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Luis Gorrochategui posa delante del puerto coruñésNovo

Luis Gorrochategui, escritor e historiador

«Los españoles somos los descubridores y pobladores de la Polinesia»

El ensayista presenta un libro sobre la carabela San Lesmes, que en el siglo XVI se perdió en las aguas del Pacífico y expandió su huelle genética y cultural «desde la isla de Pascua hasta Nueva Zelanda»

Es la carabela perdida. Se llama San Lesmes. Zarpó del puerto coruñés en 1525 con destino a la Especiería. Se perdió antes de llegar al destino. Pero su epopeya está más viva que nunca. La cuenta Luis Gorrochategui (A Coruña, 1960) en La carabela San Lesmes. El viaje más épico de la historia (Crítica, 2022).

–El libro llega en un momento muy oportuno. Dentro de tres años se celebrará el quinto centenario de la partida del puerto coruñés de la Expedición Loaísa-Elcano, en la que se integró la San Lesmes.

–El libro se divide en dos partes. La primera parte está dedicada a la Expedición Loaísa-Elcano, y ahí cuento toda la historia de la expedición, desde que zarpa de La Coruña. Pero no solo cuento la historia de la expedición, también cuento la historia de la Casa de la Contratación coruñesa: su origen, su reglamento…

–¿Cuál era el objetivo de esa Expedición Loaísa-Elcano?

–Son siete naves que zarpan de La Coruña. De las siete naves, sabemos el destino de todas ellas menos de la carabela San Lesmes, que es una de las cuatro que, después de mil avatares, entran en el Pacífico. En su tiempo, fue un misterio absoluto lo que pasó con ella. Una de las naves sí llega a las Molucas, que era el objetivo de la expedición, y está en guerra varios años con los portugueses. Luego consigue volver, de la mano de Urdaneta, que es el que hace la segunda circunnavegación. También cuento, por cierto, las posteriores expediciones españolas al Pacífico.

–En la historia de la San Lesmes hay un investigador clave, Robert Langdon, el autor de The Lost Caravel (1975).

–La segunda parte de mi libro está dedicada a la carabela San Lesmes. Empiezo contando vestigios de un naufragio que aparecen en 1929: se encuentran cuatro cañones de hierro empotrados en el coral del atolón de Amanu. Todo esto se publicó en su tiempo en revistas de la zona del Pacífico. Además, esta información va a llamarle muchísimo la atención a Robert Langdon, periodista y otras muchas cosas. Comienza a tirar del hilo y se da cuenta de que esos cañones solamente pueden ser de la San Lesmes, pues no hubo otro que se perdiese en esa zona en aquellos tiempos. A partir de ahí, empieza a investigar en museos de Nueva Zelanda y Australia. Comienza además a leer narraciones inglesas y holandesas del siglo XVIII.

–¿Qué cuentan esas narraciones?

–Exploradores europeos que fueron llegando a la Polinesia e investigaron cómo era aquella gente llegaron todos a la misma conclusión: que ahí tuvo que naufragar un barco español hace mucho tiempo. ¿Por qué? Porque en caso contrario no se explica nada: ni las técnicas de construcción naval, ni la vestimenta, ni muchísimos rasgos culturales. Y, sobre todo, no se explica que en otras partes del Pacífico todos los indígenas sean de origen asiático, pero llegues allí y sean, en parte, europeos.

–¿Cuáles son las pruebas concretas de esa presencia previa?

–Los cuatro cañones son inapelables, y hay que reivindicarlos porque los franceses los han metido debajo de un cajón: dos se han perdido y otros dos se conservan de mala manera en los sótanos de un museo en Tahití. En Galicia, lógicamente, sorprende la existencia de unas arquitecturas similares a las de los hórreos. Hay un conjunto inapelable e interdisciplinar de indicios y pruebas que te llevan a la conclusión de que hubo una presencia europea que tuvo una incidencia absoluta a nivel demográfico, genético y cultural en todo el Pacífico sur. Una curiosidad: los marineros de la San Lesmes son los ancestros de Te Rauparaha, el jefe maorí que inventó la haka, la danza ritual que la selección de rugby de Nueva Zelanada ha popularizado en todo el mundo. Te Rauparaha es caucásico, es europeo.

–Háblenos más de la peripecia de la San Lesmes.

–Iban siete barcos en la Expedición Loaísa-Elcano y su tripulación la componían gentes de todas las partes de España, especialmente vascos, pues cuatro ya los había armado Elcano en el País Vasco. Pero el caso de la San Lesmes, mandada por el cordobés Francisco de Hoces, es diferente. Del puerto coruñés salen 33 a bordo de esta carabela: la marinería era más de la mitad gallega, con un porcentaje muy elevado de coruñeses. En el libro salen los nombres de todos. Estar carabela es la que descubre el mar de Hoces, injustamente llamado Paseo de Drake.

–¿Quién empieza a reivindicar la San Lesmes como una especie de eslabón perdido de la evolución de esa zona geográfica?

–El que empieza a atar todos los cabos es Robert Langdon, autor de The Lost Caravel y del posterior The Lost Caravel Re-explored, que es una actualización del primero. Se da cuenta de que ahí ha tenido que naufragar un barco español, no ya solo por los cañones, sino por la cultura y el aspecto de los indígenas de la Polinesia.

–Se hallan los cañones, ¿pero el pecio?

–Se encuentran los cañones, pero no se encuentra el pecio. Era muy fácil encallar en un atolón de estos, porque no se elevaba del mar, pero también era muy fácil reflotar si te quitabas de encima el peso de los cañones. Es lo que hicieron. Dejaron allí los cañones y continuaron la navegación. En todo el Pacífico Sur, desde la isla de Pascua hasta Nueva Zelanda, hay una impronta genética de ellos, un gran número de rasgos culturales, técnicos, religiosos, etcétera. Ellos tenían una técnica de navegación infinitamente superior a los lugareños, que iban en canoas.

–¿Qué novedades aporta usted respecto a Langdon?

–El libro va más allá de Robert Langdon. Por ejemplo, he descubierto que en las islas Vavao hay una presencia evidente. Técnicas de navegación increíbles para esos lugares en ese tiempo, por ejemplo.

–Después habrá más expediciones a ese lado del mundo, pero de eso ya sí hay crónicas precisas.

–Y tanto. Escribo sobre esos viajes posteriores, del siglo XVIII. Y sobre el primer asentamiento europeo en la Polinesia, que es español, en 1775. Estuvieron un año cuatro personas: dos frailes, un grumete y un soldado que sabía hablar tahitiano a la perfección, el primer europeo que habló esa lengua. Cuando llegan esas expediciones del XVIII, no dan crédito: comprueban, a simple vista, que hay miles de descendientes de europeos. Lo dicen los españoles, pero también los ingleses y los franceses.

–Subtitula el libro «el viaje más épico». ¿Por qué?

–Queda patente que es el viaje más épico de la historia porque es ejemplo paradigmático de la supervivencia de un grupo humano aislado en la mitad del Pacífico que consigue extenderse y proliferar ¡hasta hoy! Es el viaje de unos náufragos que consiguen integrarse en una cultura que les era totalmente ajena y llegarán a ser jefes de innumerables islas de la Polinesia y Nueva Zelanda. Es un viaje que salió de La Coruña hace 497 años y aquellos marineros han tenido millones de descendientes en todo el Pacífico Sur. No se puede entender la cultura maorí sin estos descendientes.

–¿Cuál es la conclusión?

–La versión oficial nos habla de que fueron los británicos los que descubrieron todo aquello, pero no es así. Langdon tenía razón: la San Lesmes naufraga allí. Imagínate: después de atravesar el Pacífico, amenazado por el escorbuto, te pierdes y naufragas, pero llegas a un paraíso natural a 30 grados… Claro: optan por quedarse. Se quedan y se perpetúan. Los españoles somos los descubridores y pobladores de la Polinesia, del sur del Pacífico, desde la isla de Pascua hasta Nueva Zelanda. Y eso es inapelable.