Fundado en 1910

Miguel Ángel Blázquez, autor de 'La última palabra de Albert Camus'Paula Argüelles

Albert Camus y la búsqueda incansable del sentido de la vida

Entrevistamos al editor y escritor Miguel Ángel Blázquez, que narra las últimas horas del escritor argelino, ganador del Nobel de Literatura y fallecido repentinamente en accidente de tráfico cuando se dirigía a reencontrarse con su amante, en el libro La última palabra de Albert Camus

«Es como si mi necesidad fuera infinita y nada ni nadie pudiera colmarla». Esas palabras de Albert Camus (Mondovi, 1913 - Villeblevin, 1960) dirigen el excelente ejercicio literario de Miguel Ángel Blázquez. Este editor y escritor se ha lanzado, después de vivir años entre libros, a escribir su primer libro, un pequeño relato en el que recrea los últimos días en la vida del atormentado escritor.

La última palabra de Albert Camus (Voz de Papel Premium) se ubica en el glamuroso París de 1957, el año en que su protagonista alcanzó la cumbre de las letras universales con el Premio Nobel de Literatura. Sin embargo, la capital francesa no fue el remanso que el periodista y filósofo nacido en Argelia había esperado. Procedente de un ambiente de pobreza, rodeado de burgueses en París, Camus trazará un laberinto existencial en el que no renunciará a realizarse las grandes preguntas, tanto escribiendo como viviendo.

Bohemio empedernido (y encumbrado como icono de vida disoluta), Camus fue etiquetado como existencialista, anarquista, rebelde, mujeriego, ateo, filósofo de lo absurdo o antifascista. Vivió una angustiosa enemistad con Sartre, su mujer trató de suicidarse lanzándose por la ventana del psiquiátrico en el que estaba internada y se entregó con pasión a un romance adúltero con una española.

Y, sin embargo, había en el autor de El extranjero y La peste una chispa de esperanza: una búsqueda incansable de darle sentido a esa sed que le consumía. Así empieza la joya literaria de Blázquez, «Voy a seguir luchando por alcanzar la fe», y así lo relata a El Debate en una intensa entrevista.

La última palabra de Alberto Camus, el primer libro de Miguel Ángel BlázquezPaula Argüelles

−¿Cuál cree que es la gran genialidad de Albert Camus?

−Camus debía ser genio en muchas cosas. Una mente privilegiada sin duda pero yo creo que lo que más me atrae de su personalidad es su autenticidad, no exenta de errores. Quizá es la forma más humana de vivir, sin censurar ni esconder lo que uno es en contraposición al moralismo estéril y vacío de experiencia. Camus era un hombre con los pies en la tierra a pesar de vivir habitualmente en otros mundos, algo propio de los escritores y en general de los artistas. El amor le hizo vivir en lo real. Era un hombre extremo.

−¿De qué manera conecta con la sensibilidad de hoy? ¿Por qué sigue siendo relevante, más allá de La Peste?

−Hoy más que nunca la sociedad busca referentes auténticos, que no necesariamente coherentes. La virtualización a la que nos ha llevado la tecnología hace que cada vez sea más difícil encontrar personas atractivas humanamente. La realidad lo tiene todo, la belleza y el dolor. Camus retrata la dureza de la realidad sin artificios, y La peste es un claro ejemplo de ello. Los destellos de luz que hay al final de la obra nos permiten ver la búsqueda de un bien entre tanta adversidad. Camus sigue siendo no solo relevante, sino un icono para personas de generaciones que no habían nacido cuando falleció el 4 de enero de 1960, entre los que me incluyo. Una especie de estrella del rock de la literatura universal, uno más de los escritores que murieron pronto dejando una obra inacabada y un vacío que les ha convertido en ídolos de masas. No en vano es uno de los autores más leídos de todos los tiempos.

−Usted recrea, en este maravilloso libro, algunos encuentros del escritor días antes de su muerte. ¿Hasta qué punto son ficción? ¿En qué se ha basado para escribir el libro?

−Para poder escribir el relato he necesitado participar en cada escena con los personajes. No ha sido fácil y menos teniendo que cambiar de registro y quitarme la chaqueta de editor para asumir el rol de escritor. Al ser dos oficios que coinciden con mi vida real he podido moverme entre Camus y Gallimard con mucha soltura. Durante el proceso de investigación, lo que más me ha interesado ha sido la relación entre ellos. En realidad, lo que menos he utilizado ha sido la obra de Camus. De hecho, no había leído ningún libro suyo completo antes de iniciar el relato. Mi trabajo de documentación se ha orientado hacia su vida íntima, su familia, su psicología, sus amigos, sus carencias y la relación con el amor que tanto le marcó. En definitiva, he buscado la identidad de Albert Camus trabajando con biografías, largometrajes, ensayos, tesis doctorales, entrevistas, documentales, archivos fotográficos y, como material más reseñable, las cartas de Camus y María Casares. Una obra impresionante de más de 800 epístolas en las que Albert Camus se muestra tal como es, infantil o adolescente a veces, serio y triste, enamorado, libre y desinhibido. Ha sido la mejor fuente de documentación con la que he contado para intentar comprender la compleja personalidad del escritor. Es por tanto un relato de ficción basado en hechos reales.

−¿A Camus le corroía la idea de perder la inspiración? ¿Le llevó eso a la depresión?

−Entiendo que a todo escritor le sucede. Camus era un hombre atormentado que vivía, como se suele decir ahora, una doble vida. Yo diría que vivía varias vidas en un mismo día. Lottman, uno de sus biógrafos, afirma que sufrió una depresión en los últimos años de su vida. Además, relata que desde que recibió el Nobel hasta que pudo escribir El primer hombre pasó un tiempo de falta de inspiración. Padeció también en esos años una especie de fobia social que le afectó psíquica y físicamente. Es muy interesante profundizar en su pasado, en cómo se desarrolló su infancia, su adolescencia, su madurez, todas las circunstancias que fueron formando el carácter de Camus, un hombre jovial en apariencia y vivaz pero con un gran tormento interior. Todo ello le hizo sufrir y por supuesto hizo sufrir a los que tenía cerca, pero permitió que nos legara una obra marcada por ese carácter excepcional definido por la búsqueda incesante del amor y de un sentido para la vida con un profundo deseo de justicia y de bien, a pesar de ser un hombre injusto en ocasiones.

−¿Fue el Premio Nobel una confirmación de que nada le bastaba, ni siquiera el más alto honor en el mundo literario?

−Son muchos los datos que permiten entender que fue algo para lo que no se consideraba preparado. Basta entresacar algunas afirmaciones de su discurso en la Academia Sueca: «Al recibir la distinción con que ha querido honrarme su libre Academia, mi gratitud es más profunda cuando evalúo hasta qué punto esa recompensa sobrepasa mis méritos personales. [...] He sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme de acuerdo con un destino demasiado generoso. [...] Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis dudas y también a mi difícil fe». Sus palabras traslucen una humildad y una sencillez de la que Camus no podía sustraerse, heredadas de su infancia en Argelia.

−¿Cuál fue el incidente con Sartre que se menciona de pasada en el libro? ¿Cuál era la relación entre ambos?

−Lo menciono de pasada intencionadamente ya que he querido dejar elementos que permitan al lector investigar por su cuenta los hechos y las circunstancias de la vida de Camus. Este es uno de tantos episodios interesantísimos. Las diferencias entre ellos eran muchas. Dicen que Camus era un literato que filosofaba y Sartre un filósofo que escribía. Tenían posiciones totalmente antagónicas en las que además el ego y el narcisismo campaban a sus anchas. De alguna manera Camus fue infravalorado por la élite intelectual francesa de la que Sartre era un icono y el detonante del distanciamiento entre ambos fue el desencuentro que tuvieron por la publicación del ensayo de Camus El hombre rebelde en 1951. Sartre encargó a un periodista de su revista Tiempos Modernos la realización de una crítica del libro. Más de veinte páginas durísimas contra Albert Camus y su posición ideológica. Se sucedieron réplicas y contrarréplicas que dinamitaron aquella compleja relación. Sartre describió a Camus como «el intelectual que en determinado momento piensa que fracasará como intelectual y que se lanza a la acción porque no ve otra salida». En 1957 Camus recibe el Nobel de literatura y responde a la pregunta de uno de los periodistas acerca de su relación con Sartre: «Las relaciones son excelentes, señor, porque las mejores relaciones son aquellas en las que no nos vemos». En 1964, cuatro años después de la muerte de Camus, Sartre es galardonado con el Nobel de literatura y lo rechaza aludiendo que «Camus lo había recibido antes que yo». Como puede verse, fue una relación muy difícil y llena de matices.

Dicen que Camus era un literato que filosofaba y Sartre un filósofo que escribía. Tenían posiciones totalmente antagónicas en las que además el ego y el narcisismo campaban a sus anchas

−¿Cuándo conoció Camus a María Zambrano y qué admiraba de ella? Dice: «Esa mujer representa lo que yo defiendo en este país».

−Según los datos biográficos, Camus y María Zambrano se conocieron en 1946. Desconozco si se vieron más veces, pero sí mantuvieron una relación epistolar como era habitual en esa época entre escritores y filósofos de España, Europa y América. Camus comulgaba con la posición ideológica de María Zambrano, exiliada de una España que vivió el éxodo de muchos escritores, intelectuales y artistas obligados a emigrar tras la caída de la Segunda República y la llegada al poder de Francisco Franco tras la Guerra Civil española. No olvidemos que Camus vivió muy de cerca las consecuencias del destierro forzoso de España, lo que también vivió Zambrano, ya que María Casares, amante con la que mantuvo una relación en dos fases hasta el día de su muerte en 1960, era hija de Santiago Casares Quiroga, Ministro y Presidente del Consejo de Ministros en el gobierno de Azaña. La familia de Casares Quiroga emigró a Francia y ello permitió que Camus y María se conocieran en el ambiente teatral de París.

−Camus dice a su editor: «La literatura filosófica no se vende en Francia desde que habéis descubierto que hay mejores escritores que Bergson y Mauriac». ¿A qué se refiere?

−Es una forma de exponer coloquialmente la situación intelectual y literaria de la época. Camus y Sartre, así como Malraux y otros escritores, conforman una especie de generación nueva, llamados existencialistas, que irrumpe tras varias décadas de presencia de una tradición que encarnaron autores como Henri Bergson, François Mauriac, Gabriel Marcel o Charles Péguy. Una generación que pertenecía en su mayoría a la burguesía que Péguy y Léon Bloy criticaron duramente. Camus y algunos de sus contemporáneos rompen con lo anterior y abanderan un pensamiento afín a la lucha de clases, la búsqueda de la justicia social… en definitiva, una ruptura con el moralismo católico francés de épocas anteriores.

El autor, Miguel Ángel Blázquez, en otro retrato en El DebatePaula Argüelles

−También hay una crítica al sector editorial, entiendo que al francés y a la industria en general. Como editor, ¿percibe que se ha dejado de valorar cierto contenido en aras de un enfoque más comercial?

−Durante años me he dedicado a hacer libros en todos las fases del proceso y he podido conocer la tramoya de un sector que, al igual que ha sucedido con la música y con el cine, tarde o temprano sufrirá un cambio en el modelo de creación, distribución y venta. Hoy el sector editorial es global y mi crítica no se dirige solo al mercado francés ni a los agentes e intermediarios, editores, impresores, distribuidores, libreros. Tiene que ver más bien con la pérdida del valor cultural de una obra, en la medida en que se concibe sólo como un producto de venta masiva. Hay infinidad de obras buenas, obras mejores por su calidad literaria que muchos best sellers que ni siquiera llegan a publicarse o que tienen una limitada distribución, y si la situación del libro ya es compleja, mi libro, como muchos otros, se puede encontrar en las estanterías virtuales de Amazon al lado de un set de manicura, un pack de bolsas de aspiradora o un Satisfyer Pro 2. Soy de los románticos que aún compran libros en papel y pasan horas buscando en los estantes de las librerías. Estoy visitando poco a poco a los libreros, animándoles a que lean el relato para que puedan recomendarlo en el lugar natural del libro, que es la librería, en la que no se venden aparatos de «higiene íntima», de momento.

−¿Cómo era la Francia aburguesada contemporánea a Camus, que él dice que Gallimard representa?

−Francia, como otros países europeos, empezaba a recuperarse y consolidarse democrática y políticamente tras las guerras mundiales. De alguna manera en los años en los que Camus vivió su madurez en Francia se estaba fraguando lo que sería el Mayo del 68. Albert Camus y otros fueron abanderados de un pensamiento liberal, reaccionario y comprometido con la lucha social de mediados del siglo XX. La burguesía francesa tenía un origen aristocrático, elitista y un alto poder adquisitivo. Camus provenía de una familia pobre de Argelia y por lo tanto cabe pensar que tendría un desencuentro natural con la clase burguesa de la Francia de entonces.

−Camus era un hombre continuamente insatisfecho. ¿Dónde buscaba refugio, además de en la escritura?

−En el fútbol (una de sus grandes pasiones), en el teatro, en las mujeres, en la comida, en la bebida, en la lectura, viajando, en el sol, en el mar… En definitiva, lo buscaba en todo, pero yo diría más que el refugio, el afecto y el placer. Hay registros audiovisuales en los que se le ve disfrutando con su familia y con sus amigos, pero su vida era un cóctel de carencias, de sensaciones, de mentiras, de remordimientos, de intuiciones verdaderas. Quizá en algún momento tuvo deseos de arrepentimiento y de hecho, en mis ulteriores investigaciones, he encontrado documentos que lo avalan. Vivió circunstancias muy dramáticas en la relación con su mujer, Francine, que padeció severas depresiones llegando a saltar por la ventana del sanatorio en el que estaba internada recibiendo tratamientos de electroshock, con intención de escapar o suicidarse.

−Tuvo una vida disoluta, llena de infidelidades, alcohol y otros excesos. ¿Qué le rescataba de esa espiral?

−Probablemente las únicas personas que podrían responder con fidelidad a esta pregunta son Francine, que fue su segunda mujer y madre de sus dos hijos; María Casares, y su amigo Michel Gallimard. Quizá Anne, la hija de Janine, segunda mujer de Gallimard, también fue una persona cercana a Camus a pesar de la diferencia de edad. En el relato adquiere un papel importante. No creo que saliera de esa espiral en ningún momento. Quizá los encuentros con Mumma fueron para Camus una especie de bálsamo, momentos de paz a pesar de que mantuvieron profundas discusiones sobre temas diversos, entre ellos la cuestión de la fe.

−Existencialista, anarquista, rebelde, ateo… ¿Eran expresiones de su búsqueda vital? Gallimard le dice: «¿Crees que eres más libre por hacer lo que te dé la gana?».

−Camus rechaza ser considerado existencialista. Esos y otros apelativos son intentos de etiquetar a un hombre que quizá el que más le define es el de «rebelde», el que se rebela. Eso era Camus, un rebelde por naturaleza. Desde pequeño adquirió esta actitud ante todo. ¿Qué hace un niño que no conoce a su padre, al que han matado en la guerra cuando no tenía un año cumplido? Rebelarse contra todo y también contra ese Dios que llaman bueno y que permite que algo así suceda. Era el inicio de la contradicción, germen de un futuro pensador. Gallimard era un buen amigo suyo y seguramente le diría muchas cosas que ponían a Camus entre las cuerdas. En el relato me he sentido muy cómodo con el personaje de Michel Gallimard además de compartir con él la profesión de editor. Más compleja ha sido mi relación con Camus, al que he interrogado, le he hecho pensar, callar, gritar, se ha enfadado, atragantado, escupido… como en una auténtica relación de amistad. Michel Gallimard conocía bien las correrías y las miserias de Camus, y también sabía que todo eso le afectaba. Compartían en definitiva la vida. Eso es lo que he buscado retratar en la escena del coñac en la sala de lectura. Una amistad verdadera.

Camus rechaza ser considerado existencialista. Esos y otros apelativos son intentos de etiquetar a un hombre que quizá el que más le define es el de «rebelde», el que se rebela. Eso era Camus, un rebelde por naturaleza

−«Es como si mi necesidad fuera infinita y nada ni nadie pudiera colmarla». ¿Es esta búsqueda la que le lleva a Mumma? ¿Cómo entró en su vida y quién fue para él?

−Sin duda, la falta de una respuesta fue siempre un aliciente para buscar más, donde fuera, incluso en una iglesia. Lo interesante es cómo llega a conocer a Howard Mumma, pastor metodista que fue destinado a la iglesia americana de París. Sucedió a través de la música. Asistió varios domingos al templo para oír tocar el órgano a Marcel Dupré y así fue como se conocieron. Esta experiencia tiene cierta similitud con la conversión del filósofo Manuel García Morente cuando relata en El hecho extraordinario el momento en que, en una habitación de una casa en París, exiliado, sin su familia y sumido en una crisis vital, escuchando La infancia de Jesús de Berlioz, se abandona a la fe. A través de la belleza de la música ambos inician un camino que podríamos llamar de acercamiento a Dios. En el caso de Morente, radical y coronado con su ordenación como sacerdote después de enviudar, y en el caso de Camus, inacabado como su última obra. Mumma fue una especie de confidente, un confesor, por usar un término más cercano a la experiencia cristiana.

−¿Cree que Albert Camus buscaba a Dios?

−Todo ser humano busca un sentido para la vida, y en esa búsqueda necesariamente se topa con Dios, o al menos con una contradicción que le obliga a tomar posición. Puede reconocerlo y aceptarlo o pasarse la vida negándolo. Hasta el propio Sartre escribió una pieza teatral maravillosa sobre la Navidad, Barioná, el hijo del trueno, cuando estaba en el campo de concentración, obra cuya autoría no reconoció públicamente. Hay personas que usan su razón para negar a Dios, pero cuando la realidad les supera o les asesta un golpe que no pueden sobrellevar con esa misma razón, abren la puerta a la posibilidad de la existencia de un ser superior. Llamémosle Dios. Camus era un buscador insaciable y en esa búsqueda necesariamente tuvo que toparse con Dios, aunque fuera para negarlo. Pero ¿esa negación no afirmaba implícitamente una existencia?

−Tras su trágica muerte, que lo encontró todavía en mitad de esa búsqueda, fue encontrado en su maletín el manuscrito de El primer hombre, autobiográfica. ¿De qué manera arrastró siempre las penurias de su infancia, el dolor por estar lejos de su tierra, el sentirse siempre fuera de lugar por haber crecido en un entorno pobre…?

−En toda su obra aparecen pinceladas más o menos definidas de su vida, pero en El primer hombre se percibe un trabajo de retrospección e introspección muy claro. «Hablo de aquellos a los que quise, y solo de eso». Es el propio Camus el que nos da la clave de lectura. En su vida hay conflictos no resueltos. La carencia de un padre. La pobreza de su origen que se resolvió en apariencia con la bonanza económica gracias a su éxito editorial, pero sólo en el aspecto material. Camus seguía siendo un pobre de espíritu a pesar de haber ganado dinero y ser famoso. Otros grandes asuntos no resueltos tienen que ver con el amor y con la fe. En el relato me ocupo de estas cuestiones.

El escritor Miguel Ángel Blázquez, en su estudio

−¿Qué le llevó a usted a escribir sobre su figura? ¿Siempre le ha acompañado? ¿Recuerda la primera vez que lo leyó, que le marcó?

−Mi encuentro con Camus ha sido totalmente casual y además en Sant Lluís, pueblo menorquín de la abuela materna de Camus. Al regresar de ese viaje comencé a investigar y su historia me cautivó desde el inicio. Todo, su vida, el momento histórico, sus contradicciones. Con sus obras he tenido una relación disonante. Quería conocer a Camus en persona, algo imposible, obviamente, y por ello tuve que tomar otras vías de estudio, además de sus libros. Lo que más me ha atraído es su psicología y su vida interior. La primera obra completa que leí de Camus fue El mito de Sísisfo, y me provocó mucho, sobre todo poniéndola en el contexto de la problemática encubierta actual del suicidio y de la desesperanza creciente en la sociedad actual. Otra de sus obras, quizá la que más me ha impactado por su actualidad, es La peste. Después de lo que hemos vivido con la pandemia del coronavirus, se trata de un texto profético en muchas de sus escenas.

−Editor, impresor, director de arte, artesano… ¿Por qué se ha lanzado ahora a la escritura?

−Soy un hombre hiperactivo. Empecé a escribir en 1999 describiendo una habitación de una pensión de mala muerte en Cantabria y me he pasado todo este tiempo haciéndolo en la sombra, casi clandestinamente. Pasé de escribir en el WC de mi casa a la pecera del Ateneo de Madrid. Al principio escribía textos muy sencillos y alguna poesía llena de rimas forzadas. Después tuve un silencio de muchos años hasta que en 2014, una noche de verano, escribí una misiva que lancé a las llamas tras releerla. Me asusté de lo que había escrito, no porque fuera malo, sino porque descubrí una voz desconocida que empezaba a resonar con fuerza en mi interior. Fue un impacto brutal. Hoy me arrepiento de haber quemado aquella carta y solo conservo una fotografía y un video del cuaderno consumiéndose en las brasas. Poco después esa voz se encarnó de forma imprevista y definitiva. Fue la confirmación de mi vocación de escritor. Mi obra es predominantemente poética, pero La última palabra de Albert Camus ha supuesto una novedad total en mi estilo. Tengo novelas inacabadas, he escrito artículos, reflexiones con un acento filosófico, canciones, cartas y cientos de slogans publicitarios, pero nunca había hecho un relato breve. He disfrutado mucho y me he sentido muy cómodo con este formato.

−Dice que alguien le dijo: «Ahora decide si eres escritor o un desquiciado que necesita vaciar el alma en un papel para luego tirarlo a la basura». ¿Quién se lo dijo?

−Ese fue también uno de los momentos decisivos. Me lo dijo la primera persona a la que envié un texto después de quemar aquella carta. Su nombre es Marta y en esa época, 2015, se ocupaba de representar a autores entre otros trabajos del ámbito editorial. Su encomienda fue contundente. Me ayudó a entender que si quería seguir escribiendo tenía que hacerlo para alguien. En este camino han sido determinantes otras personas sin las que nada de todo esto habría sido posible y a las que estaré infinitamente agradecido. Uno de mis trabajos inacabados se titula Cartas de mi yo desconocido. Un cuaderno que cerré con un candado desde el inicio… cosas de escritor. Tras la indicación de Marta empecé un ensayo titulado ¿Para qué escribir? en el que trataba de responder a esa pregunta a partir de mi experiencia, pero después cambié el título por otro que le daba todo el sentido ¿Para quién escribir? Un hijo mío de 16 años me ha escrito hace unos días: «Yo no soy hijo de un escritor [...] ni de nadie al que se le nombre de una forma u otra dependiendo de lo que haga, soy hijo de un padre al que amo, no por lo bueno que pueda llegar a ser en algo, en realidad te quiero porque hagas lo que hagas, sea peor o mejor, lo que importa no es a qué te dediques sino a quién se lo dediques».

Camus era un buscador insaciable y en esa búsqueda necesariamente tuvo que toparse con Dios, aunque fuera para negarlo. Pero, ¿esa negación no afirmaba implícitamente una existencia?

−¿Qué escritores han tenido más peso en su desarrollo como lector y, ahora, escritor?

−Antes que los escritores, quien me inoculó el veneno de la lectura fue don Felipe López Martín Loeches. «Todo lo que necesitas saber está en los libros», me decía cuando era un adolescente que no había leído nada a pesar de haberme criado entre libros. Mi padre fue editor y librero. Respecto a los escritores, como hijo espiritual de Ávila, Santa Teresa y San Juan de la Cruz presiden mi biblioteca. Unamuno fue mi primer maestro y mi camino como lector lo han ido marcando los autores a través de las citas de otros escritores u obras. Los ensayos de Montaigne, por ejemplo, y después sin descanso tratados filosóficos, relato, poesía, novela, ensayo… Tengo predilección por los escritores franceses de los siglos XIX y XX y por los rusos del XIX. Tengo autores de lectura recurrente como Mauriac, Péguy, Claudel, Etty Hillesum, Victoria Ocampo, Stefan Zweig, Rilke, Jung, Dante, Cicerón, Wilde, Bergamín, Ortega... En poesía española me he ocupado de investigar a fondo la vida y obra de Pedro Salinas y Manuel Altolaguirre, si bien la Generación del 27 al completo es una de mis referencias claras de lectura y estudio. He leído a otros poetas españoles más recientes como Margarit, los hermanos Panero, García Montero, Carlos Murciano, Felipe Baeza... Leo también poesía francesa, inglesa, americana, griega y latinoamericana principalmente, y por supuesto a los italianos, Dante y su Commedia y con especial afecto a Alda Merini. Poco a poco voy descubriendo también la poesía árabe y oriental. Autores de lectura reciente: Phillip y Joseph Roth, Carver, Proust, Ruskin, Morris, Morente, Freud, Recalcati, Hadjadj, Ordine y Camus, obviamente.

−De lo que se publica actualmente, ¿qué cree que tiene más interés, a qué autores está siguiendo especialmente?

−La literatura desde 1960 hasta 1990, año en que empiezo a leer de forma más o menos habitual, no ha sido lo que más me ha interesado salvo en algunas ocasiones. Respecto a lo que se publica actualmente, hay tanto que no sabría por dónde empezar. En poesía, he leído recientemente la obra completa de Pablo Luque, amigo coetáneo con el que comparto mis inquietudes literarias que ha recibido el premio Ciudad de Irún con su obra Greenwich, un poemario profundo y maduro que releo habitualmente. Existe una generación de poetas que no son tan conocidos por el público general, al no estar en el catálogo de las grandes firmas editoriales, entre los que destaco a Rocío Acebal y su obra Hijos de la Bonanza, con la que ganó el premio Hiperión en 2020. Es una escritora joven con un estilo muy sólido, alejado de modas mercantilistas y excentricidades con un toque de tradicionalismo muy interesante. Cambiando de tercio obras como Patria (Tusquets) o El infinito en un junco (Siruela), por citar dos trabajos de autores actuales que comparten el marchamo de superventas, son el ejemplo de que hay temas que podrían parecer desfasados para una novela como el terrorismo de ETA o carecer de interés a priori como treinta siglos de la historia del libro y que, gracias a la maestría de sus autores y al olfato de sus editores, se han convertido en súper ventas. Hay también muchas editoriales que ofrecen servicios de autopublicación para escritores desconocidos, pero es necesario que detrás haya un equipo de profesionales que velen por la calidad de las obras que se lanzan al mercado con el fin de evitar la publicación de títulos que no cumplan los mínimos necesarios de calidad y aparezcan en el mercado sin un trabajo de rigor editorial.