino hacia su madurez, en un momento determinado toman senderos diferentes, porque empiezan a tener intereses distintos, puntos de vista diversos, pero no por ello reniegan de sus raíces comunes, más bien, al contrario, sus diferencias son parte esencial de la riqueza de su relación».

Una cultura que va más allá de la sangre

«En los años del 'Maidan', la posterior ocupación de Crimea, y la guerra en los territorios fronterizos, he visto a familias dividirse en el dolor, a amigos destrozarse la conciencia, pero también he visto relaciones fraternas rescatadas por la fe y la esperanza. He visto heridas profundas y abrazos regeneradores. Encuentros en los que católicos, ortodoxos, protestantes e incluso algún musulmán, compartían preocupaciones y alegrías y confiaban sus vidas a la presencia buena de Cristo. Todos hablando una misma lengua, sin ocultar sus diferencias dialectales. Ucrania y Rusia son dos hermanos con diferentes perspectivas de futuro. Perspectivas que no tocan las raíces, que no reniegan de ellas, pero que si se reducen a la lógica del poder y la fuerza, corren el peligro de lacerar profundamente estos dos corazones que laten con una misma sangre».