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Bradley Cooper, caracterizado como Leonard Bernstein en 'Maestro', de Netflix

Bradley Cooper se medirá al genio Leonard Bernstein en una serie de Netflix: así fue «el músico total»

El actor rueda estos días una serie sobre el creador de West side story, músico fundamental del siglo XX

Las primeras señales llegaron con una fotografía en la que podía intuirse a alguien muy parecido, si no era él mismo, a Leonard Bernstein, el exuberante genio musical que marcó una era en la segunda mitad del siglo XX como director de orquesta, compositor y activista de todo tipo de causas. Y no, no se trataba del creador de West side story, si no del actor Bradley Cooper, que se encargará de darle vida en una de las producciones –dicen– más esperadas del próximo año bajo el sello de Netflix.

Pero en esta época de raperos capaces de sumar 20 millones de reproducciones con un solo tema sin apenas esfuerzo, ¿quedará alguien por ahí que sepa recordar aún cuál fue el lugar que Bernstein ocupó en la vida cultural norteamericana, más allá de que ahora vaya a interpretarlo uno de los rostros más populares de Hollywood?

El legado del «músico total»

Leonard Bernstein (Estados Unidos, 1918-1990) encarnó la misma música con una vitalidad contagiosa. Era el músico total, ajeno a la necia especialización que se impondría años más tarde. «Me gusta todo de la música, es por eso que en mi pasaporte puse solo la palabra ‘músico», dijo en una ocasión.

Niño prodigio, o cuando menos superdotado, su vocación quedó sellada durante una temprana audición de la Séptima Sinfonía de Beethoven, aquella que algún exegeta nombró como «Apología de la danza». De ahí le surgiría a Bernstein, quizá, su espectacular sentido rítmico, ese impulso gozoso, pura celebración de la vida, que tan bien expresan todas sus creaciones.

Cuando tocaba el piano o sobre todo dirigía, cuando descifraba sus enigmas más ocultos con un lenguaje accesible a cualquiera a través de la televisión en aquellos pioneros programas didácticos con los que sedujo a millones de tempranos espectadores, cuando creaba sus propias composiciones, cuando grababa por primera vez un repertorio entonces casi virgen, los sonidos cobraban vida con una elocuencia extraordinaria. Sudaba notas.

El director de orquesta y compositor Leonard Bernstein en un concierto en la década de los 60Gtres Online

Pocos habían oído hablar de Mahler hasta que Bernstein empezó a imponerlo en los programas de sus conciertos y a registrar la integral de sus sinfonías (insuperadas sus versiones de la Tercera y la Sexta). Y menos aún se sabía de sus compatriotas Virgil Thompson, Samuel Barber, Walter Piston o Charles Ives, a los que favoreció desde su posición privilegiada, como la gran figura musical de su país al frente de la Filarmónica de Nueva York o triunfando con sus propias creaciones en Hollywood y Broadway (On the town, La ley del silencio, West side story), para divulgar sus obras.

Hijo de inmigrantes judíos llegados al nuevo mundo desde Rusia, Bernstein recibió una educación esmerada en templos del conocimiento como Harvard y el impulso de algunos de los más grandes hombres de la música de su tiempo, europeos también emigrados como los directores Fritz Reiner, en el Curtis Institute; Serge Koussevitsky, en Tanglewood, o Dmitri Mitropoulos en la Filarmónica neoyorquina, que no solo supieron calibrar su talento, sino proporcionarle las oportunidades que le permitieron desarrollarlo hasta cotas excepcionales.

Retrato de la era de la ansiedad

No por azar, Bernstein se sirvió de una de las obras esenciales del poeta W. H. Auden, La época de la ansiedad, como inspiración para su Segunda Sinfonía. Esa energía desbordante, la urgente pasión que transmitían sus interpretaciones (y que luego han sido mal copiadas por algunos directores-acróbatas, imitadores en la forma pero no el fondo) no le impedían captar con extraordinaria lucidez en sus propios trabajos, actitudes y opiniones personales los males de su tiempo: el desánimo, la crisis espiritual, los miedos y las propias contradicciones de una sociedad compleja que él mismo arrastraba como bisexual.

Casado con una mujer fascinante, la actriz chilena Felicia Montealegre, junto a la que formaba una de las parejas más glamourosas de Nueva York, mantuvo a la vez numerosas e intermitentes relaciones con varios de sus colaboradores masculinos en lugares como España –a veces buscaba refugio en Canarias para sus aventuras. En su magnífica biografía sobre el genio (Leonard Bernstein, Phaidon, 1998), Paul Myers llega a afirmar que le había sido «más fiel a la Filármonica neoyorquina (con la que tuvo una intensa relación durante casi toda su vida) que a su mujer».

El liberal Bernstein era un optimista bien informado que a menudo tomaba partido por las causas menos populares, como cuando ofreció una fiesta en su apartamento del Upper East Side al líder de los Black Panthers, un encuentro que luego fue recreado por otro de los invitados a esta cita social, el célebre escritor Tom Wolfe, y que le costó no pocas críticas por haber dado cobijo a miembros de lo que se consideraba un grupo terrorista.

Firme opositor del Maccarthysmo y lo que significó su «caza de brujas», contrario a la Guerra de Vietnam y a todo régimen que cercenara las libertades, encontrándose Fidelio entre sus óperas de cabecera, fue el invitado natural para dirigir el célebre concierto de la Reunificación tras la caída del muro en Berlín. El testimonio grabado de aquella lectura de la Novena de Beethoven con una orquesta creada ad-hoc por músicos de varias formaciones y el cambio de la palabra Freude (Alegría) por Freiheit (Libertad), sugerido por el propio Bernstein para la Oda de Schiller, quedará por siempre como una de las más intensas interpretaciones de esta cima de la creación artística por la autoridad que emana del director, un auténtico humanista y uno de los músicos fundamentales del convulso siglo XX, aquí erigido él mismo en mensajero de la más noble aspiración humana.

Carey Mulligan y Bradley Cooper en un fotograma de la adaptación de Netflix de la vida de Leonard Bernstein

Habrá que esperar que Bradley Cooper y Netflix sepan hacerle justicia. Al menos parece ya digno de todo encomio que la popular plataforma se fije en una figura señera de la cultura norteamericana, y que a ese gesto le acompañe la decisión de servirse para encarnarlo de uno de los principales actores actuales. Seguro que muchos picarán aunque sea por curiosidad o por amor incondicional a su ídolo, el protagonista de Ha nacido una estrella o Resacón en las Vegas. Todo suma.