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Gordon Grant

La carrera de escritor en una España que no lee

En una mirada a los medios de comunicación, los escritores parecen haber desaparecido. No existen en el imaginario de los televidentes unos rostros como aquellos de Cela o Umbral concitando a las masas frente al televisor

En los índices anuales de lectura se indica de una manera un tanto optimista que suben, o van subiendo, las cifras de lectura, y que se centran en una mujer universitaria, (más que en un hombre) o de mediana edad y de la gran urbe, como perfil de lector más frecuente en nuestro país; y aunque mejoran las cifras lentamente, décima a décima, y las notificaciones del Ministerio de Cultura, junto a toda la batería de recomendaciones y actividades que desde el Instituto Cervantes van atravesando fronteras, la escuela, las bibliotecas y los planes de lectura, junto a editoriales, librerías y distribuidores saben que el escritor no vive de sus libros, y que sigue habiendo, desgraciadamente, un alto porcentaje (el 32 %) de población española que no lee nunca.

Los literatos invisibles

En una mirada a los medios de comunicación, los escritores parecen haber desaparecido. No existen en el imaginario de los televidentes un rostro como aquellos de Cela o Umbral concitando a las masas frente al televisor, cuando era un privilegio tener en la programación a un juntaletras de fácil irreverencia. Lo más parecido a esto es Arturo Pérez Reverte, que más que vender libros, es una máquina de mandobles contra el pensamiento correcto y 'buenista' de una generación sin sangre ni causa, que no sabe escribir en su propio idioma.

Otro de los rostros, más o menos conocidos, es el de Juan Gómez Jurado que dice (dice) vender más de dos millones de ejemplares de sus famosas novelas, aunque también tiene su medio de comunicación para seguir viviendo. Sin embargo, al otro lado del espectro, nos encontramos el paradójico caso de Sergi Bellver, escritor absolutamente vocacional y entregado a la labor de escribir; que va de casa en casa, viviendo milagrosamente de la generosidad de personas que le dejan algún lugar para que el escritor siga dando rienda suelta a su torrente literario. De hecho, ha dado a luz una nueva novela Del Silencio, en Ediciones del Viento, que yo no sé por qué no lee toda España.

Así que nos encontramos, más bien, a escritores que escriben pero no viven de su obra. y sacan adelante sus obras, ilusionados al principio, amargamente conscientes de esto que decimos, al final. Pero, más o menos, como siempre.

Los literatos, siempre pobres

Sabemos que ni Cervantes, ni Lope vivieron en la opulencia y que Antonio de Nebrija será conocido cinco siglos después por leer alguna línea como esta, de pasada en la prensa, y sin saber que fue perseguido por su amor al español, tal y cómo ha relatado maravillosamente en su novela El manuscrito de niebla Luis García Jambrina. Tampoco se sabrá quien fue Delibes ni Jiménez Lozano ni Josep Pla, como olvidados fantasmas a los que nadie recuerda ni reza.

Y también sabemos algunos que pasará sin pena ni gloria el centenario de José Hierro y los cumpleaños de tantos poetas olvidados bajo el polvo de las polémicas y el cotilleo, en una España con un grave problema de comprensión lectora y de contextos, y otra España que solamente lee a ratos, dificultosamente, ciento cuarenta caracteres.

¿De qué viven, entonces, los literatos? Pues de sus obras, no. Son profesores, oficinistas, cajeros, funcionarios y cualquier otra cosa que pague las facturas, mientras en esos trabajos divagan e imaginan personajes, voces, situaciones y aforismos al conversar a la hora del café o de la hora punta en la puerta de la guardería o la salida del gimnasio.

Hablan los editores

No hay nada mejor para saber esto que ir a la palabra más fidedigna: la de los editores que, con gran esfuerzo y cierta irracionalidad, sacan adelante el sueño de publicar un libro y de olerlo recién salido del horno de la imprenta, pensando en el excesivo número de ejemplares de la última tirada que aún quedan ordenadamente apilados en el almacén esperando la sentencia de la oferta de saldo. Como bien testimonia el editor Pablo Velasco de la Editorial More, que insiste en «que un libro bien editado proclama la necesidad de que existan editores y escritores. Y el editor siempre debe estar a la sombra; malo es cuando se le conoce. Por ejemplo, Vergés fue mejor editor que escritor; y ahí está su labor con Delibes, Laforet o Jiménez Lozano».

De la misma opinión es Dani de Fernando, que, junto a Julio Llorente, acaban de echar a andar la aventura de la Editorial Monóculo, en la que publican a Carlos Marín Blázquez o Esperanza Ruiz, y señala que «se trata de un escenario complicado, pero en el que también hay oportunidades. El principal problema es la desproporción que existe entre la oferta y la demanda; mientras abundan los escritores y las editoriales, los lectores escasean, y esto beneficia a las grandes editoriales, que tienen más fácil publicar a autores conocidos, por su visibilidad. Sin embargo, a pesar de todo esto, las editoriales que hagan bien su trabajo y publiquen buenos libros, tendrán la posibilidad de prosperar y hacerse un hueco en el mercado».

Así que, aunque en España no se lee, y los escritores no lo tienen fácil para vivir exclusivamente de su arte, siempre habrá editores que hagan realidad, poco a poco, algunos de esos sueños de tinta y papel que se abren como ventanas al infinito.