Jiménez Lozano o el oficio de levantar la vida con palabras
El escritor José Jiménez Lozano, Premio Cervantes, Premio Nacional de las Letras y Doctor Honoris Causa de la UFV, fallecía a las puertas de cumplir 90 años, en el umbral de una España que enfermaba
Uno no elige su muerte, como no decide su vida, ciertamente, pero hay una asombrosa coherencia en la partida de este poeta respecto a la forma en la que vivió. Se marchó sin hacer ruido; dejando a un montón de amigos mensajes de «nos vemos» o lo que es lo mismo «a la vuelta de mis médicos retomamos ese proyecto al que me invita», con esa miel en los labios que dejan los generosos, que ya en sí misma es cura para las heridas de la ausencia. Todos los que se sentían acompañados por él tienen en esta hora una especie de promesa de encuentro. A todos don José les había invitado a reencontrarse en algún trabajo conjunto, una charla, un correo, o la mesa camilla de Alcazarén, que para él es todo lo mismo, una vida hecha de una sola pieza, sin la fragmentación de este mundo moderno.
Quizá por eso, no quiso marcharse de su pueblo de Valladolid cuando el reconocimiento de los premios le alumbró y le invitaba a vivir en la capital, con focos. Por su parte, decidió que seguiría viviendo como lo hacía, es decir, en una casita abierta al mundo, llena de novedades cada día; las que traían las personas que hasta él se acercaban y las que generaba él con solo mirar. Una casa al mundo que acogía el tiempo nuevo con alegría, sin ninguna intencionalidad de ideologías tolskianas campesinas y pasadas. Simplemente, vivía lo que él era y se nos murió quién él era, sin un yo que le hubiera sustituido, como tanto pavor le daba.
Hoy, a poco menos de dos años antes de su efeméride, queda, además de su legado, el lloro de Dora, el nombre de su alma, la mujer que codo a codo le acompañó por la vida, y que mientras don José seguía entre nosotros, era la casa, esa que ya hemos dibujado al inicio como el lugar donde acontecía la humanidad del escritor.
Una vida «sin la menor importancia»
«Mi biografía personal», escribió Jiménez Lozano, «no tiene la menor importancia, y no rebasa los límites convencionales de la de un pequeño burgués instalado en el campo en un medio refugio y medio exilio […]. Y, por lo demás, como para cada ser humano, también en el caso del escritor pienso que donde mejor está su alma, y donde debe estar a solas, es en su almario».
Este «pequeño cazador de libélulas» comienza sus estudios universitarios en 1951 con la carrera de derecho en Valladolid «por un afán práctico. Era lo que querían en casa» y cursa al mismo tiempo estudios de Filosofía y Letras en Salamanca y Madrid. En 1957 se matricula en la Escuela Oficial de Periodismo y se va perfilando su figura renacentista al que todo lo humano le resulta fascinante. Se cultivó en el fondo para entenderlo y en la forma para expresarlo. Al poco tiempo inicia su colaboración con El Norte de Castilla, del que Miguel Delibes era su director. En 1963 es enviado como corresponsal al Concilio Vaticano II y de ahí surge la sección Cartas de un cristiano impaciente. En 1965 se incorpora a la redacción de El Norte de Castilla, donde desempeñará el cargo de subdirector a partir de 1978 y de director desde 1992 hasta su jubilación en 1995. En 1966 aparece el primer ensayo del autor, Meditación española sobre la libertad religiosa, que surge de las preguntas que el autor se plantea de su vivencia del Concilio y de su pasión por la libertad del hombre.
Sería en la década de los 70 cuando nace Jiménez Lozano como escritor. Como bien apunta Santiago López-Ríos fue una especie de alumbramiento en su madurez a un género nuevo que le permitía contar más y mejor lo que perseguía con su foco y su lápiz, que en sí era lo mismo, relatar el limo primigenio de lo real y de lo humano, de lo que están hechas todas las cosas. Jiménez Lozano ya tenía todo dentro, solo debía dejarlo aflorar en otra forma de contar, y la literatura, dirá él, se lo permitía.
Su primogénito fue Historia de un otoño, una novela que recoge un hecho histórico que a Jiménez Lozano le había conmovido desde que lo conoció y que había estudiado con esmero y profundidad: la destrucción del monasterio de Port Royal, «el primer acto de una conciencia civil en la modernidad histórica» dirá. Tras esta, y ya como un impulso creador difícil de parar, surgen El sambenito y La salamandra, una especie de tríptico original que ensambla bien los cimientos donde Jiménez Lozano irá depositando toda su obra literaria. Tres años después publica su primera colección de relatos breves El santo de mayo, género en el que el autor se sentirá muy cómodo porque le permite expresar en pinceladas rápidas y breves una profundidad de contenido que provoca cierta conmoción en el lector, dotando de muchos niveles de alcance su obra; de ahí su admiración por los haikus orientales. Aparece también Retratos y soledades, «una pequeña pinacoteca o un álbum de fotografías familiares...», y así inicia un género muy suyo, una especie de cuaderno de campo o álbum de autor. Esta década se cierra con la publicación del ensayo histórico, Los cementerios civiles y la heterodoxia española (1978).
Al año siguiente aparecen Los tres cuadernos rojos, el primero de los diarios o cuadernos de notas de Jiménez Lozano, que se extenderán hasta el año de su partida con Evocaciones y presencias, publicado ya de forma póstuma. Sus diarios, como queda indicado, no tienen el objetivo de mostrar sus hitos vitales, sino más bien el de hilvanar una pequeña biografía espiritual, como apunta Medina-Bocos, de enorme interés para poder entender el humus donde se fraguan las claves de su escritura.
El Premio Cervantes legó 27 novelas, 13 libros de cuentos, 10 de poemas, 8 diarios y 24 ensayos
A finales de los 80, en 1989 para ser más precisos, ve la luz Sara de Ur, la primera narración del autor basada en la Biblia; en 1990 se publica Estampas y memorias, una obra surgida de la exposición Las Edades del Hombre, iniciativa cultural de la que el autor fue uno de los impulsores.
Dentro de su trayectoria queda el reconocimiento de la crítica y los lectores, habiendo sido distinguido con el Premio Nacional de las Letras Españolas, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y el Premio Cervantes de Literatura en Lengua Castellana. Además, es entre otros méritos acreditados, Doctor Honoris Causa por Humanidades en la Universidad Francisco de Vitoria.
Su obra en números se resume en 27 novelas, 13 libros de cuentos, 10 libros de poemas, 8 diarios y 24 ensayos, más otras tantas obras de traducción y antologías, además de compaginarlo con la publicación periodística en los diarios más importantes de nuestro país, labor que nunca abandonó. Todo ello se puede consultar con más detenimiento, y con el regalo de textos inéditos del autor además de análisis brillantes de estudiosos de su obra, en su web oficial que acometió la profesora Guadalupe Arbona con un grupo de estudiantes como una asignatura pendiente en la Historia de la Literatura Española Contemporánea.