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Se celebra el centenario de 'La España invertebrada' de José Ortega y Gasset

Ortega y Gasset y 'La España invertebrada' por separatistas, corruptos y fanáticos

Ignacio Blanco, Jorge Freire y Javier Zamora, profundos conocedores de la obra orteguiana, valoran la solución propuesta en La España invertebrada, cien años después de su publicación

Mientras la violencia anarquista campaba a sus anchas y los problemas en Marruecos se recrudecían, el filósofo José Ortega y Gasset escribió una serie de artículos en El Sol, que luego se publicaron como la España invertebrada, en un intento de síntesis editorial y solución para este imperio decadente y radicalizado que habitamos.

En el citado libro, Ortega intentó explicar qué nos sucede a los españoles desde los orígenes de una España idealizada en la planicie de Castilla como génesis, centro y razón de ser de todo una estructura imperial posterior que se rompía, exactamente, por las mismas costuras de ahora: fanatismo, nacionalismo y corrupción, envidia a los mejores y dictadura sentimental de las masas.

Una vida en común necesaria

En las primeras páginas, el filósofo ya trata de explicarse y explicarnos el dinamismo de una vida en común que en absoluto puede ser cristalizada, precisamente, por su propio dinamismo vital: «Repudiemos toda interpretación estática de la convivencia nacional y sepamos entenderla dinámicamente(...). Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades». Sin embargo, para Ortega, el país vive un caso extremo de invertebración por los abusos políticos, el fanatismo religioso, los particularismos separatistas –hoy en día tan en boga–; cuya esencia «es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás».

La propuesta de Ortega, más allá de sus errores y aciertos, sigue interesando porque trataba de sustentar la sociedad española, dentro de un continente también necesitado de fundamento y vertebración. La realidad de la guerra civil y la dictadura, quizá desecharon la realización del ideal orteguiano de vida común. Sin embargo, sus palabras se fueron acomodando en el ideario de los partidos políticos que atravesaron la Transición. Para valorar en su justa medida el texto orteguiano, Ignacio Blanco, Jorge Freire y Javier Zamora han razonado en torno a su contexto y a su valor como respuesta, más o menos válida, a los problemas de España, ayer y hoy.

Muchas de las ideas que cristalizarán en 'La rebelión de las masas' ya están anunciadas en 'La España invertebrada'Ignacio Blanco

Para Ignacio Blanco, catedrático de Periodismo de la Universidad CEU San Pablo, especialista y miembro del equipo de edición de las obras completas del filósofo, La España invertebrada, «como toda la obra orteguiana», es un libro muy pegado a su tiempo. En 1922, el momento político español y europeo era sumamente complejo. La Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles que, lejos de rubricar el final, prepararía el terreno para los convulsos años 20: la emergencia de los nacionalismos y los totalitarismos marcarán el devenir del siglo XX. La revolución soviética de 1917, los fascistas de Mussolini marchando sobre Roma en 1922, y, en 1923, la dictadura de Primo de Rivera en España, conformarían un panorama político del que Ortega no pudo sustraerse.

Por lo tanto, a lo que asistimos es a una profunda crisis de las democracias liberales, crisis que en cierta medida pervive en nuestros días, realzando así la acusada actualidad de esta obra. Por último, indicar que muchas de las ideas orteguianas que cristalizarán en 1930 en La rebelión de las masas ya están anunciadas aquí. En concreto, la ausencia de los mejores y la necesidad de que cada nación disponga de una minoría selecta capaz de dirigir los destinos de las naciones».

Ortega acertó con su crítica de las élites, tan desconectadas del pueblo entonces como ahoraJorge Freire

Por su parte, Jorge Freire, filósofo, escritor y articulista, ha subrayado las paradojas del libro:

«Plantaba siete sellos en la insufrible literatura del desastre, obsesionada con el ser de España, que tan cara resultaba al 98 y en cierta medida al regeneracionismo. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar caer en el esencialismo al abordar algunos problemas del país. Acertó en muchas cosas, algunas de las cuales pasan inadvertidas. Por ejemplo, su crítica de las élites, tan desconectadas del pueblo entonces como ahora; o su intuición de que hay algo peor que la inmoralidad pública: que una sociedad no sea una sociedad, porque no existe actividad socializadora. En una sociedad como la nuestra, marcada por la atomización y la anomia, nadie negará que llevaba razón».

Valor y singularidad

Sin embargo, Freire también cree que sus apologetas reducen a Ortega «a un mero denuesto del particularismo regionalista; particularismo que era el pecado mortal de Castilla. Toda vez que esta languidecía yerta y desfondada, pues ya no era el mascarón de proa de un imperio, los regionalismos no podían sino mirarse el ombligo. En resumidas cuentas: es un libro más inteligente que quienes lo enarbolan».

En cuanto al contexto, Freire subraya que «Ortega escribió el libro apremiado por una clara sensación de catástrofe, consciente de que la Restauración periclitaba, con su pesimismo estaba bien fundado. No en vano, pocos meses después de la publicación de España invertebrada, Primo de Rivera se cepillaba la Constitución de 1876».

En cuanto al valor del escrito ya centenario, señala, en primer lugar, «sus intenciones. Me conmueve el motivo que esgrime para organizar España en diez regiones, no por razones de pretérito, sino por razones de futuro. Aprendan los nacionalistas y los nostálgicos. No se trata de ajustar cuentas con el pasado, sino de ofrecer un futuro común. Luego está el tema, en absoluto soslayable, del estilo. España invertebrada tiene una prosa extraordinaria. Después de Ortega, muy pocos filósofos han escrito filosofía con este vuelo literario: Zambrano, Savater, Gomá y para de contar. ¿Por qué es un libro tan singular? Porque, de todos los mojones que, durante más de dos décadas, fueron jalonando la literatura del desastre, este es el postrero y el mejor. La modernidad de España invertebrada estriba en su método. Su acercamiento a la historia es muy heterodoxo. Como explicaba en un texto titulado El relato de las épocas y la sociedad europea, que sirvió de prólogo a un libro de filosofía de la historia escrito por un autor alemán, hay que desdeñar el anticuarismo de los historiadores y ponerse a trabajar sobre la historia».

En cualquier caso, salvando las distancias y las circunstancias, Jorge Freire termina afirmando que «también vivimos un fin de ciclo. España no se ha roto: se ha deshilachado. Quienes han querido romper las costuras, por un lado, solo han conseguido que la fisura reventase por el otro. Viene un maremoto centralista. Pero se engañan quienes piensan que eso va a vertebrar España. Como enseña Ortega, nada hay más particularista que el poder central, que hace a España y, sobre todo, la deshace».

«Los problemas que Ortega percibió en su tiempo no se han solucionado o han reaparecido». Así lo afirma Javier Zamora Bonilla, que es director del Máster de Teoría política y cultura democrática en las Facultades de Filosofía y Ciencias Políticas de la Complutense madrileña, y coordinador de las obras completas de José Ortega y Gasset, además de autor de Ortega y Gasset: la aventura de la verdad (Shackleton books, 2022).

Ese hombre vaciado de pasado, desconocedor de lo que ha costado construir una sociedad y una democracia avanzada, se entrega a los mensajes simples de los populismosJavier Zamora Bonilla

«Tras la cruel y larga dictadura franquista, que parecía que nuestra sociedad ideaba y realizaba un proyecto colectivo y sugestivo de vida en común, parece que hay algunos problemas que Ortega constataba y no se han acabado de resolver. Lo vemos en los casos de particularismo, de buscar cada uno su propio beneficio y desinteresarse por los intereses colectivos; que siguen fomentando un sentimiento apartista. Lo vemos en los casos de corrupción y en los comportamientos sociales y políticos que expresan eso que Ortega llamó compartimentos estancos».

A juicio de Zamora Bonilla, «todavía siguen existiendo grupos sociales y políticos que prefieren vulnerar el Estado de derecho para conseguir sus fines. Quizá lo más vigente sea la rebelión sentimental de las masas que, aunque no aparece en el libro más que como idea, sí lo hace en La rebelión de las masas (1930), y es un gran problema porque ese hombre vaciado de pasado, desconocedor de lo que ha costado construir una sociedad y una democracia avanzada, se entrega a los mensajes simples de los populismos». Al mismo tiempo, Javier Zamora Bonilla recuerda que «la España de hoy está mucho más vertebrada que la de Ortega. Tenemos una sociedad con unos niveles de educación muy superiores. También una estructura social más sólida, con menos grandes diferencias económicas, de formación, de acceso a los grandes servicios públicos que la de hace cien años, aunque las últimas crisis hayan golpeado de forma muy seria a las clases baja y media. El tejido productivo es muy superior al de hace un siglo, aunque sus déficits sigan siendo grandes en el mundo globalizado en el que vivimos. Incluso la vida política, que no es una balsa de aceite como vemos a diario, está mejor que hace cien años, y nuestra democracia permite un Estado de derecho homologable a los de nuestro entorno». Así que, a pesar de todo, todavía hay esperanza en esta España vertebrada y por terminar de vertebrarse.