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José Tomás en Valladolid en 2016

José Tomás en Valladolid en 2016GTRES

Soy taurino y estas son las razones por las que no me convence José Tomás

El sitio que pisa el de Galapagar es el lugar impropio de un torero que sobrepasa los límites del temple para adentrarse en una especie de locura suicida

José Tomás va a volver a torear en junio en Jaén y ya se ha desatado la locura. Ya no hay entradas. Ya no hay hoteles. Ya no hay nada. Porque parece que después del torero de Galapagar ya no hay nada, lo mismo que decían los Beatles que había antes de Elvis. Basta la pronunciación de su nombre para imponer el silencio, la desbandada, la liturgia que opaca en el pueblo todo lo demás. El pueblo se obnubila sometido por la figura que cree imprevisible, pero no es así.

No es un ultraje taurino, quizá sí popular. De José Tomás lo hemos visto todo y ya no queda más. Tomás ya «solo» torea por arrebatos porque no puede mantener su regularidad. Ni él ni nadie con esas maneras. Ni siquiera una común periodicidad. Quizá él mismo lo comprendió después de que la muerte le avisara con más empeño que a otros. Hay una suerte de espantada en esto. Era el sitio y siempre ha sido el sitio el origen de todo.

Un salto al vacío

Nadie se ha puesto nunca en el sitio del gran torero madrileño. El frenesí de los tomasistas que asisten con el alma en vilo y el grito en el cielo a las pasadas del toro a milímetros de la taleguilla. «Pero no es eso, no es eso», dijo Ortega a propósito de la República que se daba ante sus ojos, igual que «no es eso» lo que se da ante los columbres ávidos de esas manoletinas de escalofrío.

El sitio de José Tomás, ese núcleo y esencia de su ser, es el lugar impropio de un torero que sobrepasa los límites del temple para adentrarse en una especie de locura suicida. La locura emocionante cuando sale bien, qué remedio y qué suerte, tras el efecto del susto de la muerte. Es el efecto de la inyección de felicidad al saber que la muerte que se veía cierta no ha sucedido. Pero el toreo es más que eso. Muchísimo más que un milagroso salto al vacío.

Jose Tomás en La Monumental de México

José Tomás en La Monumental de MéxicoGTRES

Y José Tomás se lanza al vacío cada vez que torea. Y lo que se ve es el caer, la impresión de la caída lenta, constante, que acaba en prodigio, aunque no siempre. Uno se enfrenta a su faena con una tensión insoportable. Es como si él la sintiera también, la tensión de uno y de todos y la pusiera a prueba. Es el alarde de un valor inconsciente, de un riesgo vano. Y un torero debe ser (y estar) consciente hasta en los sueños.

El abandono tomasista es cerrar los ojos cuando nunca hay que perderle la cara al toro. Es abrir los brazos y dejarse caer. Es el suicidio. ¿A quién le gusta ir a ver a alguien prestarse a morir? José Tomás me provoca miedo e inquietud. José Tomás no me provoca emoción hoy, aunque en un primer momento lo hizo, cuando parecía consciente de lo que hacía y aquello definía el delirio. Luego supe de su inconsciencia y pensé en la verdad de los conscientes y me decepcioné.

Un desenfreno impropio

Ese miedo del tendido no es positivo sino el miedo ante el horror. Una osadía, la de José Tomás, de una importancia que trasciende el toreo por una fama que va más allá de la plaza, como la de aquel hombre que se lanzó en caída desde la estratosfera. Dios no quiera que a José Tomás le pase algo pues, además de la desgracia, quizá hasta podría atraer la atención del animalismo en flaco favor a la tauromaquia casi no representada en ese morbo sobrante o sobrero.

La figura clavada en el albero de José Tomás es una hermosa estampa. El estatismo imponente. De una belleza esperanzadora y subyugante, pero la pasión no llega hasta que da rienda suelta a un desenfreno impropio que además carece de alegría. Lo malo, sí, lo malo es cuando, después de la belleza y la verdad aparentes, da esos pasitos adelante que parecen no tener fin, como el paso mortal de Alice Munro en El Último Mohicano, pero sin su heroísmo, que dejan atrás la audacia y el arte para meterse, para meternos, en la oscuridad.

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