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Enrique García-Maiquez

Enrique García-Máiquez: «Con mi poesía querría transmitir que vivir es una gracia muy grande»

Empezó escribiendo poesía «como el amigo que tocaba la guitarra» y hoy, 35 años después, ha terminado publicando Verbigracia, sus obras completas

Gaditano de vida, Enrique García-Máiquez (Murcia, 1969) supo que era poeta al ganar un premio (en realidad un segundo premio) y descubrir que todo lo que había escrito antes de aquellos versos en realidad no era poesía.

–Sus obras completas terminan reconociendo: «Mira que me esforcé por dejar huella...»

–De santo, de político, de juez… Nada. No hubo manera. No servía. Solamente he sabido hacer poesía.

–¿Se le ha impuesto de alguna manera en el ánimo la poesía?

–La poesía se ha impuesto, sí. Ahora no recuerdo quién decía que en cada vocación hay también una raíz sombría que consiste en todo aquello que no es tu vocación y que haces mucho peor que lo tuyo. Ha habido cosas que yo no he hecho peor que escribir poemas, pero sí las he sentido mucho menos significativas. La intensidad que tiene un poema logrado es peligrosa. Puede hacerte sentir que casi todo lo demás vale menos.

La poesía me reconoció antes. Yo todavía no me había dado cuenta de que viviría volcado en ella, y ya me seguía. Creo que desde los doce o trece años recurría a escribir cuando me asaltaba una intensidad muy grande, dolorosa o gozosa o gloriosa o luminosa.

La poesía es un modo singular de ver las cosas, como nuevas, como recién creadas

-¿Cómo tomas conciencia de que eres poeta?

–Escribía poemas, pero no les daba una dimensión profesional. Era como el amigo que tocaba la guitarra. Una afición privada. Esto quizá lo diga ahora y entonces pensaba en Garcilaso de la Vega, que era militar y que entretenía sus ocios de los cuarteles de invierno escribiendo.

Otra cosa que cuento mal es que fueron los pequeños premios literarios en la universidad los que me hicieron tomarme en serio la poesía. En realidad, con el poema con el que gané el primer premio (que era un segundo premio) me pasó algo asombroso. Tras escribirlo, al leerlo, me di cuenta de que eso sí era un poema, y no los versos que había escrito antes.

–¿Es un modo singular de mirar las cosas?

–Qué oportuna pregunta, porque ahora mismo iba a explicarlo, casi con las mismas palabras. Pero el matiz es importante. No es un modo singular de mirar las cosas, porque eso ya lo tenía desde la adolescencia, y no me había servido de nada para escribir un buen poema. Es un modo singular de ver las cosas, como nuevas, como recién creadas. O de verlas, sencillamente, descubriendo que antes no las veías más que a bulto. Y todavía hay un paso más: la poesía es un modo singular de hacer ver las cosas al lector.

La poesía es porque sí, pero uno, cuando se presenta públicamente como poeta, suma motivos extrapoéticos para escribir poesía

–¿Y cuánto hay de recuerdos y vivencias en ese modo singular de ver?

–Yo no hablaría de recuerdos y de vivencias, como si fuese un acto de recopilación de experiencias. Y, sin embargo, el pasado se yergue en muchísimos poemas. Yo hablaría de semillas que caen en la tierra buena del alma (también podrían caer al borde del camino o entre zarzas) y allí van germinando lentamente. Los poemas que crecen así son los mejores, los más generosos, los que te dan el ciento por uno.

–En ‘Exposición’ dice que «aunque la poesía es sin motivo, se me amontonan los motivos para escribir». ¿Cuáles son esos motivos?

–Me hace ilusión que en tu pregunta subrayes la idea clave del poema. La poesía es porque sí, sin motivos, pero uno, cuando se presenta públicamente como poeta y también cuando familiar e íntimamente asume ese papel, suma motivos extrapoéticos para escribir poesía. Si te parece bien, como el poema es muy prosaico y como ya has subrayado tú su corazón poético, repito los motivos que enumero en él, que son los míos.

Ser fiel al joven que no soñó otra cosa. Dar gusto a las dos o tres personas que aún la esperan. Dar un disgusto pequeño a las cuatro o cinco personas que yo me sé. Justificar en casa todas estas estanterías, y tantos gastos en libros. Hacer algo: Dar gracias. Defender de paso mi cosmovisión, mis principios, mis valores, y, en fin, la Civilización Occidental. Ganar algún premio importante y salir en la prensa con foto, y que mi suegra lo recorte, y que mis alumnos digan: «¡Ah!», y que unos cincuentones me señalen con el dedo diciendo a sus amigos: «Ése estaba en mi clase, se veía venir...». Echar unas risas, una lágrima, dos suspiros. Y, todavía mejor, hablar solo sin preocupar a nadie. Etc.

En mis libros están los dos, el ser gris y el luminoso, y los versos quieren recoger el luminoso, pero asumiendo la duda siempre, partiendo de ella

–¿En su poesía hay más gozo o más dolor?

Más gozo. Cuando estoy triste, rara vez escribo. El otro día, una joven universitaria muy sonriente me hizo esa misma pregunta, un poco amoscada. Quizá me distraje y no le expliqué bien que el gozo que se ve en mis poemas nace o de mi predisposición a ver el vaso medio lleno (que es la forma festiva de reconocer que también está medio vacío) o de haberle doblado el brazo en un pulso a la melancolía. El lector atento puede detectar muy bien las murrias vencidas que se quedan en los espacios en blanco. Lo que es otro motivo, en sí, de celebración.

–Le lanzo una pregunta que usted mismo se hace: ¿Soy este hombre gris/ que sueña, algunas veces, un mundo deslumbrante;/ o soy, en realidad, este ser luminoso / que cuando duerme sueña que es yo, García-Máiquez?

–En mis libros están los dos, el gris y el luminoso, y los versos quieren recoger el luminoso, pero asumiendo la duda siempre, partiendo de ella.

–La poesía, ¿cuánto tiene de voluntad y cuánto tiene de don? Y si es don, ¿adónde le lleva?

–Desde mi experiencia, se parece más a un matrimonio que a un enamoramiento. Esto tiene muchas aplicaciones, por supuesto. Pero una de ellas responde a tu pregunta. Es don y uno sabe (y los lectores se lo recuerdan con sus comentarios) que los poemas más felices son aquellos con más pureza de don. En cambio, la voluntad es imprescindible. Y en todos los libros que he publicado hay poemas escritos a pulso, para sostener la estructura del poemario o para explicar un aspecto importante que no podía quedarse en la sombra si querían entenderse los poemas luminosos. Como en el matrimonio, la voluntad está al servicio del don, la perseverancia a los pies del amor, pero la historia es una aleación de ambos extremos.

Quisiera que el don me llevase hasta la vida de los lectores, que mi poesía contribuyese a iluminarla un poco, a que la vean (la suya) mejor.

A mi poesía reunida la he titulado 'Verbigracia' porque ahí está el principio y el final: el convencimiento de que todo es gracia

–Hay versos que si no se escriben, ¿le persiguen todo el día hasta que se sienta?

–Hay versos que me han perseguido años. Se convierten en una especie de estribillo mental. Buscan su poema, pero a veces tardan mucho en encontrarlo. Es un tráfico bastante tráfago. Porque también hay ideas que buscan sus versos. Y músicas que anhelan las palabras que las encarnen. Y solos sentimientos que buscan todo: la idea, el verso, la música.

–¿Qué cosa querría hacer entender a alguien querido a través de sus versos? ¿Qué le urge transmitir cuando se sienta a escribir? ¿Qué le gustaría mostrar al lector?

–Cada poema lleva su mensaje, que puede ser un estremecimiento y ya está, o una imagen, o una idea. Pero no me quiero esconder de tu pregunta. En general, con mi poesía querría transmitir que vivir es una gracia muy grande, un don, una alegría. A veces, a pesar de todo; otras, gracias a todo. A mi poesía reunida la he titulado Verbigracia porque ahí está el principio –mi amor a las palabras– y el final: el convencimiento de que todo es gracia y que nunca dejaremos de agradecerlo.