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Gustavo Petro y López ObradorEFE/ GTRES

La izquierda bolivariana e hispanófoba pone en jaque a los toros en América

La victoria de Gustavo Petro en Colombia, que ya prohibió las corridas siendo alcalde de Bogotá, es la penúltima ofensiva política contra la tauromaquia

Gustavo Petro, el presidente electo de Colombia, invitó al expresidente Álvaro Uribe a una reunión para hablar de su país. Un gesto. Uribe le agradeció públicamente su invitación en Twitter, y en Twitter Petro le respondió: «Bienvenidos a la era del diálogo que es la base de toda humanidad».

Como alcalde de Bogotá, Petro, el exguerrillero, aun debía de tener algún resquicio de guerrilla (la «era del diálogo» aún no debía de haber empezado en todo su ser entonces), porque lo primero (o de lo primero) que hizo fue prohibir las corridas de toros en la ciudad. En realidad, no las prohibió, sino que revocó el contrato de la empresa que gestionaba la plaza.

La prohibición sobrevuela como un cóndor de los andes animalista (¿qué si no?) sobre todos los ruedos del país

La Santamaría, como se llama el coso bogotano, celebraba festejos taurinos desde 1931 (la plaza de toros de Las Ventas se inauguró en 1929) hasta que dejaron de celebrarse en 2012. No quiso meterse el antiguo guerrillero en cuestiones legales y tiró por las contractuales más allá de cualquier diálogo.

El caso es que, elegido presidente colombiano, lo primero que ha anunciado (o de lo primero, de hecho, ya figuraba en su programa electoral) es que no va a permitir «el uso de escenarios ni recursos públicos para estos fines» (los taurinos), por lo que la prohibición sobrevuela como un cóndor de los andes animalista (¿qué si no?) sobre todos los ruedos del país.

El constitucional colombiano anuló la sentencia

Qué habrá sido de «la era del diálogo» sin ni siquiera haber empezado es una buena pregunta. Petro seguro que se acuerda de las manifestaciones en la capital tras su «prohibición» en 2012. Un lustro después, en 2017, una sentencia prohibió, esta vez sí, la tauromaquia (considerándola como maltrato animal, lo mismo que las peleas de gallos) en toda Colombia.

Un año más tarde, el tribunal constitucional anuló dicha sentencia por ser expresión de arraigo cultural, que no se puede prohibir, además del pan de los toreros y de todo un sector alrededor. Desde mayo de 2019 se vuelven a celebrar corridas en Colombia, pero el triunfo de Petro trae de nuevo la seria amenaza de su continuidad.

«Polarización, populismo y postverdad»: así definió el saliente, Iván Duque, el socialismo bolivariano del que Petro forma parte

Un arraigo cultural que a la izquierda suramericana le urge borrar del mapa en otro capítulo del triste camino de la absurda, pero real, hispanofobia que se extiende sin sentido (ni sensibilidad). La hispanofobia que avanza de la mano de la izquierda que se extiende burdamente camuflada por América.

«Las corridas de toros representan la esencia del poder y la historia de Colombia. Una diversión de una elite de poder con la muerte de los demás», escribió el presidente entrante en un párrafo tuitero pletórico de «polarización, populismo y postverdad», las tres características que nombró el saliente, Iván Duque, para definir el socialismo bolivariano del que Petro forma parte.

Malos tiempos para la tauromaquia, y para el hombre, si esta es vilmente equiparada a las «corralejas galleras» en la «era del diálogo». Un gesto sin más en la verdadera «era de la mentira». La izquierda polarizadora, populista y postverdadera que no quiere toros porque es «una diversión de una élite de poder», «los ricos» lo llaman los jóvenes (y no tanto, más ricos que «los ricos») alumnos de esa escuela de farsantes que trágicamente detentan el Gobierno también en la mismísima España.