Por qué hay que leer al joven Joël Dicker (desordenadamente)
El caso Alaska Sanders es la nueva novela del superventas suizo, secuela directa de la historia que le hizo mundialmente famoso, La verdad sobre el caso Harry Quebert. Aunque fue adaptada al formato televisivo, Joël Dicker reniega de Netflix: «No ha inventado nada nuevo»
Es un día inusualmente ajetreado en la editorial. Me he cruzado con Julia Navarro, que nos debe una entrevista, por cierto. He tenido una conversación interesante sobre el ¿final? de la guerrilla de las FARC y el auge de la izquierda por primera vez en Colombia con el escritor Juan Gabriel Vásquez. Pero hay focos, fotógrafos y sí, también periodistas, persiguiendo a un joven altísimo entre las numerosas estanterías de Penguin Random House.
Joël Dicker está de promoción, y los periodistas madrileños se pelean por conseguir un hueco en su apretada agenda. Relajado, en vaqueros y camisa blanca (un poco al estilo Mark Zuckerberg), este escritor suizo posa con naturalidad, una sonrisa perenne y el tupé rubio peinado hacia atrás. Aún no ha cumplido los 40 años, pero ya es un autor superventas consolidado.
Alcanzó el éxito mundial con su novela La verdad sobre el caso Harry Quebert hace once años (cuando tenía solo 27), una novela que fue traducida a 42 idiomas y ahora acaba de publicar con Alfaguara su secuela, titulada El caso Alaska Sanders, traducida por María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego. Es, sin embargo, su sexta novela: una historia que deja sin aliento, maquiavélica y que trata de ahondar en las relaciones interpersonales a través de flashbacks y flashforwards magistralmente bordados en una historia que engancha de principio a fin.
Forma parte este de la trilogía que se completa con El libro de los Baltimore, aunque cada volumen puede leerse de manera independiente precisamente por ese juego de saltos temporales. Los tres están protagonizados por Marcus Goldman, un escritor aficionado a resolver crímenes, de manera que el lector se convierte en un 'colaborador' que investiga e indaga a la vez que los dos protagonistas, Goldman y el sargento Perry Gahalowood. Y como toda buena novela negra, comienza con un asesinato, el de Alaska Sanders.
Joël Dicker es muy consciente de su éxito repentino (pero bien construido). Con 15 millones de lectores en todo el mundo, asegura desconocer si volverá a escribir alguna novela protagonizada por Marcus Goldman: «No tengo ni idea, no prometo nada, porque las promesas nos impiden crear».
Después de Ginebra y El enigma de la habitación 622, el autor suizo nos lleva de nuevo a la costa este de Estados Unidos, al imaginario de Nueva Inglaterra, a los recuerdos de sus vacaciones familiares en Maine. Destaca su autor que haber escrito esta secuela inmediatamente después del éxito del primero habría sido demasiado obvio. «Decidí pasar directamente al libro número tres de la trilogía que tenía en mi cabeza, El libro de los Baltimore, y decidí que el segundo llegaría cuando tuviera que llegar».
A Dicker no le atraen los crímenes sangrientos, dice, ni como lector ni como escritor o espectador porque no le aporta nada: «El muerto está muerto y no hace falta que le pongamos los intestinos en la boca». Tampoco escribe sobre psicópatas, sino sobre esos crímenes que se cometen en momentos en las que las emociones son muy fuertes porque, señala, no trata de juzgar sino de comprender la razón por la que el asesino ha hecho eso. «La culpabilidad es un peso muy duro de llevar», considera Dicker, que cree que la novela policíaca es un género infinito: hay un crimen, una víctima, una investigación, pero se puede hacer de muchísimas formas porque hay total libertad de creación, asegura.
Aunque tanto el protagonista de sus novelas como él comparten ciertas características, más allá de que ambos son escritores, Dicker encuentra pocas coincidencias entre él y Marcus Goldman. «Como Marcus, a veces me pregunto si la gente me saluda a mí o al escritor, que siguen siendo dos figuras distintas. Cuando lees una novela y te gusta, tienes la sensación de que conoces al autor, de que puedes meterte en su cabeza», destaca, a la vez que, sin vergüenza, ensalza las bondades de la fama, ya que encuentra en el cariño de sus lectores la fuerza para seguir escribiendo.
¿Series o libros?
Joël Dicker dedica casi todo su tiempo a la lectura o a la investigación (además de a su familia: tiene dos hijos pequeños). Y aunque reconoce que las series de televisión aglutinan a la gente y se han convertido en un medio de comunicación entre las personas, ya que es un tema de conversación al que siempre se puede recurrir, cree que el lector de una novela se convierte en creador al imaginar lo que lee. Es decir: reivindica los libros por encima de las series (y de las pantallas, en general).
El problema, considera, es que el mundo de la literatura y de la edición sigue estando ocupado en discusiones sobre si una novela es un gran libro o no, si es para leer en la playa o para un premio Nobel. «Cuando el mundo de la literatura se dé cuenta de que lo que importa es que guste, el libro superará los logros de la televisión», sostiene el escritor.
«En un mundo de wifi, Netflix y teléfonos móviles, a veces nos olvidamos de que hay una experiencia increíblemente poderosa que no requiere electricidad, ni internet ni suscripción: la lectura. La lectura nos lleva a un mundo maravilloso: el de la imaginación», sostiene Dicker, que considera que Netflix «no ha inventado nada» ya que retoma para sus series de televisión el «código» del género literario de la novela, en la que se inspira.
Herencia literaria
El escritor suizo de habla francesa es hijo de una librera y de un profesor de instituto, por lo que las letras han estado siempre muy presentes en su vida. «El primer libro que me enganchó fue La Glorie, del destacado pediatra y pedagogo Janusz Korczak. Mi abuelo, Vladimir Wolf Halperin, me lo regaló cuando tenía 8 o 9 años», expone antes de nombrar otros libros que han marcado su trayectoria literaria: The last wolf of Ireland, de Elona Malterre; El lobo estepario, de Hermann Hesse, o Colmillo Blanco, de Jack London.
Su obsesión por los lobos se refleja también en el nombre de su editorial, Rosie & Wolfe. «¿Qué es una buena novela? ¿Es una novela cuya elección de palabras nos deja boquiabiertos línea tras línea? Yo creo que es aquella en la que vamos más allá de la lectura porque nos transporta a un mundo propio, donde podemos conocer a los personajes y compartir sus aventuras humanas, hasta el punto de que no se trata tanto de las palabras como de las emociones y sensaciones que sentimos. Porque estoy convencido del poder de la literatura, he querido crear mi propia editorial, una casa en torno a los lectores, a la lectura, a la literatura», defiende el autor.
El propio Joël Dicker explica que si se hizo editor, fue precisamente por amor a su editor. «Escribí varias novelas, todas ellas rechazadas por las editoriales. Entonces conocí a un editor extraordinario, Bernard de Fallois, que cambió mi vida. No sólo aceptó publicar mis textos, sino que además iba a apoyarlos, convertirse en el artífice de su éxito y, sobre todo, enseñarme los trucos del oficio. Cuando Bernard murió y su editorial tuvo que cerrar, decidí continuar el camino que habíamos iniciado juntos creando mi propia editorial». Así nació Rosie & Wolfe, la «evolución natural» de la vida literaria de Dicker, a quien de niño le gustaba escuchar historias, de adolescente amaba leerlas y de adulto disfruta escribiéndolas y editándolas.