Javier Marías, el escritor universal y madridista que jugó contra el 'Metoo'
El talentoso hijo del sabio Julián escribía sus cosas sin llamar la atención hasta que decidió llamarlas poniéndose enfrente, por ejemplo, del feminismo radical y del Metoo
Setenta años son pocos y aún menos cuando se acaban de repente. Javier Marías tenía un poco la mirada física como aquel niño del barrio judío de Nueva York de Sergio Leone y la mirada íntima del novelista imbatible (como se consideraba pugilísticamente Hemingway) y regular como un Sugar Ray Leonard que con cada nueva novela ejecutara un golpe sutil en la escalada hacia esa cumbre literaria y mundana en la que ha perdido el pie, tan de mala manera.
Marías era el escritor español más profundamente internacional. Con la literatura mundial ya conquistada. La real y la ficticia, la de la narrativa y la del Nobel, que ya le contaba entre sus candidatos. El talentoso hijo del sabio Julián escribía sus cosas sin llamar la atención hasta que decidió llamarlas poniéndose enfrente, por ejemplo, del feminismo radical y del Metoo, al que se refirió como una «barra libre» para mujeres «envidiosas, despechadas, malvadas o misándricas».
Una digresión final, esta, que podía haber aparecido en cualquiera de sus novelas, en el medio de ellas y de toda la subordinación que le hacía grande e imprevisible, hasta para él mismo. Porque Javier Marías no pensaba sus obras, solo escribía, como le decía que hiciera Sean Connery a su joven pupilo en aquella aproximación a Salinger que rodó Gus Van Sant, mientras en el ínterin se le aparecía la trama. Escribir como ejercicio manual, «con brújula y no con mapa», como solía decir.
Un escritor que no llevaba reloj y dormía bajo las estrellas, literaria y literalmente. Por no querer un horario ni una casa metafóricos, tampoco quería los premios que rechazó sin miramientos. Casi les dijo a los del Cervantes que no le miraran. Una mitología en vida, y ya en muerte, de astro literario que va a comenzar, qué lástima, a saberse sin remedio. Quizá no (me lo contó mi querido amigo José María Faerna), que cuando su padre daba clases en el Wellesley College y Javier tenía un año, también las daba Nabokov, de quien casi por nacimiento fue un entusiasta.
Reino de Redonda es (era) su editorial exquisita, con la que publicaba los textos que le gustaban, las rarezas menos populares y más íntimas de sus gustos más personales, entre las que estaba, ¡menuda rareza!, el Real Madrid, del que escribió un bello artículo, titulado Hoy no solo hoy, como si fuera una pequeña novela madridista, la víspera de la final de la Copa de Europa de 1998, la Séptima del equipo blanco que hizo al de Chamberí transportarse al 18 de mayo de 1960, cuando su madre le preguntó a los vecinos si sus hijos podían pasar a ver a los de Chamartín contra el Eintracht que significaría la quinta copa europea de Gento y Di Stéfano, de quienes cuenta que a veces, durante los partidos, jugaban a pasársela solo de tacón.
En este artículo no viajó ni siquiera con brújula. Se sacó, taconeando, el corazón directamente, el corazón de niño, en medio del hombre que ya contaba los cuarenta y cuya universalidad iba a provocar que sus mejores libros para muchos de sus lectores eran los peores para otros y viceversa, como si se hablara de astrología y vez de «Todas las Almas» y de «Negra Espalda del Tiempo» se discutiese, en las infinitas alturas que alcanzó, sobre Orión o Perseo.