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Toni Cantó: «No entiendo cómo en el siglo XXI alguien puede seguir siendo comunista o socialista»

Entrevista con el actor y político, presidente de la Oficina del Español de la Comunidad de Madrid, que publica libro: De joven fui de izquierdas pero luego maduré. En él repasa su evolución desde la «giliprogresía» y ataca a una izquierda «capaz de todo por mantenerse en el poder: pactar con terroristas, con golpistas y con el nacionalismo, hasta llevarnos a la destrucción»

«Yo de joven fui de izquierdas. Nadie es perfecto. Sucedió de pronto, nunca había sentido interés por la política. Estaba a mis cosas: la pandilla, los bichos, mi bici... Y algo pasó. No sé si fueron las hormonas o qué, pero, de un día para otro, además de estirar, empecé a tomármelo todo muy a pecho. Se me agravó la voz y el carácter. Me salieron granos, pelos e ideología. Ahora lo pienso y me da la risa. Pero así fue.

En mi habitación pegué un póster del Che Guevara. Y en el radiocasete ponía a Lluís Llach y cantaba los coros de L’estaca por lo bajini para que mis hermanos no se descojonaran de mí. Sentía una profunda emoción. Y también me emocionaba mucho sentir esa profunda emoción. Una gozada. Grababa cintas de cantautores que eran un auténtico coñazo. Escuchaba Radio 3. Miraba mal a los curas y a las monjas. Y llamaba «compañeras» a chicas a las que en realidad solo quería besar.

Un pañuelo palestino adornaba mi cuello. Culpaba a Israel de todos los males. Hablaba de la sanidad cubana y del arte ruso sin conocerlos y señalaba a Occidente con el dedito, porque el muro y el bloqueo patatín y patatán. Corrí delante de los malvados grises, cerca del Cojo Manteca, sin tener ni puta idea de por qué protestaba. (...) Pacifista convencido, disculpaba cierto tipo de violencia: algo habrían hecho. Me hice objetor solo por no hacer la mili. El capitalismo era el infierno y Estados Unidos, el demonio (...).

Crecí en una familia de clase media, pero me las daba de obrero. Y años más tarde llegué a pertenecer a esa élite cultureta y giliprogre que cree cambiar el mundo con su arte mientras se pasa manifiestos que culpan a la derecha española de todos los males; el mismo grupo de artistas cobardes que silba y mira hacia otro lado cada vez que la izquierda o los nacionalistas roban, limitan las libertades o empobrecen al país.

Todo eso fue antes de ver cómo esos progresistas se aliaban con los etarras, con los recogenueces del PNV o con los catalanes del tres per cent. Antes de que me impidieran estudiar o trabajar en español. Algo hizo clic cuando vi cómo, una y otra vez, hacían lo contrario de lo que pedían a los ciudadanos. Después de que me crujieran a impuestos y de comprobar lo difícil que es montar una empresa. Supe lo jodida que es una separación con hijos, me di cuenta de cómo los medios y tertulianos cojean siempre del mismo pie y mienten de forma descarada.

Sufrí campañas salvajes de acoso en las redes. Me señaló la patrulla moral. Me asomé al mundo para constatar que no hay un solo país socialista o comunista que no esté en la ruina o convertido en una dictadura sangrienta. Entendí que es más importante crear riqueza que compartirla, como diría Escohotado. Y un cubano me contó lo hijo de puta que en realidad había sido el Che.

Por todo eso, he cambiado. Y ese despertar me ha valido un reconocimiento social: chaquetero, traidor, oportunista, desertor, veleta, desleal, tránsfuga, vendido, impostor... Al parecer, el fallo no está en el cambio en sí, ¡erré la dirección! En mi descargo diré que ignoraba que transitar de derecha a izquierda está permitido, pero al revés, no. ¿Me avergüenza mi evolución? Todo lo contrario. No ha sido fácil aceptarlo, es cierto, pero hay cosas mucho peores: seguir siendo de izquierdas ahora que sé lo que sé. La vida es un proceso de maduración. También en política. Y no puede haber otro camino que el que va de izquierda a derecha. Del infantilismo a la mayoría de edad, de la teoría a la práctica. De la emoción a la razón. Abandoné mi partido y entregué el acta de diputado en dos ocasiones. No sé si existen precedentes. Tras cada renuncia, recibí ofertas de otras fuerzas políticas para colaborar con ellas. Algo habré hecho bien».

Así comienza De joven fui de izquierdas pero luego maduré, el valiente (si hay algo que se puede decir de él, es que es valiente, osado e incluso temerario) libro autobiográfico que acaba de publicar Toni Cantó. En él, el actor y político, que se ha subido al escenario teatral dos mil veces, ha trabajado con Almodóvar y adquirió fama internacional en la serie 7 vidas, plasma la profunda desilusión de «un verdadero converso». No se deja nada fuera: habla de sus mujeres y de la muerte de su hija y entra en temas como la justificación de la violencia, la censura, la superioridad moral y los nacionalismos. También cuenta cuando se fumó un porro en Moncloa o cuando le robó la puerta del hotel a Massiel. Pero sobre todo denuncia a una izquierda cuya «pulsión por el poder, el control y la ingeniería social» han hecho, a sus ojos, que sea indefendible.

De joven fui de izquierdas pero luego maduré es el nuevo libro de Toni Cantó

–De joven fue de izquierdas, pero luego maduró. ¿Ya ha acabado su proceso de maduración?

–Espero seguir madurando hasta el día de mi muerte: seguir aprendiendo, conociéndome mejor y conociendo mejor a las personas y el mundo que me rodea. Creo que esa es la aventura de vivir.

–Sus múltiples cambios le han valido el título de «chaquetero oficial».

–Lo complicado de explicar es cómo uno puede seguir siendo comunista en el siglo XXI, viendo toda la muerte, la destrucción y la pobreza que ha traído una ideología como esa. O cómo se es socialista cuando solo nos empobrece. Creo que los que nos salvamos somos los que vamos abandonando esas ideologías tóxicas.

–En su libro explica que en el mundo de la cultura todos defendían a la izquierda. ¿Se hace por ignorancia o por no querer conocer la realidad?

–La izquierda tiene un pasaporte de bondad, y te hace sentirte bien contigo mismo. Pero es todo mentira. Es un pasaporte falso que no te lleva a ningún lado. Ellos cometen las mayores salvajadas, pero tienen un halo romántico... Quieren repartir, pero para eso primero hay que crear: no vale repartir lo que otros trabajan. Es muy infantil y peligroso que tiene además una contraparte violenta y oscura.

–En el libro relata todos los 'charcos' en los que se ha metido a lo largo de los años, pero el libro es un gran charco…

–Sí, pero me ha sorprendido la reacción tan furibunda de mucha gente. Supongo que tiene que ver con el título, aunque yo quería uno aún más provocador: Más viejo y más facha. Al parecer yo polarizo mucho la opinión, pero luego en persona soy bastante tranquilo, pacífico. Aunque cuando hago política o me subo al atril sí que me gusta el choque dialéctico, el descubrir las incongruencias de los de enfrente.

La gente ha tenido una reacción furibunda con el libro, pero yo quería un título más provocador: 'Más viejo y más facha'

–Decía Churchill que si a los 20 años no eres de izquierda no tienes corazón. Pero si después de los 40 no eres de derechas, no tienes cerebro.

–No soy el único que ha hecho ese viaje; tengo muy buenos referentes, desde Fernando Savater a Jiménez Losantos. Como dice Savater, un signo de madurez es darte cuenta de que no hay ninguna necesidad moral de ser de izquierdas. Es un trabajo bonito pero costoso, porque no es fácil darte cuenta de que algunas de las cosas que eran un eje en tu vida de repente no sirven. A mí me escupió un chico gay con una camiseta del Che Guevara, que era un homófobo del carajo y un asesino. Yo mismo tuve un poster del Che, pero luego me contaron quiénes eran él y Fidel Castro, y fui a Cuba a trabajar y lo vi con mis propios ojos. Es un país devastado por el comunismo. ¡Que no me cuenten historias! Aunque entiendo que si te has pasado media vida defendiendo a estos criminales, darte cuenta de que son unos criminales no es fácil.

–¿Si compras parte del discurso, lo compras entero?

–Es un pack ideológico: es el Che, es Palestina, es ser proaborto. Es un pack cómodo, que no exige esfuerzo, el «todo incluido». Te dicen lo que tienes que pensar y luego tú sales a la calle y repites consignas.

–Llega a trazar todo el arco político y afirmar que es imposible defender a un presidente como Zapatero, «el peor presidente que ha tenido España».

–Es indiscutible. Es un inepto que no solamente destrozó este país, sino que además está haciendo el mal fuera de nuestras fronteras. Tú pregúntale a un venezolano qué opina de Zapatero y pregúntale luego qué opina de Felipe González... Zapatero está cegado, no sé si por el dinero, pero el chavismo ha dejado el país completamente reventado.

–¿Tener familia 'facha' y 'roja' le ha hecho entender ambos idearios?

–Sí, no he criminalizado a nadie. Yo entendía muy bien cómo pensaban ambos bandos. Los viví y aunque de adolescente o de joven estaba más identificado con el de la izquierda, no criminalicé al otro porque lo tenía en casa. Tenía unos abuelos en el bando nacional y otros en el republicano; a mi tío Antonio, maestro 'rojo', le sacaban de la cárcel para hacerle un simulacro de fusilamiento, y fue un jesuita, un cura, quien lo salvó en el juicio. Eso me reconcilia con España; esa es la España en la que creo. También entendí muchas cosas cuando vi a mi tío abuelo alemán vestido de nazi: entendí que tenías que ponerte el uniforme que tocara porque si no, te mataban directamente.

–¿Era posible significarse fuera de la izquierda en el ámbito cultural?

–Yo pienso que estoy cerrando mi ciclo político y que tarde o temprano volveré al teatro. Y voy a tener muy complicada la vuelta. En la última función que hice, le dijeron al productor que conmigo no iban a contratar la función fuera de Madrid. Por eso casi nadie sale del armario 'progre' en mi profesión, porque tiene un coste; para mí ha tenido un coste significarme políticamente. Está permitido ser del PSOE o de Podemos, pero si eres de cualquier otra fuerza política, te hacen pagar un precio. Aunque luego algunos me escriben diciéndome que están de acuerdo conmigo, pero jamás podrían decirlo en público.

Por eso casi nadie sale del armario 'progre' en mi profesión, porque tiene un coste. Está permitido ser del PSOE o de Podemos, pero si eres de cualquier otra fuerza política, te lo hacen pagar

–En el libro explica cómo siendo actor y saliendo de gira por España cayó en la cuenta del grave problema lingüístico.

–El tema del español es el que me hizo entrar en política. Me di cuenta de que había una parte del territorio español en el que no podíamos trabajar en español. Y ese problema se ha ido agravando. Y se burlaban de nosotros cuando avisábamos, y estamos peor que nunca. Tomo como ejemplo Barcelona, que era el lugar al que todo el mundo de las artes escénicas mirábamos, pero cuando cuando haces una política nacionalista, te cargas la cultura. Por eso me han criticado mucho en la profesión. Hace unos meses recibí unos ataques muy bestias de algunos actores por decir esto, y me parece alucinante que ni siquiera reconozcan algo que es obvio: no puedes actuar en determinados lugares en español, ni trabajar en televisiones autonómicas. Me deja patidifuso que se niegue esta realidad.

–¿Cómo ha sido su experiencia con el valenciano y el catalán?

–Cuento un ejemplo. Estaba haciendo una serie en Barcelona, De moda, y me ofrecí para doblarme a mí mismo al catalán (aunque no soy valenciano parlante, puedo hacerlo, además de que sé doblaje). Pero me dijeron que tenía un acento muy valenciano. Luego trabajé en la Comunidad Valenciana y en el antiguo Canal Nou hice un programa de televisión que se llamaba Mira, mira, y allí me dijeron que tenía acento catalán y me pusieron a un comisario lingüístico que me corregía. Yo estaba hasta las narices, con ganas de irme a Tarragona a ver si ahí, a medio camino, me dejaban en paz con el acento estos tarados vigilantes del lenguaje. Imagínate lo que pasaría si en Televisión Española a un actor andaluz le dijeran que le van a poner un comisario para que hable como en Valladolid... Es alucinante, están absolutamente locos.

Toni Cantó con la redactora María Serrano durante su entrevista en El DebatePaula Argüelles

–¿A usted le sorprende que media España mire con recelo al sector de la cultura?

–¡Cómo no va a ser así, si les han echado! Yo recuerdo a gente del sector cultural de este país hablando de los votantes del PP auténticas barbaridades que no puedo reproducir; les insultaban directamente. ¡Estás echando a la mitad de tu público, estás insultando a la mitad de tu público! ¿Un votante de derechas es menos, tiene algo menos que tú? Esa es la superioridad moral de la izquierda. Y al final fuimos nosotros, desde Ciudadanos, los que obligamos al Partido Popular a bajar el IVA cultural, y yo me he comido 30 galas con esta gente dando el coñazo pero después, ni gracias. Es muy injusto y muy partidista.

–¿Podría interpretar hoy su personaje en Todo sobre mi madre, de Almodóvar?

–No, no, no sería difícil, sería imposible, no me dejarían hacerlo. No a mí sino a cualquiera que no sea trans. Ahora el director de la Royal Shakespeare ha dicho que el rey jorobado (Ricardo III) solo lo podía interpretar un discapacitado. Estamos en un tema absolutamente absurdo, que a mí me causa una absoluta perplejidad... Precisamente con la actuación, que consiste en ponerte en el lugar de otro distinto a ti. Es una locura que además solo funciona en una dirección, porque luego puedes ver a Ana Bolena interpretada por una negra y no pasa nada. Siempre es la misma mierda.

Bandazos políticos

–Con una carrera consolidada como actor, ¿por qué entró en política?

–Vi que era posible cambiar las cosas y que yo podía hacerlo, obviamente. Sé que no soy un intelectual, pero me apetecía, sabiendo que corría un riesgo muy grande. No quería quedarme en el sofá cabreado y criticando, sino probar y lanzarme y tomar partido y pelearlo.

–Afirma que UPyD y Ciudadanos no se fusionaron porque a Rosa Díez le cegó su odio a Albert Rivera.

–Rosa era la jefa de UPyD y cometió un error, y de hecho lo pagó con la desaparición. Cuando Albert y su grupo les proponen la unión, Rosa y su cúpula se cierran en banda, y todos los que estábamos fuera de ese círculo estrecho sabíamos que habría salido muy bien y hubiera creado un partido más sólido y más grande del que fue luego Ciudadanos. Creo que la decisión no fue una decisión política, fue una decisión emocional equivocada.

–¿Defender esa fusión supuso para usted pasar de «estrella» a «estrellado»?

–Yo pasé a comer absolutamente solo en el Consejo Político por defender algo obvio. Aunque había diferencias entre los dos partidos, no eran tan grandes: hay sectores del Partido Popular que tienen más diferencias entre sí de las que había entre Ciudadanos y UPyD. Cayo Lara y Rubalcaba entendieron que había pasado su momento político, pero Rosa Díez nunca lo asumió. Aunque yo reconozco que me han marcado tres políticos: ella, que tiene una maravillosa cabeza política; Albert Rivera, que es una 'mala bestia', y Ayuso, que es mi presidenta.

–Pierde las primarias y abandona UPyD. ¿Cómo fueron esos primeros pasos en Ciudadanos?

–Fueron duros porque entrar en un partido es duro. Albert se comportó conmigo como un auténtico caballero, porque además recordó a la gente que yo ya había estado en Ciudadanos. Pero volver a empezar desde abajo es duro, aunque a mí eso no me da miedo. Yo confío en mi capacidad de trabajo y en mi capacidad de comunicar y de poder colocar el discurso vira. Poquito a poquito me fui ganando la confianza de un grupo parlamentario que era algo extraordinario, y con quienes todavía tengo amistad.

–Cuando abandona el Congreso para ir a las Cortes Valencianas, lo hace con un «¡Viva España!».

–Lo dije muy sentido, aunque ahora creo que lo tenía que haber dicho más fuerte, pero estaba muy emocionado. Mi partida estuvo consensuada con Albert: me hacía mucha ilusión ir a Valencia y liderar un proyecto, ser portavoz de un partido, porque normalmente yo había estado en el banquillo. Poder elegir cuándo sales al campo es un privilegio. Creo que en Valencia realicé mi mejor labor política.

–¿Por qué dice que el tripartito valenciano es «una desgracia» para su tierra?

–Lo es, de la misma manera que lo ha sido para Cataluña. La combinación de izquierda y nacionalismo lo arrasa todo. De hecho, la Comunidad Valenciana podría estar recuperando y atrayendo muchas de las oportunidades que Barcelona ha perdido, y no lo hace. Por una razón absolutamente ideológica, Valencia se ha alejado de Madrid, que es su socio comercial fundamental. Somos el puerto de Madrid, el lugar favorito de los madrileños para ir a veranear. Y Ximo Puig no hace otra cosa que insultar a Madrid y a los madrileños, pedir que nos suban los impuestos y faltarle el respeto a una líder como Ayuso.

El tripartito valenciano, como el catalán, es una desgracia. La combinación de izquierda y nacionalismo lo arrasa todo

–¿Por qué no llegó a pactar Ciudadanos con el PSOE?

–Pedro Sánchez no quiso en ningún momento pactar con Ciudadanos. No supimos –y me incluyo– desactivar algo que a todas luces fue una operación para hacer desaparecer Ciudadanos. Primero por parte del Partido Popular. Y si Rajoy hubiera hecho lo que debía, evitar la moción de censura convocando elecciones, no tendríamos al señor Sánchez destrozando el país, y encima asociado con semejante gentuza. Después, la repetición de las elecciones fue desastrosa para nuestro partido. Pero Albert no tuvo oportunidad de pactar con Pedro Sánchez, porque ya estaba negociando con Podemos y toda esa ralea.

–¿Cree que fue el plan de Sánchez desde el principio?

–No tengo ninguna duda. Los afiliados del PSOE se reunieron en Ferraz y no gritaban «¡Con ETA no!», ni «¡Con Esquerra no!». Gritaban «¡Con Rivera no!». Es acojonante. Es una muestra del sectarismo del socialismo en este país.

–A Rivera le sustituye Inés Arrimadas, quien según su versión, le traiciona. ¿Qué sucedió?

–Me traicionó, no cumplió un pacto que había hecho conmigo. A veces en los partidos te encuentras con gente trabajando contra ti. Yo le pedí a Inés que al menos consensuara conmigo quién iba a trabajar a mi lado, y me mintió. Creo que no era la adecuada para llevar el partido, aunque en ese momento era la única que podía hacerlo. Lo que pasa es que Inés es una mujer profundamente conservadora. Albert tuvo una caída desastrosa también, de la que se recuperó porque es un hombre valiente y que no teme poner a gente potente a su alrededor, gente que arriesga. Pero Inés es una mujer conservadora y no era el momento para un líder conservador.

–Opina que se rodeó de gente mediocre, en lugar de poner a su lado a personas como Begoña Villacís o Marta Rivera.

–Se preocupó sobre todo de rodearse de la gente que le asegurara el control del partido. Pero es que eso es absurdo, porque no había nada que controlar. El partido está destrozado, reventado. Ahora mismo hay más cargos que votantes. No tienes que asegurarte el control de algo que es nimio, que es irrelevante. Lo que te tienes que poner es a pensar 24 horas al día cómo puedes hacer que crezca y que siga siendo una alternativa atractiva para los españoles. Y no se hizo.

–¿Por qué abandonó aquella última ejecutiva?

–Porque no me dejaron someter a una votación una propuesta que hice cuando acabábamos de votar algo absolutamente terrible: exigían que todos firmáramos un documento comprometiéndonos a no trabajar nunca para el Partido Popular. Yo acabé muy harto de un partido que se dice liberal y que asume responsabilidades, pero es mentira. Funciona como la cúpula de cualquier partido viejo. Por eso Vox nos pasó por encima y por eso no aceptaron tampoco ninguna responsabilidad tras el desastre de la moción de censura de Murcia. Yo lo siento, pero no puedo seguir en un proyecto en el que la gente está haciendo lo contrario de lo que yo creo. Yo no me fui, me echaron ellos.

–Después de abandonar dos formaciones políticas, ¿cómo acaba en el PP?

–Me llamaron Miguel Ángel Rodríguez e Isabel Díaz Ayuso, y recibí la llamada con mucha ilusión. Había tenido contacto con Pablo Casado y Teo García Egea tras el desastre de Murcia, del que tuve que reconocer que no conocía nada porque se había pergeñado a mis espaldas (y las de todos), de forma nada democrática. Ya había hecho algún guiño a Isabel Díaz Ayuso públicamente, sin que fuéramos del mismo partido. La veía como a la líder que es: creo que ahora mismo, en este país, no hay un lugar mejor que el del gobierno de Ayuso para hacer política. No hay un lugar más ilusionante y más bonito para hacer política que con ella.

–¿No se ha cansado aún de la política?

–Empiezo a estarlo. Tengo 58 años. Empecé a trabajar con 18, y con 19 ya estaba instalado en Madrid. Son 40 años trabajando, 30 fuera de la política, 11 dentro. Ya no tengo la energía de antes y no sé que será de mí, pero creo que en el libro se nota que estoy ya cerrando un ciclo. No creo que entre en otro partido político.

Ya no tengo la energía de antes y no sé que será de mí, pero creo que en el libro se nota que estoy ya cerrando un ciclo. No creo que entre en otro partido político

Educación y lengua, los grandes temas

–La lengua y la educación han sido sus grandes preocupaciones políticas. ¿Qué balance hace en la actualidad?

–Muy negativo. Desde el momento en el que a un niño no se le deja educarse en su lengua materna, ya está todo mal. Eso significa que importa más la política que la educación de nuestros hijos. Ya está todo mal desde el principio. Soy muy crítico y desde luego apoyo completamente y me parece fantástico lo que está haciendo Ayuso, porque me parece muy necesario combatir el adoctrinamiento en la educación. Eso sucede en Cataluña, sucede en el País Vasco, sucede en mi Comunidad Valenciana, sucede en Baleares. Es una auténtica barbaridad, y vamos a peor.

–Califica de 'nuevas religiones' al feminismo o el animalismo, temas en los que se ha metido en problemas.

–He tenido algunos enfrentamientos muy bestias con algunos hipócritas. A mí me han dicho de todo unas mujeres del PSOE que tenían en sus filas a un presidente del Partido Socialista de Euskadi condenado por pegar a su mujer , pero en eso guardaban silencio. Con los datos erróneos que compartí sobre denuncias falsas pedí disculpas, pero me quemaron en la hoguera. Y con el animalismo, siendo como soy un amante de los animales desde pequeño, conviviendo con ellos... se me ocurrió decir que los animales no tenían derechos y a día de hoy todavía recibo insultos. Podría hacerlo, pero nunca denuncio todo lo que recibo en redes, aunque sí he puesto algunos de los tuits más brutales en el libro, en el capítulo 'Odio', aunque lo cierto es que son tan cobardes que luego en persona nadie me dice nada.

–Sí relata un incidente en un cine, cuando una mujer le escupió tras llamarle machista.

–Sí, estaban en grupo y acababan de ver una película de temática feminista. Me empezaron a cantar y a gritar y una señora se me acercó y me escupió en la cara. Son situaciones muy violentas (otras vez me pasó con mis hijos delante) en los que tienes que conservar la calma. Desde luego han conseguido la igualdad con los animales convirtiéndose en ellos.

–En algunos de los tuits que reproduce se le amenaza de muerte, se anima a «empalarle» (un concejal de IU en el Ayuntamiento de Madrid) o se alegran de la muerte de su hija Carlota, fallecida a los 18 años en un accidente de coche.

–Sí, eso fue bestia. Y algunos tuits sobre mi hija que son muy salvajes. ¡Mi hija muerta! Diciéndome que merecía la muerte, o que yo merecía tener una hija muerta. Mi niña... La política pone a uno frente a la naturaleza humana, y yo he conocido lo mejor de la naturaleza humana, pero me he llevado unas dosis importantes de lo peor.

–Ha sufrido esa inquisición moral, esa vigilancia constante. ¿Qué opina de la corrección política?

–Creo que hay un nuevo puritanismo, una nueva inquisición dirigida desde la izquierda que dice lo que se puede decir y lo que no. El nuevo puritanismo viene desde la izquierda. Pablo Iglesias decía que el miedo iba a cambiar de bando, pero lo que ha cambiado es la violencia, el puritanismo, el meterse en todos los ámbitos de nuestras vidas, la censura. El trincherismo.

–Cuando se le echaron encima aquellas feministas, ¿fue Gallardón el único que salió en su defensa públicamente?

–Me convertí en un apestado. Nadie se quería acercar a mí; era radiactivo y esto en política lo aprendes muy rápido: si alguien es radiactivo, ni te acerques. Pasa lo mismo pero al revés cuando estás en lo más alto: todo el mundo quiere una foto contigo. Gallardón y yo nos encontramos en el Congreso y me sorprendió muy gratamente porque yo me sentía muy maltratado. Durante esos días él se levantó del banco y se acercó hasta donde yo estaba, me dio la mano y me dio ánimos. Es cierto que hay gente que practica la política de forma muy barriobajera, pero otros critican tu postura y te destrozan dialécticamente, pero no es nada personal. Es pura política y tiene sentido que así sea.

Toni Cantó estuvo en UPyD, en Ciudadanos y en la actualidad trabaja en el gobierno del PP de la Comunidad de Madrid junto a Isabel Díaz AyusoPaula Argüelles

–Hay quien dice que se ha pasado su vida política denunciando chiringuitos y que ahora trabaja en uno, en el Observatorio del Español.

–Bueno, yo no estoy de acuerdo con eso. Para mí la definición de chiringuito es algo que no sirve para nada, y yo creo que lo que tiene que ver con el español es una grandísima herramienta para crear riqueza y empleo y para dar batalla. Pero no sólo lo creo yo, es que el Gobierno de la Nación también lo cree. Pero se utiliza mi cargo para generar polémica y para 'darnos cera' al español, a Ayuso y a mí. Pero todo el mundo es consciente de que es importantísimo atraer estudiantes de español a sus respectivas comunidades autónomas y que el idioma es un valor añadido brutal que tiene nuestro país y una puerta a muchísimos mercados. Y además tenemos la voluntad de llevar con la cabeza muy alta una historia común que tenemos con todos los países de habla hispana y que no tiene nada que ver con la leyenda negra que nos quieren hacer tragar algunos.

Tenemos la voluntad de llevar con la cabeza muy alta una historia común que tenemos con los países de habla hispana y que no tiene nada que ver con la leyenda negra que nos quieren hacer tragar algunos

–¿Qué proyectos ha sacado adelante desde que ocupa esta oficina?

–'El sueño de Madrid' para reconocer a los inmigrantes hispanos y a la Comunidad de Madrid como lugar de acogida. También el Campeonato de Lengua de todos los colegios públicos y concertados de la Comunidad de Madrid, cuyo primer premio es un viaje en el Juan Sebastián Elcano de cuatro días. En julio presento 'Palabras rescatadas', un programa en colaboración con la RAE y con las residencias de ancianos para recuperar palabras que ellos me cuentan que ya no se usan. Y otros tantos que están en marcha.

−¿Qué hará después, seguirá en política? ¿Volverá al Congreso?

−No tengo ni idea. Si me llegan a decir hace un año que iba a estar con Ayuso... Yo, francamente, creo que estoy ya un poco de retirada. Esa es mi sensación. Pero quién sabe. Estoy feliz con Ayuso y puedo hablar con ella siempre que quiera; es una mujer muy accesible. Soy un tío independiente y trabajo fenomenal con ellos. No se me ocurre un sitio más apasionante en el que estar. Creo que Ayuso es el fenómeno político más importante de los últimos años. No hay un lugar más libre.

−¿Y qué opinión le merece Feijóo?

−No lo conozco, pero yo espero que sea el próximo presidente de este país. Cada día que Sánchez sigue siendo el presidente de este país, es un día más de desastre. Me parece que Feijóo es un político muy sólido y sobre todo que tiene una experiencia de gestión estupenda.

−¿Está Sánchez al nivel de Zapatero?

−Yo creo que es peor que Zapatero. Es más nocivo para nuestro país que él, porque ha sido capaz de hacer cosas que quizá Zapatero no necesitó hacer (aunque las hubiera hecho igual, probablemente). El PSOE de Pedro Sánchez está contribuyendo a blanquear a esos corruptos que dieron un golpe en Cataluña, una élite racista que pretendía echar de su tierra a millones de catalanes; a un partido como Bildu, que no reniega de la violencia etarra, que homenajea a los asesinos que salen de la cárcel y nombra a terroristas en sus cargos... Y el clima que han creado, el no dejar ni una sola institución sin destrozar... Ya les da igual todo. Me sorprende la forma tan dogmática y cruel con la que se conduce la izquierda. Eso me ha radicalizado. Por eso digo que soy más viejo y también más 'facha'.