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La escritora Aixa de la CruzPaula Argüelles

Aixa de la Cruz: «Vivimos en una sociedad hipermedicada, donde la gente se anestesia para poder producir»

La autora de Cambiar de idea publica ahora Las herederas, su nueva novela en la que rechaza que «el sufrimiento mental sea una cosa íntima y privada»

«Las herederas cuenta la historia de cuatro mujeres, que son hermanas y primas entre sí, que pasan un fin de semana juntas en la casa del pueblo donde vivía su abuela, que acaba de suicidarse. Cada una de ellas huye de distintas violencias que ya han incorporado a su rutina: la autoexplotación, la violencia psiquiátrica, la precariedad... Las cuatro buscan una salida a una vida que no les gusta. En esos días en que conviven buscan una alternativa. Yo quería llevarlas a plantearse una gran pregunta: si esta vida no nos gusta, si el mundo se derrumba, ¿qué hacemos por evitarlo, cómo podemos cambiar las cosas?».

Aixa de la Cruz es brillante, y su cerebro parece funcionar a mayores revoluciones que sus cuerdas vocales. Esa inteligencia que desborda la velocidad de sus palabras anega también las páginas de sus novelas. Hizo gala de ella en su libro anterior, Cambiar de idea (Caballo de Troya, 2019), un «autoensayo» arrollador que la reveló como una de las voces más prometedoras de la literatura española. Ha seguido cultivando esa autoficción que entremezcla destellos biográficos con razonamientos propios del tratado sociológico, convirtiendo sus textos en una delicia tanto para el lector de ficción como para el avezado engullidor de ensayos.

A los 34 años, la autora vuelve con un libro completamente distinto. Las herederas (Alfaguara) es una novela en la que se distancia de la primera persona y también de lo autobiográfico, aunque confiesa que es imposible lograrlo del todo: «Quien diga que hace ficción pura, en la que el peso de lo vivido no existe, o miente descaradamente o lo está haciendo muy mal».

Las herederas es un libro abrumador, emocionalmente muy intenso. ¿Cómo ha sido para ti escribirlo?

−Ha sido muy muy intenso para mí también. Nunca había vivido un vínculo así con personajes que yo me he inventado. También tiene que ver con que es la primera vez que escribo un único texto durante un periodo tan prolongado de tiempo. Antes de ser madre, siendo freelance, me ponía a escribir como una posesa y terminaba las novelas en dos o tres meses. Pero ahora he pasado un periodo de vida largo conectado con la novela: han sido dos años y medio de gestación. En el momento del cierre, me iba despidiendo de cada personaje con una sensación casi de duelo. Ha sido abrumador.

−Después de volcarte así, dices que te va a costar volver a escribir pronto.

−Hay que vivir para tener algo de lo que escribir. Y a mí creo que se me ha agotado un poco la vida. La vida de la que todavía no he escrito no es vida, no es experiencia personal. Es ficción. Los principales temas que me han obsesionado durante los últimos diez años están todos recogidos aquí. Ahora tengo la intuición de ir abriendo nuevas puertas; investigo sobre otras cosas, tengo otros intereses. Pero necesito tiempo para volver a saber de qué quiero escribir.

Las herederas es definida como una novela gótica, mágica y familiar. ¿Cómo la defines tú?

−Novela gótica y lisérgica creo que capta las ideas que para mí estaban desde el principio, aunque yo siempre peco de exceso de ambición. Me interesaba hacer un análisis sobre cómo entendemos las drogas y los fármacos. Por un lado, existe la categoría de las drogas que se utilizan para que sigamos rindiendo dentro del sistema. Vivimos en una sociedad hipermedicada, donde la gente se anestesia para poder producir. Este es el caso de Nora, la protagonista que tiene un problema de adicciones: ella era una consumidora recreacional y se hace adicta cuando empieza a utilizar la droga que utilizaba de fin de semana para trabajar, para producir, para llegar a a los plazos de entrega, para poder escribir más caracteres y cobrar un poquito más. Y en la misma dimensión está también su prima Liz, que está cauterizada, recibiendo tratamiento psiquiátrico. A mí me parece lo mismo, porque si asumimos que los antidepresivos no curan la depresión (ya se ha desmentido esta hipótesis de que la depresión tiene que ver con la deficiencia de serotonina), si tomamos un fármaco que no cura una enfermedad lo estamos tomando para que alivie los síntomas y podamos seguir produciendo. Cuando quitamos de la ecuación la idea curativa, la idea de sanación, se nos queda únicamente un tema funcional.

Las herederas (Alfaguara), de Aixa de la Cruz

−Te fuiste a un pueblo a vivir durante la pandemia. ¿Allí entraste en contacto con el mundo natural que reflejas en la novela?

−El paisaje fue lo primero que cambió. Ya no había nada reconocible para mí. Yo soy escritora, así que necesitaba aprender a nombrar mi nuevo hogar, que se caracterizaba por la vegetación. Me bajé una aplicación para aprender a identificar las plantas. Y empecé a tener esta sensación de que en mitad de la maleza estamos rodeados de plantas medicinales... y también algunas alucinógenas. Estudié cuándo nacía cada planta y por qué en esa estación concreta.

−La idea de emplear los fármacos y las drogas no como medio para estar mejor, sino como herramienta para ser «útiles» a la sociedad, atraviesa todo el libro.

−En Silicon Valley han encontrado la manera de trabajar bajo los efectos del LSD: de ser una droga recreativa, la han puesto al servicio de la producción. Es un nuevo ejemplo de cómo el sistema privilegia las drogas que son únicamente productivas, y si una no lo es, la domestican para ello. Y aquí hay una diferencia entre «producir» y «crear», entre trabajar y expandir los límites de la imaginación.

−¿La novela es gótica porque incorpora un elemento paranormal?

−Lo gótico tiene más que ver con la urdimbre narrativa del texto. Para empezar, yo estaba viviendo en una casa que era como lo que cualquiera describiría como una mansión gótica, una casa muy grande en el pueblo que antaño había sido señorial pero que estaba en decadencia, en mitad del páramo. Tenía todo el imaginario de lo gótico. Entonces fui consciente de esto y empecé a pensar en la novela gótica, releí a Sherley Jackson y clásicos de cabecera como Cumbres Borrascosas y Jane Eyre, y me di cuenta de que el género gótico era muy importante no sólo para mí, que vengo de una tradición y de estudiar Filología Inglesa, sino que estaba muy vinculado también a la genealogía de la escritura femenina, porque en los siglos XVIII y XIX, cuando las mujeres escribían, eran bichos raros.

−¿Era la novela el lugar de expresión de estas mujeres?

−El espacio de lo gótico les permitía verbalizar ciertos tabúes, ciertas incomodidades que por la época en la que vivían no se podrían haber permitido. La presencia de lo mágico, de lo fantasmal, en tanto que símbolo, se ha utilizado como paraíso para que las mujeres organizaran ciertas ansiedades que no estaban bien vistas en el periodo en el que vivían. Cuando tomé conciencia de esto, empecé a sentir que el texto estaba enraizado en esta tradición y a hacer guiños conscientes. Me parece que esta novela es una vuelta de tuerca a Henry James.

−Dices que una novela gótica siempre empieza con una mujer encerrada en una casa.

−Hay un cliché narrativo en el terror por el que se sigue un esquema: un protagonista principal, que muy a menudo es una mujer, al principio de la novela o de la película nos plantea un escenario fantástico por donde pululan esos elementos sobrenaturales, pero al final nos damos cuenta de que nunca había sido cierto. Lo que era cierto era que estaba loca. En este esquema lo que se da por verdad incontestable y objetiva es la enfermedad mental en contraposición al elemento de lo fantástico y sobrenatural, que aparece sólo al principio. Yo quería darle la vuelta: no quería escribir una novela en la que te dieras cuenta de que todas las mujeres estaban locas, sino lo contrario, que se demuestre que no estaban locas, que lo que había era «fantasmas», por decirlo de alguna manera.

Damos por verdad incontestable y objetiva la enfermedad mental en contraposición a lo fantástico y sobrenatural

−Si cuatro mujeres son «encerradas» en una casa, con sus dolores psíquicos y sus fantasmas interiores, ¿es inevitable que estos salgan fuera?

−Estoy leyendo La familia, de Sara Mesa, y me he dado cuenta de que la rentrée literaria de este año viene muy influida por la familia. Y de pronto me vino la sensación de que también esto es endémico: creo que son novelas de pandemia, de haber estado encerrados sólo con los «convivientes» y de estar obligados a reflexionar sobre ese vínculo. Nos hemos vuelto a situar en un marco de familia estricta nuclear, y este auge de novelas tiene que ver con el encierro en las casas, pero también con el «encierro en las familias», en esas relaciones estrechas de las que no podíamos salir.

−Afirmas que la familia es un refugio, pero es también el lugar originario de la herida.

−Creo que es una experiencia general. También reflexiono ahora sobre el peso de la maternidad: tener un hijo es participar de la asimetría de poder más abismal que te puedas imaginar. Un niño es todo vulnerabilidad. La sensación de imprimir constantemente huellas en ese cerebro, digamos, a medio hacer, y la responsabilidad que implica y también los peligros que conlleva no ser conscientes de esa responsabilidad, es abrumador. Esto es lo que explica que haya tanta gente que ha recibido violencias durísimas en el seno de su familia. Yo me peleo en esta novela con esta doble dimensión de la familia. En mi caso personal, yo he subsistido en los últimos 15 años de mi vida gracias a la generosidad de mi familia: cuando me he quedado sin nada, he vuelto a casa de mis padres, que suelen ser siempre un refugio. Pero quienes han sufrido violencia familiar, que son muchos, tienen que volver a encontrarse con esa violencia. Las relaciones entre padres e hijos siempre están viciadas por esta experiencia previa de la asimetría del poder.

−¿La asimetría más grande del poder no es también el amor más asimétrico, porque no hay nada más desproporcionado que el amor de unos padres a sus hijos?

−Totalmente. Y la asimetría es recíproca, porque tú nunca serás querido como eres querido por un hijo, y esto sí que creo que es una verdad incuestionable. En cambio, la idea de nunca sentirás un amor hacia alguien como lo sentirás hacia tu hijo... no es tan universal. Pero me parece muy bonita esta propuesta, la del amor absoluto.

La escritora Aixa de la CruzEditorial Alfaguara

−Otro tema fundamental de la novela, que además investigas a nivel personal también, es el de las enfermedades mentales y nuestra capacidad o no para heredarlas, y de ahí el título. ¿Heredamos la enfermedad o heredamos el ámbito, la forma de relacionarnos, los dolores que llevan a ella?

−Reconozco que en la novela, a través de estos personajes, me peleo con la idea de la herencia en muchos términos, pero uno de ellos es este: podemos interpretar la herencia como destino. Yo no soy psiquiatra, yo no soy investigadora y no pongo en duda que se hereden ciertas predisposiciones genéticas a reaccionar ante el dolor psíquico de una forma muy determinada que no es normativa (eso sería lo que yo entiendo por enfermedad mental). No niego que hay una predisposición que se herede, pero sí creo que hemos interiorizado la idea de la herencia como determinismo. En la novela también hay una cardiopatía congénita, y el miedo a heredarla genera cierta ansiedad, pero una enfermedad cardíaca no es una identidad. Es mucho más peligroso cuando esto sucede con el miedo a la enfermedad mental, porque entonces eso sí que se vuelve identitario: «Yo seré una loca como mi abuela, yo seré una suicida como mi abuela». Las categorías diagnósticas tienen el peligro de que se vuelven profecía autocumplida, porque sí que tienen la capacidad de generar identidades. Pero quiero que quede claro que mi texto no es un punto de vista científico.

No niego que hay una predisposición que se herede, pero sí creo que hemos interiorizado la idea de la herencia como determinismo

−En los agradecimientos, en el epílogo, cuentas que has recibido formación. ¿Has contado con algún médico psiquiatra?

−No me interesa tanto hablar con los psiquiatras como con mujeres psiquiatrizadas, y he tenido la suerte de que me han atendido. Hay perfiles de Twitter muy interesantes, de activistas que están denunciando las experiencias que han sufrido, sobre todo internamientos, malas experiencias con los tratamientos farmacológicos... Hay mujeres a las que les han recetado antidepresivos para dejar de fumar, y por ello desarrollaron un cuadro psicótico y nadie se planteó que pudiera ser un efecto secundario del fármaco. Entonces las medicaron para la psicosis. De nuevo, mi opinión sobre esto es cero relevante, pero sí creo que es muy importante que escuchemos los testimonios de las mujeres que están ahí. Ahora se habla todo el rato de salud mental, pero convendría escuchar a las personas que ya están dentro del sistema de salud mental. Porque hay muchas personas, especialmente mujeres, que han vivido sus internamientos o su medicación como un castigo, como una forma de doblegarse a la norma.

−¿Qué juicio haces sobre el crecimiento alarmante de personas que consumen ansiolíticos?

−Llega un momento en el que, si la mayoría de la población toma ansiolíticos, lo que está mal no son los individuos, sino la sociedad. Deberíamos unirnos para cambiar aquello que nos produce ansiedad. Si hoy todos necesitamos ansiolíticos, ¿por qué no nos estamos organizando colectivamente para dejar de necesitarlos?

−Escribes: «Un pensamiento de alivio que brota de pronto en mitad del ancho oscuro de los párpados: la promesa de una compañía». ¿Qué significa esa compañía que esperamos?

−La primera compañía es la familia, donde hay que distinguir entre los vínculos horizontales y verticales. Y después hay amigos con los que compartimos lazos de hermandad. Ese vínculo aporta una sensación de pertenencia, de identidad, porque es algo estable, que ha estado siempre y que estará siempre. Creo mucho en los vínculos de lealtad. Es algo que mucha gente encuentra en la familia y es algo positivo.

−Escribes también: «El pensamiento mágico corrige lo que no puede corregirse con los guantes esterilizados de la cirugía». ¿Cómo no confundir esto con la positividad tóxica?

−Hoy se ha vuelto peligroso ensalzar, por ejemplo, las virtudes curativas de un pensamiento más místico, espiritual. Porque desde la pandemia creo que hemos vivido acostumbrados al eclosionar de un pensamiento anticientífico, que nos ha llevado a un paradigma en el que hay miedo a hacer cualquier afirmación que sea crítica con el método científico. Pero yo creo que hay espacios de la experiencia humana para los cuales la ciencia no tiene respuestas. Y me siento incluso incómoda verbalizando esto fuera del libro, porque tenemos mucho miedo a que nos acusen de magufos: hablar de lo trascendente se ha vuelto casi como una especie de etiqueta política.

Desde la pandemia, ha eclosionado un pensamiento anticientífico, que nos ha llevado a un paradigma en el que hay miedo a hacer cualquier afirmación que sea crítica con el método científico

−Hablando de temas polémicos o difíciles: también hay un riesgo de romantización de lo rural.

−De hecho, y sin hacer spoiler, en el final de la novela no se sabe si las protagonistas van a permanecer o no en el pueblo de su abuela. En mi caso, yo sentí como un fracaso personal el irme de la aldea en la que vivimos durante la pandemia, pero tengo una niña pequeña, no conduzco y no quiero conducir y hay muchas limitaciones y muchas contradicciones. En mi aldea ni siquiera había alumbrado público, y en el invierno burgalés era noche cerrada a las 17:00 de la tarde. Había un señor que había vivido ahí toda su vida y se había quedado ciego, por lo que no podía conducir. Les están obligando a irse, les están echando de sus casas, no les están permitiendo morir en la casa en la que han crecido. Es muy difícil y sigue sin haber una verdadera voluntad de cambio, de volver estos lugares habitables. Además, la idea de volver al pueblo como si fuera la Reconquista no me gusta, esa intención de volver a colonizar los pueblos vacíos. Tenemos que integrarnos en culturas que ya están previamente constituidas. Así que por supuesto que me preocupa trasladar únicamente esta visión romántica de lo rural y de la conexión con la naturaleza, pero por otro lado a mí me llevó a una reflexión sobre la política: para mí, la división entre lo sagrado y lo político se quebró en el pueblo.

−Vivimos adormecidos en el medio urbano, pero también hay hostilidad en la naturaleza.

−La vida en lugares muy fríos, con las estaciones muy marcadas, es incómoda, pero al mismo tiempo también es hermosa. Yo echo en falta ver el cambio de las estaciones, porque es la forma natural de observar cómo avanza la vida: te recuerda que la vida tiene sus tiempos. Estas cosas me parecen fundamentales, están inscritas en el cuerpo, y nos alejamos de ellas cuando estamos en medios urbanos.

−Después de esta inmersión en Las herederas, ¿en qué estás trabajando?

−En absolutamente nada. Estoy trabajando en cuidar a mi hija con con más calma y con más medios. No tengo ninguna ansiedad por volver a escribir, ninguna prisa. Yo creo que escribir proviene de una necesidad imperiosa de decir algo que para ti es muy importante, y yo siento que lo que tenía que decir está dicho aquí. Así que de momento estoy tranquila.

−¿Y qué estás leyendo ahora?

−Además de Sara Mesa, he empezado La ciudad, de Lara Moreno. Me gustó muchísimo, por temas que están bastante relacionados con la novela, el libro de Nuria Labari El último hombre blanco, que habla de la manera en la que hemos interiorizado el trabajo y la producción. Tengo la sensación de que últimamente hay muy buenas lecturas, pero yo tengo menos tiempo que nunca para leer. También es algo que espero retomar.