Fundado en 1910

El psicólogo y escritor Mario Flores con su último libro, La playa de Varsovia

Entrevista a Mario Flores, psicólogo y escritor

«Putin es un calco de Hitler: paranoide, megalómano y narcisista»

El autor presenta La playa de Varsovia, novela que plasma las vicisitudes de un judío polaco de origen sefardí que huye a España escapando del III Reich

En 2017, Mario Flores Martínez (Lucena, Córdoba, 1969), psicólogo especializado en en Clínica, Adicciones y Educación, publicó el ensayo Los Sumideros del Hombre. Libro de viaje. Auschwitz, los guetos y otras reflexiones. Siempre le había interesado el Holocausto y, en especial, hasta dónde puede llegar la crueldad humana, lo que le llevó a investigar a fondo el nazismo y la cultura judía.

Pero lo publicado tras aquella investigación dejaba fuera mucha documentación, que ha querido reunir ahora en una novela que evoca los avatares de los cientos de miles de judíos que fueron perseguidos por el Tercer Reich. En La playa de Varsovia (editorial Berenice), Flores hace que personajes históricos y de ficción confluyan para deparar al lector una experiencia singular y apasionante: la de la huida de Aleksander del gueto de Varsovia hasta llegar a la costa española persiguiendo sus raíces sefarditas.

La playa de Varsovia, de Mario Flores (editorial Berenice)

–¿De dónde nace la idea de escribir este libro?

–Esta novela es mi último libro, aunque gracias al ensayo que escribí sobre Auschwitz, contaba con mucha documentación y bibliografía: es un tema que me interesa mucho y que he estudiado durante años. Sentía que me quedaban cosas que contar y pensé en hacerlo en forma de novela, de relato extenso. Uno escribe un libro cuando tiene la necesidad de contar algo, y yo quería contar la vida de Aleksander, víctima del Holocausto, y su experiencia subjetiva.

–Frente al formato del ensayo, ¿qué posibilidades tiene la novela para hablar de este periodo histórico?

–Lo que me ha permitido la novela ha sido poder meterme en la piel de una persona de religión judía que pasa por el exterminio de su familia, un acontecimiento traumático y dramático desde todo punto de vista. La novela permite experimentar todas las sensaciones que los millones de judíos experimentaron en esa Europa tan negra de los años 30 y 40. Me he metido en la piel del personaje; en cambio, el documento ensayístico es más frío, tiene mucho de información, pero no es tan emocional. Yo he buscado esa emoción, narrar la historia desde la vivencia.

–Lleva muchos años estudiando el Holocausto. ¿Recuerda la primera vez que oyó hablar de ello?

–Lo tengo grabado. Cuando lo recuerdo me retrotraigo a mis años de la infancia, cuando vi una serie de televisión, una producción de la NBC que se llamaba Holocausto protagonizada por Meryl Streep, que narraba estos hechos. Me impactó lo que pude ver, porque aunque seguramente tendría dos rombos y mis padres no me dejaban verla, pude atisbar algunos fragmentos. Lo que más me impresionó fue la idea de que hubiera personas que sometieran a otras a esas torturas y a la muerte en las cámaras de gas: que miles de personas pereciera cientos que perezcan de una forma tan cruel. Ver las cámaras de gas en la serie siendo niño fue una experiencia que me impactó mucho. Empecé a preguntarme el porqué, cómo se podía llegar a ese extremo, y a lo largo de mi vida he seguido con esa inquietud intelectual y filosófica.

La miniserie Holocausto, de la NBC, está protagonizada por Meryl Streep

–¿Fue la pregunta ante el mal la que le llevó también a estudiar Psicología?

–En parte sí. Me interesa mucho el tema de la crueldad humana, cómo los hombres pueden sumergirse en un mundo tan oscuro. Porque la crueldad es puramente humana: los animales no son así. Especialmente me interesan los aspectos psicológicos del comportamiento humano, como la forma en la que la obediencia ciega es capaz de diluir los valores y el sistema ético de una persona. Es lo que trató de demostrar el psicólogo Stanley Milgram en un experimento en la Universidad de Yale: ¿es posible que la autoridad de la «bata blanca» pueda llevarnos a obedecer, incluso cuando las órdenes entran en conflicto con la conciencia personal? El experimento, que consistía en dar descargas eléctricas (que en realidad eran falsas) que llegaban hasta los 300 voltios a otras personas, demostró que hasta el 65 % de las personas obedecieron. Además de esto me interesa el síndrome de estrés postraumático, el sentimiento de culpa, la ideación suicida... aspectos psicológicos interesantes.

–¿Por qué ha querido que el protagonista, Aleksander, sea de origen sefardí?

–Los judíos sefarditas son los judíos que más se identifican con el sentimiento de pertenencia, una pertenencia que les fue negada con la expulsión siglo XV. Yo vivo en Lucena, una ciudad cordobesa que entre siglos IX y XI tuvo una gran presencia de judíos, y de hecha es conocida como la Perla de Sefarad: había filósofos, poetas, pensadores, personas que estudiaban el Talmud, oráculos que narraban a Occidente… La tradición de Lucena, su gloriosa historia que circula por todo el mundo y que yo he estudiado, me llevó a hacer que el personaje, que es propiedad intelectual del escritor, reivindicara su origen: de hecho Aleksander vuelve a esa Sefarad añorada y perdida, y lo hace con un nuevo nombre, Sandro, para rehacer su vida y superar sus traumas. Los sefarditas son muy importantes; no son reivindicativos vehementes, pero sí emocionales: dicen que muchos se fueron con las llaves de su casa con la esperanza de poder volver algún día.

–La novela tiene dos tramas: por un lado los años oscuros del nazismo en Polonia y por la huida del protagonista y su llegada a España. ¿Podemos considerar que Aleksander realiza «el viaje del héroe»?

–Sí, yo he querido dotar al personaje de una cualidad que muchos judíos atesoraron: la valentía, la bravura y la disconformidad con la situación que se estaba viviendo en Polonia. Quería dibujar un contrapunto al judío manso que iba al matadero y nuca se sublevó. Aleksander, que luego se convierte en Sandro, tiene esa bravura, esa capacidad de hacer frente a la adversidad, esa disconformidad y ese valor para empuñar las armas. Durante la novela el espíritu combativo y feroz permanece intacto. Pienso mucho en estos días en lo que está sucediendo en Kiev...

–Los judíos decidieron levantarse ¿Cómo fue el levantamiento del gueto de Varsovia?

–Se encuadra en una serie de levantamientos de otros guetos europeos, pero tuvo una gran relevancia. Los varsovianos habían distraído a los nazis durante meses, porque no conseguían sofocar las revueltas que se originaban en el gueto, que también me ha recordado a lo que sucede en Ucrania. El levantamiento del gueto de Varsovia es el epítome del espíritu combativo: cuando los 450.000 judíos encerrados empiezan a tener noticias de los trenes de la muerte que los evacúan hacia el campo de exterminio de Treblinka, y saben que su destino es la muerte, la situación se vuelve insostenible. Se rebelaron contra los nazis con armas precarias, con cócteles Molotov y municiones del Ejército Nacional Polaco, porque no se conformaban con su destino. Sabían que iban a morir, pero querían morir con honor, morir con orgullo por lo que querían defender. Me emociona por lo épico y heroico del gesto.

–Aleksander es un héroe porque consigue sobrevivir, no ya a las circunstancias que impone el nazismo, sino a la pérdida traumática de su familia, y consigue llegar a España, seducido por un republicano español que estaba prisionero en Mauthausen… ¿Cuánto de real hay en estas historias?

–En la novela son todos personajes reales que existieron en la historia, exceptuando a Aleksander y su familia, aunque sus vidas y lo que les sucede podría haber ocurrido perfectamente en la realidad. Desde los mandos nazis que invadieron Polonia y crearon el gueto hasta los resistentes del gueto, pasando por Léon Degrelle, un político belga católico y oficial de las Waffen SS que terminó su vida en España, o Erik el Belga, un marchante de arte belga implicado en el robo por encargo de un gran número de obras de arte de iglesias españolas. Todos existieron. Y aunque Aleksander no, sí hubo una Aleksandra Kraikievicz, que fue llevada a un patio en el gueto junto a 500 vecinos para ser fusilados. Sin embargo, milagrosamente sobrevivió y cuando despertó estaba sepultada por cadáveres: escapó y huyó. Muchos judíos llegaron a España, aunque normalmente era un destino intermedio para llegar a otros países.

–¿Cómo se portaba el Gobierno español con aquellos judíos que durante la II Guerra Mundial buscaban refugio en España?

–La política de Franco fue fluctuante. Partió de cierta 'no implicación', y nunca fue un Gobierno colaboracionista con los nazis porque ellos no facilitaron la persecución de judíos,. De indiferencia a cuando acabó la guerra, los nazis pierden, ya vista gorda y intentaron colgarse medalla de salvar a judíos. Algunos historiadores apuntan a que Franco tuvo que ver más con la protección con la indiferencia, aunque esto fluctuó. No tuvo un papel tan oscuro perverso como lo atribuyen algunos.

–Cuenta que Himmler pidió expresamente al Gobierno de Franco que elaborase unos listados de todos los judíos que había en España...

–Pidió a los gobernadores civiles que hicieran un registro de los judíos que había en España (unos 6.000) para afiliarlos, para saber quiénes eran, a qué se dedicaban, sus ocupaciones… para tenerlos controlados. En mi opinión, lo hicieron sin demasiado entusiasmo. No hubo una especial inquina ni una actitud de persecución para conseguir filiar a cada uno, ni hubo amenazas, y esas listas desaparecieron tras la guerra. Franco quiso reconciliarse después con los aliados, por lo que todo lo que olía a complicidad con los nazis tenía que desaparecer.

–El libro no entra en temas polémicos ni políticamente incorrectos, a pesar de tratar una de las mayores atrocidades de la Historia.

–De alguna forma el escritor se posiciona desde la neutralidad, porque es el narrador. No así Aleksander: el personaje sí se manifiesta y expresa su odio hacia aquellos que le estaban generando tanto sufrimiento. Queda clara la maldad, la inquina y la sinrazón de los nazis en su persecución. Como escritor tomo distancia de los hechos, pero hablo por boca del personaje: mi posición obviamente está de lado de las víctimas.

Mario Flores, frente a su librería, con la novela La playa de Varsovia en primer plano

–Ahora nos encontramos en un contexto internacional muy complicado. ¿Qué opina de quien compara a Putin con Hitler?

–Lo alarmante no es que encuentre similitudes entre ellos, sino entre cómo actuaron los países occidentales en la Segunda Guerra Mundial y cómo están actuando ahora. Aunque parece que Occidente empieza a despertar, Inglaterra, Francia y Estados Unidos hicieron exactamente lo mismo entonces que ahora. Y Putin es un calco de Hitler: paranoide, megalómano y narcisista. Tienen un perfil psicológico idéntico: desbordados por su sentimiento de grandeza, de megalomanía y de narcisismo, que consigue encandilar a sus seguidores. Tanto Hitler como Putin tienen una camarilla que los acompaña en su locura; si Hitler quería construir su imperio, Putin está obsesionado con el sueño de grandeza de la URSS, con recuperar la gran Rusia, y para ello procede también invadiendo territorios. Es una ensoñación.

–¿Qué paralelismos encuentra entre el levantamiento del gueto de Varsovia y los combatientes ucranianos que se oponen a la invasión rusa?

–Si se lee la parte de la novela que trata el gueto de Varsovia, se podría ilustrar perfectamente con las imágenes de hoy de Kiev: ese submundo de personas refugiadas bajo tierra, que tratan de sobrevivir como pueden, que salen a la calle con bombas molotov, inermes y sin defensa porque no hay armas para todo el mundo... Esa forma de defenderse es una copia exacta y literal de lo que ocurrió en el gueto de Varsovia. Veo en los ciudadanos de Kiev a los supervivientes del gueto, gente que combate con manos desnudas y con orgullo y honor, que le plantar cara a la injusticia.

–Más allá de la novela histórica, en 2007 publicó el Diccionario Progre. ¿Con qué términos lo actualizaría hoy?

–Ahora libro la guerra en las pequeñas trincheras. Pero sí que hubo un tiempo en el que sentí la necesidad de denunciar esas pequeñas cosas, y el tiempo me ha dado la razón. Yo alertaba del peligro de que nos intenten hacer pensar de una forma usando el lenguaje, porque si controlas el lenguaje controlas el pensamiento. Hoy ese 'plan' ha ido mucho más lejos. Intentan hacernos ver las cosas de una forma concreta, organizan la manipulación del lenguaje a diario, en cada momento y en cada intervención de los políticos. Es una situación preocupante.