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El historiador Fernando García de Cortázar

Entrevista

García de Cortázar: «El Gobierno nos obliga a recordar a Franco, a olvidar a ETA y no enseña el Siglo de Oro, ¡pobres españoles!»

Breve Historia de España, de Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga, reaparece actualizada en una hora que el historiador considera grave

Breve Historia de España regresa en el momento idóneo para luchar contra los revisionismos impuestos desde el poder con todo el peso de una síntesis que puede ser la mayor virtud (de entre un elenco inmejorable, como si sus virtudes fueran artistas irrepetibles de las que solo se pudiera elegir una) de una obra vigorosa y fundamental.

Son 18 capítulos, y los que quedan, de una obra en permanente actualización. 18 capítulos que podrían ser 18 preguntas que son demasiadas si queremos ser sintéticos para intentar ser virtuosos como en Breve Historia de España. Así que haremos 9, la mitad, más una de regalo, quizá dos, para firmar la faena, a modo de remate por bajo, que es otra cosa que se intenta borrar de la Historia de España.

–¿Qué nos enseña la Historia?

–Decía Walter Benjamín que el significado auténtico de la Historia sólo brilla en tiempo de peligro. La crisis que estamos viviendo no se limita al desorden de nuestro sistema financiero o al parón del crecimiento económico. Sufrimos también las consecuencias de una pérdida de pulso moral, de una relajación de nuestro vigor político, de una quiebra de nuestra conciencia de civilización, que ha tenido su expresión más clara en el aplauso al relativismo, en la ironía ante los principios, en el sarcasmo ante las ideas. Una civilización sólo se respeta a sí misma cuando da validez al pensamiento, distingue entre convicción y fanatismo y es capaz de invocar una verdad.

Un error de la Transición de Suárez, que luego nadie pondría empeño en reparar, fue entregar a las Comunidades Autónomas la palanca ideológica de la Historia. Se regaló el pasado a las Autonomías y estas se lo quedaron. El sistema educativo dejó de hacer ciudadanos españoles para hacer catalanes, vascos, andaluces, gallegos, valencianos… en ocasiones a costa de enfrentarlos con la ayuda de una gigantesca manipulación de los libros de texto a mayor gloria de la Consejería de Educación encargada de supervisarlas.

El patriotismo había sido propiedad de algunos y, al parecer, el remedio no fue nacionalizar de nuevo a los españoles, sino dejarnos a todos sin nación

–El relativismo, la ironía ante los principios, el sarcasmo ante las ideas… ¿no es el germen de la corrupción en un amplio sentido, responsabilidad de políticos y ciudadanos?

–La corrupción en la política traduce los vicios de una sociedad negligente, acostumbrada a la dádiva y con más fe en el golpe de suerte que en los méritos de las personas. Pero es evidente que la vigilancia ciudadana es capaz de imponer un marco ético a las autoridades; al mismo tiempo, el respeto recíproco es necesario para la dignificación de la política. Lo que se está poniendo de manifiesto desde el comienzo mismo de la crisis es lo que entendemos por convivencia. La radicalidad de las propuestas populistas, del secesionismo y de la extrema izquierda antisistema es eso, y asombra que nadie haya considerado necesario decir que quienes se están apuntando a estas actitudes desean reventar la estructura jurídica, los factores de cohesión social y los valores ideológicos sobre los que hemos podido construir el edificio de nuestra democracia.

Breve Historia de EspañaAlianza

¿Qué es la España inacabada?

–Con este concepto quiero invitar a mis lectores a seguir trabajando por afirmar España, no contentándonos con lo que la Historia nos ha legado, pues la construcción nacional hay que empujarla todos los días, dándole la razón a Renan que decía que la nación es un plebiscito diario. El grave problema que ahora estamos sufriendo y del que se lamenta esta última actualización de Breve Historia de España es que durante estos últimos años no se han hecho esfuerzos por nacionalizar España. Al contrario, ha ido teniendo cada día mas fuerza un discurso de separación. Se ha exagerado la cautela a la hora de ejercer el patriotismo, como si con este se molestara a quienes no han dudado un segundo en propagar, por la tierra, el mar y el aire de sus competencias autonómicas, los argumentos de su independentismo disgregador. Nuestra beatífica Transición fue capaz de extirpar de nuestro modo de vida lo que el franquismo había colocado en las virtudes exclusivas de quienes ganaron la guerra. El patriotismo había sido propiedad de algunos y, al parecer, el remedio no fue nacionalizar de nuevo a los españoles, sino dejarnos a todos sin nación.

Tenemos la rémora del nacionalismo separatista, que confunde, a sabiendas, historia y esencia, potenciando una visión narcisista y excluyente del pasado

Su Breve Historia de España, dicho esto con la mayor admiración, es como un Quijote resumido y casi con ilustraciones para introducir a los menos introducidos o para reconducir a los más confundidos…

–Los historiadores debemos saber Historia, pero debemos también saber trasmitirla, utilizando la palabra, la imagen y todos los medios que ofrece la técnica del siglo XXI. A mí siempre me preocupó trasmitir no sólo el sentido de España sino también el sentimiento de España, la emoción de pertenecer a una nación grande, sin la cual la historia de la humanidad sería distinta. El historiador ha de procurar no maltratar a sus lectores con un lenguaje zarrapastroso o, lo que es peor, pedante. Antes, al contrario, ha de conseguir que queden atrapados por el relato de la Historia, contada con amenidad y belleza, sin renunciar al poder de la narración y utilizando la fuerza de los estilos y los recursos literarios.

¿Es esta la solución para que no nos tiremos la Historia a la cabeza?

–El problema que tiene España es que hay demasiados intereses creados en torno a potenciar una versión determinada de nuestro pasado. La Historia, efectivamente, se utiliza como un arma arrojadiza. Es la obsesión del nacionalismo y de la izquierda por reescribir el pasado y manipular el presente a su conveniencia. Tenemos la rémora del nacionalismo separatista, que confunde, a sabiendas, historia y esencia, potenciando una visión narcisista y excluyente del pasado. Y a la vez una izquierda que habita en las coordenadas morales de los líderes totalitarios que sirvieron de inspiración a Orwell para escribir su novela 1984.

¡Pobres españoles! Con un Gobierno que nos cuela una Ley de Memoria Histórica aberrante, donde nos obliga a recordar las fechorías de Franco de hace medio siglo, nos pide una amnesia colectiva respecto de los crímenes de ETA y los terroristas, y quiere eliminar de la asignatura de Historia de España la época de los Reyes Católicos y de los Austrias, ¡el Siglo de Oro!

No debemos ser ingenuos cuando se nos habla de una nueva Transición, ¿Transición a qué? ¿A la España plural? ¿Pero acaso la España actual no es plural?

¿Y adónde nos lleva todo esto?

–A una crisis radical. Lo digo con tristeza. Sin pecar de pesimista. Una crisis difícilmente reversible. Los sistemas educativos que antes buscaban la excelencia han sustituido el conocimiento humanístico y científico por la mera adquisición de habilidades lingüísticas y técnicas. Vivimos, y hay que reconocerlo, en un mundo que ya no busca la verdad o que ha llegado a afirmar que ésta ni siquiera existe. Ningún personaje de la historia resiste la aplicación de las normas morales de nuestro tiempo. Y la explicación es muy sencilla: la Historia la hacen personas de carne y hueso, sujetas a los valores de su época. Todo ese griterío que se monta con esa interpretación anacrónica e interesada de la historia que se solaza derribando estatuas nos aleja del conocimiento verdadero del pasado.

¿Qué es España casi cincuenta años después de la muerte de Franco?

–Un país completamente distinto al que era: una sociedad plural, dinámica y vigorosa que ha aceptado, sin excesiva violencia moral, cambios extraordinarios en la valoración y la legislación de principios que hasta ayer mismo parecían consustanciales a nuestra nacionalidad y a nuestra conciencia colectiva. En los últimos cuarenta años hemos saldado con no poco éxito los desafíos de la modernidad para que en ciertos ambientes la Transición se reviva como una mentira descomunal.

Por esto no debemos ser ingenuos cuando se nos habla de una nueva Transición, ¿Transición a qué? ¿A la España plural? ¿Pero acaso la España actual no es plural? Esa España corresponde a quien cree en ella. Ninguno de los partidos nacionalistas la desea más que como espacio desde el que reforzar posiciones, para en un futuro cercano alcanzar el objetivo lógico de cualquier nacionalismo: la independencia y la formación de un Estado propio.

Fernando García de Cortázar

Una nueva transición que en realidad es todo lo contrario, una ruptura brusca y traumática.

–El odio y el sectarismo tienen el único propósito de dividir para hacerse con el poder. España llegó tarde y mal a la democracia y con una aterradora cultura política de guerra civil y dictadura que sigue entorpeciendo las actitudes liberales y de centro. Algunos debates en las Cortes han mostrado la expresión más feroz de una lacra de carácter sobre la que nada apacible y duradero puede edificarse: el odio. La gravedad de la actual situación reside en el hecho de que todos los partidos han estado inmersos en una campaña de desprestigio radical del rival, cuya causa es la escasa formación intelectual de los políticos. El problema es que esto ha llevado al desprestigio del sistema democrático, al autoritarismo y a la sobreactuación.

¿La consecuencia del populismo?

–Creíamos que ya estábamos curados de espanto de determinadas idolatrías y de sus falsificaciones del lenguaje. Pero hoy vemos cómo otros, presumiendo de jóvenes e innovadores, han regresado con sus palabras vacías, orgullosamente inexactas, voluntariamente insignificantes. Desean romper la democracia empezando por el desprecio del lenguaje, por su reducción a retórica vana y vanidosa, por su cautiverio en palabras sin sentido, en sonidos sin alma, en ruidos sin conciencia. Su voz se imposta con la ferocidad altiva de quienes pretenden hablar, pero no escuchar, su tono tiene la obesidad de los mensajes totalitarios, dispuestos a ofrecer una sola y grandiosa solución para todos los problemas que angustian a los ciudadanos.

Hablan continuamente de diálogo los que están empeñados en que no haya debate alguno para lograr así imponer sus ideas, acusan de incitar al odio a los que no piensan como ellos y lo hacen con un descaro y desparpajo sin límites y una verborrea muy agresiva para consumo de ingenuos e ignorantes. Cuando en España a muchos teóricos de la política se les llena la boca hablando de políticos emergentes a mí se me ocurre la frase de Gramsci: « El viejo mundo se mueve, el nuevo tarda en llegar y en ese claroscuro surgen los monstruos».

El fracaso del sistema educativo es una condena al fracaso y a la pérdida de referentes éticos sobre la que quiere edificarse una sociedad vacía e irresponsable, sin cultura crítica

¿Qué papel tiene el sistema educativo en el surgimiento de los monstruos?

–El del ultraje sistemático que, con complicidades diversas, ha ido cometiéndose contra el derecho de nuestros jóvenes a aprender en las condiciones indispensables para ello: el respeto a la autoridad del profesor; la seguridad de la preparación de los docentes; los mecanismos apropiados de su selección, la necesidad de establecer formas de promoción de las que se ausenten los méritos escuetos de la edad y los trienios; la selección de los mejores y el reconocimiento de la desigualdad del esfuerzo y del derecho a su recompensa afectiva, académica y social.

España ha destruido su sistema educativo. La calidad de la enseñanza ha naufragado en la sumisión a métodos experimentales de ineficacia probada, en la defensa corporativa de mezquinos intereses de profesores, en la atención a las más desatinadas demandas de padres y de alumnos, e incluso en la ridiculización del esfuerzo, la autoridad y el magisterio en las aulas. Es una condena al fracaso y a la pérdida de referentes éticos sobre la que quiere edificarse una sociedad vacía e irresponsable, sin cultura crítica.

¿Qué importancia tienen los católicos con este panorama?

–Los católicos tenemos que hacer que nuestros valores, los propios de la civilización occidental, sin ser los de todos, pasen a tener una bien asentada hegemonía cultural. Que se reconozcan como los mejor armados. Que se acepten como los más profundamente anclados en las ideas de libertad individual, progreso colectivo, justicia social y conciencia histórica que han ido fabricando los límites morales de una civilización. Debemos hacer ese esfuerzo sobre todo en unos días en que los ciudadanos se sienten pertenecientes a un mercado más que a una Historia. Necesitamos aquel «pulso que golpea las tinieblas» de los versos de Celaya para desenmascarar tramposos enunciados y demagógicas plegarias para defendernos del asalto populista, denunciar las estafas y engaños de la vida pública y sacar los colores a nuestros policías del pensamiento que piensan , como escribía Larra, que es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.