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Carabelas

Carabelas 'inclusivas' para una nueva conquista de AméricaPaula Andrade

El lenguaje inclusivo es La Pint@, La Niñ@ y La Santamarí@ de la 'reconquista' de América

De muchas universidades estadounidenses sueltan amarras verdaderas imposiciones cuyas consecuencias van mucho más allá de la 'lingüística' de la que proceden

En muchas universidades estadounidenses cada vez van quedando menos baños para hombres y menos baños para mujeres. Las típicas figuras que representan a unos y a otras ya casi parecen un viejo souvenir de tiempos pasados. En muchas universidades estadounidenses cada vez menos pone «Men» o «Women». Ahora cada vez más pone «All Gender».

En esas universidades estadounidenses uno ya no tiene que mirar la señalización de la puerta de los servicios por la que debe acceder. Se puede entrar directamente y allí encontrarse con hombres, mujeres y todo lo que se supone que es la causa de que ya no exista la simple y natural división entre hombres y mujeres.

«Ellos» es la forma en que una familia ha de referirse a su hija transexual para no ser señalada

En esos baños universitarios puede estar «él», «ella», «elle» y hasta «ellos», la última de las denominaciones genéricas, que nada (o todo) tiene que ver con su pluralidad literal. «Ellos» es la forma en que una familia ha de referirse a su hija transexual. Y su literalidad no es solamente por lo plural, sino por lo real.

Dicha hija transexual ni siquiera se considera «hijo» ahora. Parece una chica, pero viste como un chico que pudiera parecer una chica. El resumen de todo esto según el lenguaje inclusivo que va conquistando terreno desde los «templos del saber» es «ellos». Tampoco es «ello», ni «elle».

Imposición distópica del lenguaje

Es «ellos» porque ha decidido llamarse «ellos», es decir, todos los «géneros» en uno. La madre corrige al padre con apuro, cuando este se refiere de forma natural y espontánea a su propia hija como «ella»: «No debemos decir «ella», recuerda, sino «ellos»». El padre asiente admitiendo el error. La familia de «ellos» es una familia tradicional que llama «ellos» a su hija por respeto, pero también por imposición.

Es algo parecido a cuando en el Madrid de la guerra no se podía decir «adiós» porque los de la CNT te señalaban. Decir «ella» en este caso en California es arriesgarte a ser señalado por intolerante u opresor. Es la imposición distópica del lenguaje que no es el establecimiento paulatino del lenguaje del que ha hablado hace unos días el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, en Uruguay.

Es la sociedad, son los hablantes quienes deciden cómo evoluciona su lenguaSantiago Muñoz MachadoDirector de la RAE

En una Suramérica que vive con casi inusitada violencia, por los bandazos y las posturas, los dimes y diretes de esta «inclusividad lingüística» que empieza por arriba y no por abajo: «Es la sociedad, son los hablantes quienes deciden cómo evoluciona su lengua», afirma Muñoz Machado, y no las compañías que en Estados Unidos se manifiestan para mostrar las directrices inclusivas de las que ya depende su futuro económico y posicionamiento.

Son las compañías como en la que trabaja el padre de «ellos», que no solo ha de llamar a su hija «ellos» (en la intimidad el matrimonio admite la dureza de tener que sobrellevar esta extraña carga impuesta por la sociedad que les vigila, en una mezcla de amor y temor), sino que ve como la empresa que antaño abogaba por la libertad individual de sus trabajadores, ahora vira hacia lo contrario.

Discurso inclusivo

Y todo «en nombre de los Derechos Humanos», una doctrina de máximos que borra los mínimos, los matices. Como «ellos». O como «ella», el caso de una estudiante de origen mexicano, elegida para hablar en la ceremonia de graduación en su universidad, que basó su discurso en culpar al país donde vive, del que posee la nacionalidad, donde se ha desarrollado académicamente y donde se va a desarrollar profesionalmente, porque en el pasado sus padres, inmigrantes ilegales, fueron en su día deportados.

Una universidad pública donde «ella» ha podido estudiar como ciudadana estadounidense de pleno derecho cuyas palabras de privilegio en su ceremonia de graduación son de crítica y no de agradecimiento ante, quizá (si cabe) lo más llamativo, un público que aplaude a rabiar la diatriba «inclusiva».

El lenguaje también transformado en su sentido, con el que acaba esa graduación en la universidad, donde los baños son «para todos los géneros», donde se debe dirigirse a otra de sus alumnas como «ellos», y cuya ceremonia empezaba con la solemne frase del rector: «Un recuerdo para la tribu de los chumash que son los propietarios de la tierra sobre la que se levantan estos edificios».

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