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La Orquesta Nacional de España estrena la ópera Salomé de Richard Strauss, en versión dramatizada, con dirección de David AfkhamRafa Martin / Orquesta y Coro Nacional de España

La Orquesta Nacional brinda una 'Salomé' de lujo

El director David Afkham y la soprano Lise Lindstrom triunfan con la obra maestra de Strauss, que aún se podrá seguir mañana en el Auditorio Nacional

Como hace unas semanas ya ocurrió con la Sinfónica de la RTVE y su estupenda Carmen, ahora ha sido la Orquesta Nacional de España (ONE) la que ha probado suerte con la ópera, género imprescindible para cualquier conjunto sinfónico que desee crecer y mejorar su calidad en todos los aspectos imaginables. De este modo, además, se enriquece una programación lírica que en general resulta bastante pobre, sobre todo en cantidad, para una ciudad que aspira a medirse con las grandes capitales culturales europeas: con una temporada estacional, sin una variedad de títulos que ofrecer semanalmente al turismo que nos visita, la oferta actual se queda muy corta, es casi insignificante.

Por eso son muy bienvenidos los esfuerzos de orquestas como la ONE, que desde que cuenta con David Afkham como director musical ha apostado, si bien en dosis pequeñas, precisamente por uno de los repertorios más atractivos y peor servidos aquí, el alemán, con notable presencia de Wagner y Strauss, autores que requieren de plantillas opulentas, repartos rutilantes y batutas de fuste; pero que quizá por eso mismo no tienen rival cuando son servidos como ha ocurrido ahora en el Auditorio Nacional.

Resulta una pena que Afhkam no se prodigue más en los fosos líricos, habida cuenta de los excelentes resultados cosechados aquí hasta el momento. En este repertorio no le resultaría difícil medirse con los Petrenko, Thielemann o Bychkov, principales defensores de los compositores mencionados en estos tiempos de batutas líquidas. Pero en cualquier caso, bravo por la ONE que puede beneficiarse de sus magníficos servicios. El director alemán se ha erigido como artífice fundamental del éxito de esta Salomé que de nuevo, como ya pasó el otro día con la RTVE, se ha ofrecido en una versión modélica, muy adecuada para quienes se ven obligados hoy a programar ópera en auditorios sin foso ni dotación escénica.

Saludos finales de Salomé, anoche al concluir en el Auditorio NacionalCésar Wonenburger

Las prestaciones concertantes con atril y cantantes pendientes de la partitura todo el tiempo ya no sirven en estos tiempos. Hoy se puede y se debe exigir un paso más, como ha hecho ahora la ONE con todo acierto convocando para la ocasión a la directora Susana Gómez para aportar una sucinta dramaturgia que va a lo esencial sirviendo de manera elocuente, sin desatinadas elucubraciones, la música de Strauss y el texto de Oscar Wilde, dos colosos que no requieren de quien les enmiende, basta con leer en profundidad a ambos y seguir sus indicaciones para acertar. Una versión como la que se ha disfrutado ahora, en su para nada vacua simplicidad, desnuda y deja en evidencia los sesudos trabajos de tantos ignorantes como a menudo pisan hoy los teatros operísticos para, amparados en la libertad creativa del director de escena, perpetrar todo tipo de infamias sobre la obra original, que a menudo desconocen y la mayoría de las veces desprecian.

Imposible sustraerse al influjo de un Strauss que desborda imaginación, voluptuosidad, fuerza a raudales en cada compás

Bastaron un vestuario sencillo pero exquisito, de la mano de toda una experta en estas lides como Gabriela Salaverri, que en el caso de la protagonista le sirvió además para resolver eficazmente la danza de los siete velos; una iluminación sutilísima que contribuye a la sugerencia de las distintas atmósferas a cargo de Manuel Fuster, y la inteligencia de Susana Gómez para valerse del concreto espacio disponible y del talento del magnífico reparto a su servicio para desvelar eso que Mahler creía apreciar en esta obra maestra: «Bajo un montón de escombros vive y trabaja un Vulcano, un fuego subterráneo, ¡no un mero espectáculo de fuegos artificiales!»

No es baladí que al creador de La canción de la Tierra le acompañara en su mesa de trabajo la partitura de esta joya sublime durante toda su vida. Le influyó, no hay duda. Imposible sustraerse al influjo de un Strauss que desborda imaginación, voluptuosidad, fuerza a raudales en cada compás. Se requiere de un traductor bien dotado, capaz de transmitir a la orquesta el compromiso de entregarse a descubrir sin reservas cada recoveco de este festín de los sentidos y la razón. Afhkam lo ha sido, proponiendo una lectura flamígera, como corresponde con los pasajes más turbulentos de su «polifonía psicológica», pero sin olvidarse de desentrañar como corresponde esos otros remansos de una intimidad casi camerística que alterna en otros momentos el sello inconfundible de este siempre refinado autor. Logró el equilibrio deseado, sin perder el control global en ningún momento, obteniendo de la inspiradísima y entregada ONE un sonido suntuoso de principio a fin. Lo dicho, qué director se pierden los fosos… No hay ahora mismo en Madrid otro que le pueda hacer sombra, no en este repertorio.

Su personaje es el de una princesa, altiva, resuelta, consciente de su doble poder, el que procede de su alcurnia y el que le confieren su juventud y belleza

El éxito no habría sido total, como certificaron las prolongadísimas ovaciones, con toda suerte de manifestaciones de entusiasmo desbordado a partir del definitivo acorde final, si Afhkam no hubiera dispuesto de un elenco como el convocado para la ocasión, sin apenas fisuras. No vamos a descubrir aquí la adecuación de Lise Lindstrom, soprano que estaba anunciada para haber cantado Salomé por primera vez en España, en A Coruña, en 2015, ocasión truncada entonces por la cancelación de la temporada lírica gallega. La soprano californiana ha paseado este rol por algunos de los más relevantes escenarios, siempre con acierto. Y si el paso del tiempo ha disminuido quizá la potencia de sus otrora agudos percutientes como flechas, haciendo más evidentes las carencias en el registro grave, su Salomé es aún ahora una de las mejores que puedan disfrutarse: su sentido del drama permanece intacto para ofrecer un retrato más refinado de lo que suele ser habitual, recordándonos que su personaje es el de una princesa, altiva, resuelta, consciente de su doble poder, el que procede de su alcurnia y el que le confieren su juventud y belleza.

Elegante y sensual en los Siete Velos, su escena final es un tour de force culminado casi sin esfuerzo aparente, sin chillidos ni desgarros espurios que a veces enmascaran la dificultad de expresar lo inexpresable, pero que Strauss escribe con absoluta transparencia sin exigir lo que no se puede demandar de una voz, la femenina, que él conocía como casi nadie. Su esfuerzo fue premiado con una generosa ovación. «Es maravillosa», nos decía de la Lindstrom otra soprano de fuste, la encantadora Eva-Marie Westbroek, que acudió a saludarla al final.

Ha sido un acierto convocar a cantantes españoles para el resto del reparto, no por ser de aquí, si no porque por encima de todo se trata de buenos cantantes

Qué gran acierto poder contar con uno de los mejores bajos-barítonos del circuito, el polaco Tomasz Konieczny, en el fundamental rol del profeta. Su Jochanaan viene revestido de una autoridad superior, a la fuerza del discurso le acompaña la elocuencia, la autoridad de su portador. Su amplio y resonante instrumento llenó cada recoveco del auditorio en cada momento, pero sobre todo fue su manera de decir, de interpretar, lo que resultó conmovedor. En los saludos individuales fue el más jaleado, con razón. Como también fueron muy bien recibidos dos cantantes de merecida fama, la pareja regia. El tenor Frank van Aken, Tristán muy reclamado, constituye un lujo para la parte de Herodes, lo mismo que Violeta Urmana es hoy una Herodías de postín. Cómo no recordar su Kundry xacobea, y cómo no acordarse de la gran Gwyneth Jones cuando cantó este rol en Valencia.

Ha hecho muy bien Palomero, o quien sea que haya seleccionado el elenco, al convocar a cantantes españoles para el resto del reparto, no por ser de aquí, si no porque por encima de todo se trata de buenos cantantes. No es necesario recurrir al extranjero para cubrir determinados papeles, cuando en España tenemos intérpretes de sobra, muchos de ellos en sus casas, sin trabajo. Buen Narraboth el de Alejandro del Cerro (qué bien resuelve Susana Gómez su suicidio), a pesar de que en algunos momentos su voz quedara ligeramente sepultada por la densidad orquestal. Excelente el judío primero de Josep Fadó y muy adecuados el resto de los comprimarios, desde David Sánchez hasta Ángel Rodríguez Rivero.

Jornada para el recuerdo porque estas obras («una de las más importantes de nuestro tiempo», decía Mahler de Salomé) o se sirven así, con este nivel general de excelencia, o es mejor dejarlas reposar. La ONE se apunta un importante y merecido éxito.