Fukuyama, en Madrid: guiños a la socialdemocracia, ataques a Trump, defensa de Ucrania y del liberalismo
Francis Fukuyama presenta en la Fundación Rafael del Pino su nuevo libro, El liberalismo y sus desencantados, una defensa del «liberalismo clásico» que puede englobar tanto la definición americana como la europea
Al profesor Francis Fukuyama (Chicago, 1952) se lo conoce, sobre todo, por su libro El fin de la Historia y el último hombre (1992). Tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, muchos entendieron que el mundo se encaminaba, por fin, a una implantación categórica de las libertades y la democracia al estilo occidental. Cosa que, evidentemente, no ha sucedido. Sin embargo, y como señala Roger Domingo –director de la editorial Deusto, donde se publica el nuevo libro de Fukuyama, El liberalismo y sus desencantados– se trata de una tesis malinterpretada. Porque el concepto de «fin de la historia no suponía que no fuese a suceder nada más», sino que mostraba la legitimidad del liberalismo como «la forma política definitiva en la historia». De hecho, el propio Fukuyama ha aclarado que nunca ha pretendido «ser un profeta», dado que la «historia no es lineal».
Según Domingo, existe una serie de peligros acechan al liberalismo: desde las políticas identitarias hasta el auge de gobernantes autoritarios y megalómanos, así como los nacionalismos. En todo caso, se trata de «una recesión democrática» en parte debida a que «el capitalismo global ha generado desigualdad».
Junto a Roger Domingo, Amadeo Petitbò, patrono de la Fundación Rafael del Pino, ha sido el anfitrión de la conferencia con que Fukuyama ha presentado su libro en España. Una obra cuyo subtítulo aclara la posición del autor: «Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales». Petitbò aconseja «una lectura lenta» de este libro que versa sobre el liberalismo clásico, el que se nutre de autores como Adam Smith. Afirma que, para Fukuyama, «las premisas del liberalismo son correctas, pero incompletas, e históricamente contingentes». El liberalismo padece «una crítica de las nuevas religiones posmodernas y corrosivas que se han desarrollado a partir del marxismo clásico, la escuela de Frankfurt y el Estructuralismo». Lo cual ha derivado en que «la fragmentación social y el maniqueísmo se han convertido en una forma de hacer política». Pero, «como la buena música, el liberalismo sobrevive a las críticas». Antes de dar paso a Francis Fukuyama, Petitbò ha recalcado que este profesor –que ha impartido clases en instituciones como la Universidad Johns Hopkins o Stanford– «cree en la intervención selectiva del Estado».
Las premisas del liberalismo son correctas, pero incompletas, e históricamente contingentesPatrono de la Fundación Rafael del Pino
Fukuyama reconoce que existen dos definiciones principales sobre el liberalismo; «la de Estados Unidos, de centro izquierda, que incide en la necesidad de distribución de riqueza, y la opuesta, que es la europea y que se centra en la libertad de mercado». Sin embargo, ambas se caracterizan por defender «la dignidad universal del ser humano y de los derechos humanos». Lo cual supone, de entrada, que «ningún grupo es superior a otro». También implica «la limitación del poder, la libertad de elegir la propia vida, y el estado como garante de derechos». En su opinión, son sociedades liberales tanto las que sean de derechas como las de izquierdas.
De hecho, Francis Fukuyama se define «un poco de las dos maneras»; comparte la preocupación de la socialdemocracia por la desigualdad y por los peligros del exceso de competencia que genera el libre mercado. Entiende que se necesita algún tipo de protección social. Sin embargo, «también creo que no es buena idea que el Estado intervenga demasiado», dice. En todo caso, sostiene que no hay un modelo universal; por ejemplo, «el modelo suizo es apropiado para un país con las características específicas de Suiza, pero no para otros con diferente extensión, características, tamaño de población».
El profesor Fukuyama dice que hay tres motivos para defender el liberalismo clásico. En primer lugar, un motivo práctico, puesto que «el liberalismo sirve para gobernar a sociedades diversas» después de siglos de guerras de religión, enfrentamientos étnicos o entre diferentes grupos sociales. «El liberalismo permite estar en de acuerdo y en desacuerdo sobre temas religiosos y las verdades definitivas», sostiene. La única premisa es la igual dignidad de todas las personas. El segundo motivo es «el argumento moral, pues el liberalismo protege la dignidad humana». En este sentido, Fukuyama apela a la autonomía moral. En su opinión, es algo que tiene encaje con el cristianismo; cita el Génesis, en el que se habla abiertamente de la existencia del bien y el mal, pero también de la libertad de elección del ser humano.
El liberalismo permite estar en de acuerdo y en desacuerdo sobre temas religiosos y las verdades definitivas
El tercer argumento de Fukuyama es el económico, pues «las sociedades liberales protegen la propiedad privada y la libertad de comercio». Lo cual «genera mayor riqueza»; «los países que han apostado por el liberalismo son los países con mayor desarrollo económico». Aquí alude al caso de China, que «sólo ha aceptado el aspecto económico del liberalismo», cuyo resultado es hoy el éxito económico, aunque «no acepta los principios morales del liberalismo». Cuando se refiere a la expansión del liberalismo desde el siglo XIX, sostiene que «España se ha incorporado tarde», así como el resto de países mediterráneos. Con lo que da a entender que se trata de ideas de origen anglosajón.
En lo relativo a las amenazas que acechan al liberalismo, Fukuyama destaca, en primer lugar, lo que define como populismo de derechas: Trump, Orbán, Le Pen, Salvini…, «que no dan preferencia al imperio de la ley, sino al nacionalismo y que, socavando la independencia judicial y la libertad de los medios de comunicación, socavan la propia democracia». Por el lado izquierdista, la amenaza principal se debe a las demandas de igualdad. Como sucede en Iberoamérica; en Colombia y Chile se aspira a una mayor concentración de poder estatal, so pretexto de luchar contra la desigualdad.
A fin de cuentas, «hay dos deformaciones del liberalismo que se han dado los últimos veinte años; por una parte, lo que se llama el neoliberalismo, una doctrina de la década de los 90 que idealiza el mercado». Según Fukuyama, el origen del neoliberalismo parte un rechazo contundente al exceso de regulación –sobre todo, en el ámbito financiero– y de peso del Estado en la economía, así como a «la ineficiencia de las empresas públicas». Pero el neoliberalismo «llevó a la crisis subprime, al incremento de desigualdad y, como reacción, al populismo».
El neoliberalismo es una deformación del liberalismo que idealiza el mercado
Por otro lado, «la izquierda progresista ha apostado por políticas identitarias», en cierto modo, como herencia de la lucha contra la segregación racial en Estados Unidos, y otro tipo de discriminaciones. En este sentido, el progresismo se revuelve contra «la promesa liberal incumplida de igual trato a todas las personas». Sin embargo, la reacción izquierdista iliberal «implica que la persona se reduce a ser miembro de un colectivo, de modo que esa identidad es el modo predominante en la relación que el estado establece con la persona». El fenómeno woke le merece una crítica clara, pero de menor calado que la amenaza que él detecta desde la derecha. Por eso, aunque reconoce que está «decepcionado por haber votado a Biden» por su exceso en las políticas identitarias, se muestra de acuerdo con el actual presidente en su durísimo ataque contra la oposición. Y es que Fukuyama también cree que «el Partido Republicano representa una amenaza contra la democracia americana». En estos momentos, «no hay alternativa al presidente Biden», asevera.
Otra de las grandes amenazas, según Fukuyama, es Rusia. «El objetivo de Putin consiste en eliminar posibilidad del éxito de un régimen liberal en el mundo eslavo», dice. En su opinión, la guerra entre Ucrania y Rusia muestra «cuál es la diferencia entre una sociedad libre y una sociedad autoritaria». «La invasión rusa ha sido uno de los mayores errores que he visto en mi vida», afirma, pues Putin ha tomado decisiones propias de quien «no está en contacto con la realidad, y vive en un universo creado por sí mismo». Similar falta de percepción de la realidad, debida al aislacionismo paranoico de la tiranía, la detecta en China «con su política de covid cero». Según Fukuyama, «Ucrania vencerá a Rusia, o, cuando menos, recuperará la mayor parte de su territorio; es algo vital, pues, de lo contrario, otros regímenes autoritarios intentarán expandirse».