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Dibujo de Calígula e Incitato, por Jean Victor Adam

Perros iguales a niños, la penúltima «conquista» del animalismo

La ideología woke, en su afán cancelatorio, también alcanza a la «minoría» de los dueños de mascotas, las cuales empiezan a equipararse a los humanos de forma artificial

En la Antigua Grecia los perros eran compañeros, protectores y cazadores. Dicen que el collar con pinchos lo inventaron entonces para protegerles de los lobos. Argos, el perro de Ulises, fue el único que le reconoció a su regreso a Ítaca. Esta es la parte «buena» del perro en la literatura homérica, la menos abundante en la connotación «perro» como un insulto. Aquiles llamó así a Héctor antes de matarle.

Para Platón el can (Cerbero) era un guardián. Sócrates dijo del perro que era un filósofo porque actuaba por conocimiento o desconocimiento. Esto le hace discernir entre amigos y enemigos y, por lo tanto, le hace «buscador» de sabiduría. Es posible que la mayoría de los amantes y propietarios de perros no conozcan estas curiosidades de los clásicos, aunque en muchas ocasiones cualquiera diría que sí, mayormente como si hubiesen malinterpretado estas lecturas.

Niños que dejaron de ser niños

Hay dueños de perros (a los que quizá la misma mención de «dueños» les resulte ofensiva) que hablan de ellos como sus «hijos». Una figura literaria convertida en costumbrista y de costumbrista en un animalismo lindante con la animalada. Recientemente se convocó una reunión urgente en una comunidad de vecinos de Madrid en la que los dueños de perros pedían que si sus mascotas (o sus «hijos») debían permanecer atados en las zonas comunes de la urbanización, del mismo modo debían hacerlo los niños.

Los peticionarios solicitaban que dichos niños no jugaran a la pelota o no montaran en bicicleta en las mismas zonas comunes, lo que provocó un auténtico cisma vecinal que sin embargo acabó con el triunfo de la demanda perruna, por lo que los niños tuvieron que dejar de ser niños porque a los dueños de los perros no les dejaron tratar a sus canes como si fueran precisamente niños, siendo en todo caso perros.

Hoy vemos una forma de egoísmo. Vemos que algunos no quieren tener hijos. A veces tienen uno, y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugarPapa Francisco

Un profesor irlandés se negó a llamar «ellos» (en vez de «él») a uno de sus alumnos y la rocambolesca historia acabó con el maestro en prisión. Hay una horrorosa suerte de preeminencia de la impropiedad sobre la naturaleza que hubiera espantado a los clásicos como Sócrates, a pesar (o a propósito) de que afirmaban que el perro era nada menos que un filósofo. El Papa Francisco lo llamó «una forma de egoísmo»: «Hoy vemos una forma de egoísmo. Vemos que algunos no quieren tener hijos. A veces tienen uno, y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugar».

Un sentimentalismo que se vuelve antinatural cuando se equipara la humanidad con el mundo animal, aunque sea el del perro, el compañero, el guardián, el protector o incluso el filósofo. No es de extrañar esta especie de distopía que empieza a mostrarse con toda su crudeza inhumana al comprobar que en España ya hay el doble de perros que niños. La infantilización de los perros y la infantilidad de quienes los equiparan y hasta les anteponen a los niños aumentan en número y en proporción.

«Seres sintientes»

Las representaciones artísticas de los perros en la Antigua Roma, cuna de la civilización occidental que se resquebraja con estas y otras situaciones sorprendentes, muestran imágenes familiares de adultos y niños amantes de sus cachorros a los que dan de comer y con los que juegan. Mascotas objeto de amor, como los humanos, que no de tratamiento. La ley de bienestar animal promovida por Podemos, por la que se les considera «seres sintientes» y por lo que ya figuran en situaciones legales «humanas» como la custodia compartida y hasta en los testamentos.

Algo bien diferente a la naturaleza y al amor humano a la naturaleza y a los animales que expresaron de la mejor forma tantos escritores. Virginia Woolf escribió, sin romper la separación genérica original: «Flush no era un perro cualquiera: animoso y, al mismo tiempo, reflexivo; canino, sí, pero a la vez extremadamente sensible a las emociones humanas (…) Nos une la simpatía. Nos une el odio. Nos une la prevención contra la tiranía morena y corpulenta. Nos une el amor».

Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad, y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectosLord Byron

«Querido Charlie, aquí todos los perros tienen miedo y pulgas, no te gustarían nada. Te echo de menos. ¿Quién te quiere? (Quién si no)», le escribió Truman Capote a su mascota añorada. Lord Byron se expresó así, recordando a su amigo perdido: «Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad, y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos».

«Criaturas», como dijo Byron. «Perros», como dijeron Capote o Woolf (no «niños», ni «hijos») en sus sentidas querencias que hoy aparecen trastocadas, violentadas en costumbres, normas y hasta leyes que también se alimentan de lo clásico en el tiempo, pero no de aquello que establecía el valor y el amor y el respeto debidos a los animales, a los perros, esos filósofos socráticos, sino más bien al ejemplo del emperador Calígula, conocido mayormente por su crueldad, que acabó nombrando cónsul a su caballo.