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Entrevista

Isabel San Sebastián: «No hay ninguna heroicidad en ser mujer en la España del siglo XXI»

La periodista y novelista presenta su última obra, La Dueña, donde continúa su viaje por la Reconquista a través de la vida de Auriola, una mujer que lucha por su familia y por su legado en el siglo XI

Hace algunos años Francisco Umbral escribió en una columna que Isabel San Sebastián era una mujer guapa tras verla y escucharla en una manifestación contra ETA. Eran los años difíciles del terrorismo que ella vivió en primera línea de fuego y de portadas periodísticas. Tras décadas en la vanguardia por la libertad, ahora piensa en Asturias y escribe novela histórica en Madrid con el afán de contar la Reconquista de principio a fin. 500.000 ejemplares vendidos de sus libros como 500.000 hombres y mujeres, las grandes olvidadas en las crónicas medievales que la autora rescata del otro lado del «muro del silencio».

–Novelar la Reconquista es una tarea afanosa, un proyecto cuyo último capítulo hasta el momento es La Dueña. ¿Responde más a la actividad literaria, a la necesidad de contar la historia que nos quieren dejar de contar, a ambas cosas o a ninguna?

–A ambas cosas. Contar la Reconquista es contar la historia de España, la historia que nos quieren hurtar ahora, que nos quieren escamotear y deformar. España es una nación muy antigua, muy sabia y con raíces muy sólidas. Es difícil desarraigar esa nación para destruirla, pero lo están intentando con denuedo nuestros gobernantes y están empeñados en hacernos olvidar nuestro pasado y convencernos de que España empezó a existir en 1812, lo cual es una profunda barbaridad histórica y política. Así que contar la Reconquista es contar la Historia de España. Y también es contar una epopeya de ocho siglos que da lugar a narraciones formidables desde el punto de vista literario.

Isabel San Sebastián, durante la entrevista en El DebatePaula Argüelles

–¿Cree que existen paralelismos entre la fragmentación de aquella Península Ibérica del siglo XI y la fragmentación de la España autonómica actual, especialmente en comunidades como el País Vasco y Cataluña?

–La fragmentación actual tiene más que ver con el carlismo que con la fragmentación medieval. Porque la fragmentación medieval fue el resultado de una ocupación y de una desintegración que después se empeñó en volver a unirse. Y aquello fue exactamente la Reconquista. Fue el proceso inverso. Pero evidentemente es obvio que en el alma española hay un componente cainita y fratricida que regresa una y otra vez a lo largo de la historia. El siglo XI que yo novelo es es el siglo de la fragmentación. Están los cristianos divididos entre leoneses, navarros, aragoneses, condados catalanes, castellanos... que empiezan a reivindicar su autonomía, todos luchando unos contra otros. España está ahora en un proceso de desintegración territorial que vuelve a sacar a la luz otra vez ese cainismo, esa tendencia al enfrentamiento fratricida que nos debilita. Porque si hay una lección que vuelve una y otra vez en la historia de España es que cuando estamos unidos somos fuertes. Cuando estamos divididos somos débiles. Cuando nos hemos unido para grandes empresas, como por ejemplo la Reconquista, las hemos llevado a cabo. España es el único país de toda la cuenca mediterránea, de todo el antiguo Imperio romano, que salió de la gran islamización de finales del siglo VII y principios del VIII. El único. Es la nación que descubrió y conquistó América. En fin, es una nación que cuando se ha unido ha hecho grandísimas cosas. O incorporarnos a la Unión Europea por hablar de un proyecto más reciente, o al euro. Y sin embargo, cuando estamos a tortas unos contra otros, como ahora o como en el siglo XI, pues nos va mucho peor a todos. Pero no aprendemos.

–¿Quién es La Dueña, una mujer de origen navarro, aparte de usted? Si se puede decir que es usted...

–(Risas) Es mi madre más que yo. Tengo que decir que sí tiene mucho de mí, pero más de mi madre, que es navarra y se parecía en muchas cosas a Auriola. También tiene cosas de mí. Auriola es una mujer fuerte que se atreve a ir junto con su esposo a repoblar la frontera del Duero en una pequeña tenencia situada cerca de Zamora y que se ve obligada por las circunstancias a administrarla, bien porque su marido está ausente combatiendo, o bien porque su marido ha muerto en el campo de batalla y ella se ve obligada a tomar las riendas para salvar a su familia y su legado apelando a su fuerza, a su inteligencia, a su determinación y también a todo su amor, que es un componente que solemos olvidar.

Isabel San SebastiánPaula Argüelles

–Las crónicas medievales no cuentan nada de la historia de esas mujeres.

–Yo quería contar la historia de Ramiro. Y la quería contar a través de una mujer, en este caso de su esposa. Yo me siento más cómoda con los personajes femeninos porque soy mujer y también porque me parece que es de justicia rescatarlas del olvido. Esas mujeres existieron e hicieron grandes cosas, las pocas de las que nos hablan, como por ejemplo la Reina de Navarra o la Reina Sancha de León o la Reina Urraca de León. Fueron grandísimas mujeres y, si esas pocas que consiguieron traspasar el muro del silencio hicieron tantas cosas, ¿qué no harían todas esas miles, cientos de miles de mujeres anónimas, sencillamente ignoradas por esas crónicas?

–¿Son La Dueña y sus novelas anteriores fieles a la Historia? Qué espacio ocupan las licencias literarias más allá del propio argumento y que otro lugar ocupa la documentación para crear el mundo en que se desarrolla el relato?

–Una de las cosas que se suelen decir de mí es que soy muy rigurosa documentando mis novelas, y es verdad que lo soy. Estudio mucho antes de ponerme a escribir. Así que sí es una novela fiel a la Historia. Pero la novela histórica se diferencia del ensayo primero en que es entretenida, tiene que ser entretenida. Está escrita para entretener y para emocionar. Y segundo en que allá donde la historia deja huecos, el escritor está autorizado a rellenarlos con honestidad y sin incurrir en anacronismos. Como ya digo que las crónicas medievales silencian prácticamente todo lo que hicieron las mujeres, pues es lícito que esta autora rellene esos huecos contando la peripecia de personajes femeninos de ficción, pero personajes femeninos que se mueven exactamente en el contexto histórico en el que se mueven, con los reyes que gobernaban, con las batallas que se libraban, con los tejidos que se usaban, con los ajuares que existían en las casas y también con la mentalidad de la época. Una mentalidad en la que Dios era el referente de todas las cosas. La religión tenía enorme peso, la familia también, el honor también. Es decir, todo eso que son conceptos de la época, está presente en mis novelas. Luego hay mucho de reconstrucción honesta de esos huecos gigantescos que la historia oficial, la historia relatada en las crónicas, ha dejado sobre el papel de esas mujeres.

Auriola es una feminista en el sentido original de la palabra, aunque ella no reivindica ninguna igualdad porque es un concepto ajeno a la época

–¿Es esta una obra verdaderamente feminista en el sentido de las grandes feministas que con inteligencia, amor y coraje, entre otros afanes y virtudes, sin victimismos ni cuotas (que por supuesto no existían), lucharon por sí mismas, por su familia y por sus vidas?

–El feminismo en origen es la lucha por la igualdad. Igualdad de derechos, por supuesto, igualdad de oportunidades, igualdad de responsabilidades. Todas las derivaciones que han venido después por parte de estas «feministas» de última hora que se han inventado o que han añadido a esa lucha contenidos perfectamente ajenos al feminismo yo no las suscribo, pero yo siempre me he considerado feminista de palabra y de obra. Cuando yo empecé a trabajar en esta profesión periodística éramos muy poquitas las mujeres. Y casadas y con hijos, prácticamente ninguna. Y ahí estuve y ahí sigo. Auriola es una feminista de su tiempo, pero no porque sea feminista, sino porque las mujeres siempre han estado ahí. Las mujeres siempre han luchado, las mujeres siempre han contribuido. Las mujeres siempre han compartido y no han tenido el protagonismo. Y es verdad que se han enfrentado durante buena parte de la historia a un mundo misógino, pero era un mundo mucho más misógino en el siglo XIX o en el siglo XVIII que en el siglo XI. Por razones de necesidad y de peripecia histórica, el mundo se fue haciendo más misógino desde el siglo XVI y XVII hasta el XX. Mucho más de lo que había sido antes. Así que sí, mi protagonista es una feminista en el sentido original de la palabra, aunque ella no reivindica ninguna igualdad porque es un concepto ajeno a la época. Yo estaría siendo deshonesta si llenara a mi personaje de pensamientos que serían imposibles en esa época. Ella no reivindica ninguna igualdad. Ella lo que quiere es salvar a su familia y actúa según los cánones de su tiempo para salvarla y para apoyar a su esposo. Qué es lo que habría hecho una mujer de su tiempo y lo que hicieron miles de ellas, estoy segura.

La Dueña, de Isabel San SebastiánPaula Argüelles

–El feminismo no como una marca ni como algo sobre lo que teorizar.

–El feminismo en origen empezó con la marcha de los hombres a los campos de batalla en la I Guerra Mundial y la necesidad de que las mujeres ocuparan sus puestos en las cadenas de producción. Y una vez que que compartieron las tareas más duras, también quisieron compartir la capacidad de decisión, de voto, etcétera. En el siglo XI, los hombres también estaban ausentes, estaban luchando en guerras entre cristianos o contra musulmanes, o estaban muertos. Solo frente a los muros de Uclés, en una de las acometidas almorávides, murieron siete condes de Castilla intentando defender al infante don Sancho. Imagínate la cantidad de infanzones, de soldados, de peones que morirían en aquellas batallas. Los hombres también estuvieron ausentes en esa época. ¿Quién tomó las riendas? Las mujeres. Lo que pasa es que no había periódicos para contarlo y no había cámaras para retratarlo. Pero quienes se ocuparon de seguir adelante con la vida, de sacar adelante a sus familias o de labrar los campos fueron las mujeres. Lo que pasa es que los cronistas de aquella época no lo contaron, pero las circunstancias eran muy similares. También hablo de una mujer musulmana, pero hay que, por supuesto, recurrir a la imaginación. Hay que utilizar la imaginación para rellenar los huecos que nos deja la Historia, pero también la lógica. Si lo hicieron en el siglo XX con la I y la II Guerra Mundial, por qué no lo habrían hecho en el siglo XI? Habrían hecho lo mismo, exactamente lo mismo, en circunstancias muy parecidas.

Me costó mucho atreverme a escribir porque yo siempre he tenido un respeto gigantesco por la literatura

–¿Cuánto tiempo dedica al día a escribir?

–Depende del momento, de las épocas. Pero cuando estoy en plena faena, ocho o nueve horas, lo que me aguanta la cabeza.

–¿Y cómo es el proceso? ¿Tiene horarios fijos o una rutina? ¿Quizá alguna manía?

–La rutina general es que pienso mis novelas en Asturias porque ahí tengo paz y calma y pienso muchas cosas, hilo muchas tramas en mi cabeza. Voy mucho allí cuando tengo que pensar y luego escribo en Madrid sin distracciones. Escribo de día porque de noche, a diferencia de lo que me pasaba cuando era estudiante, que era más noctámbula, la cabeza no me da para mucho, así que intento empezar a una hora razonable, sobre las nueve, y luego acabo sobre las cinco o las seis de la tarde.

–500.000 libros vendidos son muchos libros. ¿Esperaba tener tanto éxito cuando empezó?

–No, para nada. A mí me costó mucho atreverme a escribir porque yo siempre he tenido un respeto gigantesco por la literatura. Yo he leído mucho antes de ponerme a escribir, muchísimo. Fui una niña solitaria por razones que no vienen al caso y he leído mucho. Y para mí atreverme a escribir un libro era algo muy, muy audaz. Y escribí la primera, La Visigoda, por una especie de desafío que me lanzó mi buen amigo José Luis Balbín al ver una placa sobre «los reyes holgazanes». Eran unos reyes que pagaban tributo a los moros en lugar de pelear con ellos, el tributo de las 100 doncellas. Me lo explicó y le dije que era una historia preciosa que debía escribir. Y él me dijo: «Escríbela tú». Y la escribí, pero como un juego. La escribí en cuatro meses. Además, estábamos en obras, en mi casa, metida en el sótano. Bueno, fue una cosa sin ninguna pretensión de nada. Me divertía aquella historia y bueno... resulta que me dieron el Premio Ciudad de Cartagena. Vendí muchos ejemplares y se hicieron tropecientas ediciones. Aquello me dio muchos ánimos, y luego mi editora me pidió que continuara con la historia. Una cosa llevó a otra y aquí seguimos.

No es que yo me levantara un día y dijera: «Voy a convertirme en una heroína», es que ETA mató a un primo mío. Y yo empecé a protestar

–Después de una larga e intensa carrera periodística en los medios más importantes de España, que aún continúa, ¿escribir era una tarea pendiente?

–No soy la típica periodista con vocación de escritora. Tampoco tenía una marcada vocación periodística. Lo que sí he tenido siempre es una gran vocación lectora, desde muy niña, eso sí que siempre me ha gustado mucho. Lo que sí es verdad es que el periodismo me ha ayudado mucho en la labor de documentación que requiere una novela histórica para otro género. A lo mejor no ya para la imaginación, por ejemplo. Igual porque un periodista que se imagina muchas cosas no es un buen periodista. Pero sí me ha enseñado mucho el periodismo de cómo documentar, de cómo buscar fuentes, de cómo seleccionar esas fuentes. Eso y a escribir con sujeto, verbo y predicado. Para eso sí me ha ayudado mucho el periodismo.

–¿Hay algún escritor que le inspira?

–Muchos. Por citar a uno nacional a quien admiro inconmensurablemente: Delibes. Su hereje fue una de mis novelas de referencia, mucho antes de lanzarme a escribir novela histórica. No quiero citar a ninguno vivo para no cometer agravios. Pero de los extranjeros, mis referentes de juventud: Balzac, Zola, Flaubert... porque yo estudié en un colegio francés. Galdós. En mi primer embarazo, que estaba yo en Alemania, me leí todos los Episodios Nacionales del tirón.

–Ha sido usted heroína real en ciertos momentos de su carrera y de su vida. Recuerdo una columna de Francisco Umbral donde la elogiaba como tal, como heroína, tras una intervención en una manifestación contra ETA. Si no recuerdo mal, creo que la llamaba literalmente «guapa», que es algo que, a pesar del elogio amplio que conlleva, estaría hoy mal visto.

–Pues allá ellos. Si hay alguien que se molesta porque le llaman guapa, tiene un problema. A mí desde luego, no me ofende. No veo cómo se puede decir guapa con desprecio. Yo lo interpreto como un piropo educado y cortés y ya está. En cuanto a lo de ser heroína, no sé, es una circunstancia. No es que yo me levantara un día y dijera: «Voy a convertirme en una heroína», es que ETA mató a un primo mío. Y yo empecé a protestar. Y me pareció intolerable que por escribir un libro me colocaran una diana en la frente y tener que llevar guardaespaldas. Y pensé: «Bueno, ya que me quieren matar les voy a dar motivo para persistir en el empeño». Y afortunadamente no lo consiguieron. Pero digamos que siempre en mi vida he defendido mi vida profesional, he defendido la libertad en mi vida personal. También esa libertad y esa defensa tiene un precio. Tuvo un precio muy alto en términos de seguridad personal y de libertad de movimientos durante once o doce años. Y también ha tenido un precio profesional. También me han echado de muchos sitios, pero bueno, pues mira, de las librerías todavía no, nadie ha encontrado aún la forma de echarme. Así que no vamos mal.

Isabel San SebastiánPaula Argüelles

–Hace usted en el libro una descripción de la reina Urraca como perteneciente a «una antigua estirpe de mujeres fuertes, acostumbradas a decidir, luchar, bregar y morir como cualquier hombre en defensa de la tierra y de la honra». ¿Existe todavía esa estirpe?

–Mira las iraníes lo que están haciendo. Y las afganas también. Las dos. Allí donde existe la tiranía y la opresión, las mujeres se rebelan. Ahí están ellas, dándonos un ejemplo de coraje verdaderamente admirable. A mí lo que me produce cierto desdén es la presunta heroicidad de mujeres que se alzan contra una tiranía inexistente. Es que en España y en Occidente, en general, hace mucho tiempo que las mujeres tenemos igualdad de derechos y que estamos perfectamente reconocidas. Que hay problemas de conciliación, por supuesto, y hay que resolverlos, pero no hay ninguna heroicidad en ser mujer en la España del siglo XXI. Sí son heroínas auténticas las afganas, las iraníes, las mujeres que están luchando contra la opresión de ese islam feroz que, por cierto, en España no padecemos gracias a esos ocho siglos de Reconquista. Porque si no se hubiera alzado Pelayo en Covadonga y si los reyes que vinieron después no hubieran tenido la determinación de recuperar España para la Cristiandad, para el Occidente y para la libertad, pues a lo mejor en vez de estar yo hoy aquí hablando contigo, estaría en casa con un velo o en la calle, seguro. Porque en casa con un velo no estaría yo sino en la calle, manifestándome. Estaría en la calle con una pancarta o me habrían matado.

–¿Tiene alguna idea del próximo capítulo de su Reconquista?

–Sí. Ahora toca novelar el tiempo de Urraca de León, que fue reina de pleno derecho y tuvo que soportar todo, incluso a un marido maltratador de verdad: Alfonso el Batallador. Dicen las crónicas, por lo menos algunas, que la maltrataba, incluso físicamente. O sea que a eso vamos. Pero bueno, apenas he empezado a estudiar, queda la labor más bonita.

–¿Podría ser La Dueña la mejor de sus novelas?

–Yo a todas les tengo mucho cariño. Todas tienen su parte buena y además, aunque tuviera una favorita no lo diría como hago con mis hijos o con mis nietos. Pero no la tengo. Las quiero a todas igual.