Morante y Roca Rey, ¿el regreso de la gran rivalidad histórica del toreo?
El de la Puebla y el limeño, con el respeto de otros matadores como El Juli o Pablo Aguado, que también han protagonizado la temporada taurina, revitalizan la Fiesta con sus triunfos y sus antagonismos en la plaza y fuera de ella
Dicen que el comienzo de las rivalidades taurinas fue la de Costillares y Pedro Romero a finales del XVIII. Al primero le preferían las clases altas y al segundo las populares. Pedro Romero es el nombre que le puso Hemingway al torero estrella del que se enamoraba Lady Ashley en Fiesta. Precisamente el escritor fue testigo, amigo y cronista (en El Verano Peligroso narró aquellas andanzas a finales de los cincuenta) de la pugna entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez.
Lagartijo y Frascuelo
El título de aquel libro no fue literatura. En diez corridas ambos toreros fueron cogidos tres veces cada uno. Aquella serie de festejos los había previsto el patriarca Dominguín para limar las asperezas entre ambos cuñados. Luis Miguel estaba al final y Antonio en su apogeo. El autor de Adiós a las Armas había sido enviado a España para contar este capítulo en la revista Life, y quizá nunca una revista pudo tener un nombre tan idóneo para publicar semejante reportaje. No mucho más de medio siglo antes había terminado quizá el segundo gran antagonismo de la historia taurina entre Lagartijo y Frascuelo.
Cuentan que en 1868 hasta se tumbaron en combate de valor delante del toro, por lo que ambos fueron amonestados por temeridad que fue el quid (y el delirio en los tendidos) a partir de entonces en sus enfrentamientos. Dicen que estando Lagartijo viendo torear una tarde a Frascuelo este le brindó un toro y aquel le lanzó un reloj de oro en agradecimiento, un gesto que dio comienzo a una amistad inquebrantable que se batía hasta con las querencias de los aficionados. En la muerte de Frascuelo, Lagartijo lloraba de rodillas sobre su ataúd.
Belmonte y Joselito
Rivalidades con amistad y con antipatía. La de Belmonte y Joselito el Gallo fue de las primeras. El primero le dijo a Chaves Nogales para su biografía que no sabía hasta qué punto se necesitaban el uno al otro. Al segundo le llamó Paco Aguado «El rey de los toreros» en la historia de sus hazañas. El primero murió en la plaza de Talavera de la Reina en 1920 y el segundo (al que Valle-Inclán le dijo que lo único que le faltaba era morir en el ruedo: «se hará lo que se pueda, don Ramón», respondió el de Triana) se pegó un tiro más de cuarenta años después, quién sabe si con el recuerdo del amigo y enemigo en el caletre.
Ya en estos tiempos o mejor, cerca de ellos, la antipatía entre José Tomás y Enrique Ponce comenzó cuando el de Galapagar, sin mencionar al de Chiva porque no hacía falta, dijo que no entendía el toreo que arriesgaba lo menos posible. Aquello tensó para siempre una relación imposible, personal y taurina, que no fue así en el caso de la competencia entre el mismo Tomás y El Juli, quién afirmó que entre él y aquel «torero especial entre sus grandes ídolos» «había algo más profundo que la rivalidad».
Joselito y el «odio» a Ponce
José Miguel Arroyo 'Joselito', el héroe de la goyesca en Madrid de 1996, dijo que «odiaba a muerte» a Enrique Ponce porque tenía el don de la regularidad, mientras él alternaba los triunfos y los fracasos. Dijo que ese «odiar» era una forma de motivación. El «odio» que terminó en la llamada «corrida de los quites» en Madrid, también en 1996, en la que a la insistente e interminable variedad con el capote del madrileño respondió como (bien) pudo a la verónica el valenciano para que los dos terminaran dándose la mano con una sonrisa.
Estilos diferentes, antagonismos. Diferentes modos de ver la vida y el toreo. Uniones y desuniones que hicieron historia y afición y que regresan en las figuras de Morante y Roca Rey. La figura clásica y «gallista», sevillana, de coleta verdadera y monteras lagartijeras y el figurón del otro lado del océano, joven y esbelto, valeroso, heroico e irreductible. Habrá quién dirá, como de Dominguín y Ordóñez, que este toreaba mejor, pero aquel fue mejor torero. Que digan (y que sigan diciendo) todo lo que quieran mientras la hostilidad (de verdad hostil o admiradora) continúe manifestándose para la elevación y la pervivencia de la tauromaquia.